Ennio Morricone y John Williams, compositores e iconos de la historia del cine, van a ser galardonados con el Premio Princesa de Asturias de las Artes 2020. Este merecido reconocimiento, a dos de los principales referentes en bandas sonoras en los últimos cincuenta años, ha destacado su inconfundible personalidad, argumentando el jurado que entre sus obras se encuentran algunas de las composiciones musicales más icónicas del séptimo arte, que ya forman parte del imaginario colectivo.
Ambos gigantes han puesto su talento al servicio de decenas de directores y cientos de películas. Su extensa experiencia y estilo los han convertido en auténticos modelos artísticos. Sin sus aportaciones, no contaríamos actualmente con genios de la talla de Hans Zimmer, James Newton Howard o James Horner.
John Williams, a sus 88 años, cuenta ya con cuatro Globos de Oro, siete BAFTA y veintitrés Grammy. Además, ha ganado el Oscar cinco veces, siendo nominado en 52 ocasiones. Esta elevadísima cifra le convierte, a día de hoy, en el segundo hombre con mayor número de nominaciones al Oscar, por detrás solo de Walt Disney. Recientemente ha recibido el Life Achievement Award del American Film Institute, premio reservado a las mayores leyendas cinematográficas.
El nombre de Williams es inevitablemente asociado al de Steven Spielberg, con quien ha colaborado en infinidad de ocasiones. Juntos transmitieron terror y suspense con una cámara subacuática y un siniestro solo de violoncellos en Tiburón (Jaws, Steven Spielberg, 1975); épica y aventuras con las cuatro entregas de Indiana Jones; majestuosidad con Parque Jurásico; y una inconmensurable ternura con E.T.: el extraterrestre (E.T. the Extra-Terrestrial, Steven Spielberg, 1982). Esta última es, posiblemente, una de las bandas sonoras recordadas con mayor cariño por parte del público. El propio Spielberg diría de ella que mientras él hacía despegar a las bicicletas, Williams las mantenía en el aire.
Pero si hubo una obra destacable en el dúo Spielberg-Williams, fue La lista de Schindler (Schindler’s List, Steven Spielberg, 1993). Junto al virtuosismo de Itzhak Perlman, desgarró el corazón de millones de personas con su conmovedor tema principal. La banda sonora de esta cinta es capaz de despertar en el espectador la angustia, desesperación, dolor y desolación de sus protagonistas. Su melodía es un llanto profundo, lleno de amargura. Ninguna banda sonora ha podido enternecer y, al mismo tiempo, conectar a la audiencia con los personajes como esta.
Sería Spielberg quien presentara Williams a su amigo George Lucas, surgiendo del encuentro una banda sonora antológica. Cualquier espectador reconoce fácilmente el tema principal de Star Wars, por su capacidad de fijarse en la mente tras escucharla una sola vez. A esta célebre melodía hay que añadir otros temas clásicos como la “Marcha Imperial” o el “Tema de la Fuerza”. Sus variopintos leitmotivs son símbolos que forman ya parte de la cultura pop de varias generaciones, no en vano, el AFI la seleccionaría, en 2005, como la obra musical más grande de la historia del cine.
A lo largo de sus compases, encontramos temas de villanos, héroes y amor, que se han convertido en iconos inconfundibles. Si bien los diferentes tracks muestran complejidades conceptuales, su estilo directo y fácil permitió que conectaran con el espectador, convirtiendo a esta BSO una obra clásica. Lucas se valdría de su batuta tanto para la saga original como para las precuelas. Cuando Disney compró Lucasfilm, supo que las secuelas no podrían ser posibles sin la aportación de John Williams, así que no dudaron en recurrir a él.
Durante más de cuarenta años, Williams forjaría su fama de ser el compositor con temas más conocidos y tarareables. Puso su creatividad a disposición de otras inolvidables franquicias como Superman, Harry Potter o la dilogía de Solo en casa, todas ellas con temas memorables que, además, dotaban de personalidad propia tanto a héroes como a villanos.
Williams, por otro lado, no se limitó a trabajar solo en el mundo del cine, llegaría incluso a componer diferentes temas para cuatro Juegos Olímpicos, dotando a este espectáculo deportivo del espíritu de las más épicas superproducciones.
A sus 91 años, el romano Ennio Morricone ha compuesto la banda sonora de más de quinientas películas. Entre su elevadísima lista de galardones, encontramos tres Globos de Oro, siete BAFTA y dos Grammy. Lo curioso es que de las seis nominaciones a los Oscar, solo obtuvo uno por Los odiosos ocho (The Hateful Eight, Quentin Tarantino, 2016), aunque diez años antes ya reconocieron su carrera musical con el Oscar Honorífico.
Morricone destaca por ser un compositor polifacético, prueba de ello es su amplio estilo, a lo largo de su plural filmografía. Unas de sus composiciones más conocidas por el público son las que sonaron en la Trilogía del Dólar de Sergio Leone. Con un simple silbido, es capaz de transportarnos al más profundo far west, transmitiendo un intenso clima de tensión propio de un duelo de pistoleros.
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Morricone volvería a trabajar con Sergio Leone en Érase una vez en América (Once Upon A Time in America, 1984). Aunque esta BSO esté considerada como una de las mejores de la historia, fue descalificada para ser nominada a los Oscar, debido a un error técnico, al no estar incluido el nombre del autor en los créditos finales. Los compases de esta partitura acompañan magistralmente la trama del film acertando plenamente, además, a la hora de evocar nostalgia de épocas pasadas.
En contraste con la desafiante música de la saga de Leone, encontramos la BSO de La misión (The Mission, Roland Joffé, 1986). Las melodías de esta cinta transmiten la esencia total de la historia que relata, mostrando también en las armonías la convergencia de dos mundos: el europeo y el amerindio, la espada y la cruz, pudiéndose apreciar transiciones de música europea coral litúrgica a étnica, en la que los coros desaparecen siendo fagocitados por tambores nativos.
Probablemente, su banda sonora más querida sea la de Cinema Paradiso (Giuseppe Tornatore, 1988), cuyas melodías evocan, al igual que en Érase una vez en América, la nostalgia de tiempos pasados. Las notas despiertan en el espectador la melancolía que invade a los personajes al reencontrarse con su pasado y juventud.
En este sentido, donde más patente resulta este efectismo dramático musical es en la última escena. Cuando el ya adulto Totó se sienta a mirar las escenas de besos censurados que Alfredo le estuvo guardando durante años, la música consigue meternos en la piel del protagonista. Si en esa escena no sonara la música de Ennio Morricone, solo veríamos a un hombre visionando escenas de besos. El director romano nos hace comprender qué sentimientos pasan por la mente y el corazón del personaje en esos momentos.
En 2019, Morricone anunció su retirada del mundo de la música. No obstante, se trató de una despedida a lo grande, mediante una gira por más de diez países europeos. Miles de seguidores de su extraordinaria obra pudieron disfrutar su adiós en persona, en directo, de su propia batuta.
John Williams y Ennio Morricone son dos hombres que comparten un mismo destino: dar vida a las películas. Con sus composiciones, estos titanes consiguieron convertir los filmes a los que prestaron su talento en obras inmortales. Su ingenio a la hora de transmitir sensaciones y emociones mediante notas musicales, proporcionó a estas cintas una magia especial y la capacidad de penetrar muy profundamente en las almas de los espectadores de varias generaciones.
John Williams y Ennio Morricone dotaron de espíritu a cientos de películas a lo largo de varias décadas. Fueron ellos los que nos hicieron llorar con el dolor ajeno, fue su música la que nos trasladó a otras épocas y rincones recónditos. Sin ella no hay superhéroe que pueda volar, ni cowboy que pueda disparar. Ambos, con sus obras, han probado una y otra vez una realidad elemental: que la música expresa en el cine aquello que ni las imágenes ni las palabras pueden.
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