Especiales es una película especial dentro de la filmografía de Olivier Nakache y Éric Toledano, un tándem infalible en lo que respecta a la taquilla. Saben cómo tocar la fibra del gran público, llenan las salas de espectadores, y batieron todos los récords con Intocable. Aquí también hay un dúo, a mi parecer bastante más carismático que el que componían François Cluzet y Omar Sy, cuya química, he de confesar, me deja bastante frío, aunque en eso soy más la excepción que la norma.
Reda Kateb y Vincent Cassel son, en Especiales, los directores de dos asociaciones que se hacen cargo de los casos de autismo severo, que el sistema francés rechaza –veremos por qué–, y están inspirados en dos personajes muy reales que Nakache y Toledano conocieron en su juventud, cuando todavía eran animadores de campamentos de verano. Una profesión que, en este caso, me parece de lo más reveladora: para animar a los niños de las colonias hay que nacer equipado con un vitalismo contagioso y para todos los públicos, que ellos han sabido trasladar a sus películas. Probablemente, el secreto de su éxito.
Aunque pueden rastrearse precedentes en su filmografía, Especiales es su película que más se baña en el realismo social, adquiriendo incluso un carácter fieramente reivindicativo, tan efectivo que la película acabó convertida en un asunto de interés nacional al poner el foco en los fallos del sistema francés, en lo que respecta el tratamiento del autismo severo. Quizás las cosas, que en este sentido están peor en Francia que por ejemplo en España, lleguen a cambiar gracias a la repercusión que ha tenido la película, lo cual no es poco decir.
Hablo un poquito de español, me dice Toledano, cuando acabo de presentarme en la habitación de un hotel de París, donde hemos quedado para la entrevista. Nakache está en la habitación contigua, atendiendo a otro periodista. Se dividen la tarea.
No me extraña, con ese apellido, ¿tiene usted orígenes españoles?, le pregunto, así por curiosidad. Sí, tengo orígenes españoles. Soy judío sefardí. Me pasé la adolescencia aclarando que si no hablaba tan bien español como mi apellido podía dejar suponer era porque hacía mucho tiempo que mi familia no vivía en España: ¡500 años son suficientes para perder la práctica de un idioma! Pero sigo teniendo una relación muy especial con España, y con nuestro distribuidor español, que considero como a un amigo. Voy por ahí a menudo. Tenía un tío, Samuel Toledano, que en 1992 asistió a un encuentro con el entonces Rey Don Juan Carlos, para celebrar los 500 años del final de la Inquisición. También tengo algo de familia en Marruecos.
¿Y Nakache, de dónde viene su familia?, añado interesándome por el hombre de la otra habitación. Oh, él es lo que en Francia llamamos un pied noir. También es judío, pero su familia vivió en la Argelia francesa, me aclara. Toledano también se interesa por mis orígenes, sobre todo por si soy de Madrid o de Barcelona, cosa que no viene al caso. Hechas las presentaciones, podemos empezar la entrevista.
La película describe una situación muy lamentable, en lo que se refiere al tratamiento del autismo severo en Francia. Da la impresión de que, dejando de lado el hospital psiquiátrico, las personas con autismo severo no tienen muchas opciones si no son las asociaciones, ligeramente al margen de la ley, como las que dirigen los protagonistas. ¿Cómo es que las cosas están peor en Francia que en países como España, sin ir más lejos?
Hemos ido con la película a varios países, como Israel, Alemania, Bélgica, Holanda, y en cada país nos dicen que en su país es distinto. También en España. Cuando estuvimos en el Festival de San Sebastián, nos vinieron a ver varias enfermeras que nos lo confirmaron. Aquí los autistas severos están mejor atendidos, el sistema no los deja de lado. Cada país tiene una manera de tratar los casos complicados, y me temo que en Francia es donde está peor.
Pero, ¿por qué?
Francia es un país muy avanzado en cuanto a derechos sociales. Cuando un cuidador recibe un golpe, aunque sea un pequeño golpe, de uno de estos niños, que pueden ser agresivos, igual obtiene una baja de 10 o 15 días, porque la maquinaria administrativa es muy pesada. De ahí que solo se hagan cargo de estos niños asociaciones como las que aparecen en la película, que no están sometidas a esta reglamentación tan estricta. He visto cuidadores de estas asociaciones ir a trabajar con la nariz rota a la mañana siguiente. Ellos no van a estar nunca quince días de baja…
Así que la película es un puro reflejo de la realidad…
Sí, nosotros nos centramos exclusivamente en las dos asociaciones que conocíamos de primera mano. Pero, antes de que se estrenara la película en Francia, hicimos un tour por toda Francia e invitamos a las diferentes asociaciones a preestrenos en los que acabábamos debatiendo con ellos. Y lo que pudimos comprobar es que es un mundo en el que hay tendencias muy distintas. Como no está nada claro el método más adecuado para curar, hay realmente puntos de vista muy opuestos al respecto. Es un ambiente en el que se respira mucha tensión.
¿Hubo polémica entonces?
Al final no, porque la película evidenció que había un verdadero problema en los casos más complicados, y eso tuvo mucha repercusión en la prensa. Los periodistas se pusieron además en contacto con diversas asociaciones para ampliar la información, así que sí, creo que funcionó. De lo contrario la película hubiese tenido menos éxito y más polémica.
¿La película ayudará a cambiar las cosas?
Le puedo decir dos cosas. Hicimos un pase en la Asamblea Nacional, delante de diputados y de las comisiones que deciden lo que llaman los planes autista. Es decir, los que reparten el dinero. Luego lo proyectamos en el Ministerio de Sanidad, y también hicimos un pase para el Presidente Macron y su esposa. Quedamos con ellos a las 19 horas, vimos la película, y luego cenamos hasta la medianoche. Quizás no hayamos cambiado el mundo, pero puede que lo hayamos ayudado a avanzar en algunos aspectos. Creo que, en el próximo Plan Autista, que servirá para planificar los tres próximos años, habrá un replanteamiento sobre los casos más graves. Y también creo que se va a plantear la formación de los educadores, porque muchos no tienen ninguna formación, como se ve en la película, donde contratan jóvenes del extrarradios solo porque son duros, y están acostumbrados a aguantar los golpes de la vida. Finalmente, claro, está el hecho de que, mientras restamos aquí hablando, hay unos 37.000 casos graves de los que el estado no se hace cargo en Francia. Algunos se van a Bélgica, otros han sido acogidos por familias, o tienen a alguien que viene a sus casas, pero oficialmente no reciben ningún tipo de cuidado, que esté a la altura de sus necesidades.
¿Ni siquiera por asociaciones como las que aparecen en la película?
No. Por ejemplo, Stéphane tiene 80 a su cargo, pero 100 en lista de espera.
Entonces, ¿la solución sería poder aumentar la capacidad de estas asociaciones?
Sí, darles más dinero, o crear las instituciones adecuadas, porque, como se dice en la película, actualmente las instituciones hacen un casting. Si es un poco normal, vale. Pero si es agresivo, ya no hay sitio para esa persona. Las asociaciones, en cambio, no hacen ese tipo de selección. Cogen a todo el mundo. Y luego está el problema de que no hay un servicio de Urgencias para estos casos. No hay un sitio en el que un niño que pega a sus padres pueda llegar a ser atendido. Salvo el hospital psiquiátrico. Pero, ¿el hospital psiquiátrico es el mejor sitio para un niño? No. Le van a dar un montón de medicamentos para que no sea agresivo, pero nadie se va a interesar por su progresión. Es una cárcel. Para reducir la violencia, hay que intentar adaptarlos a la cotidianidad, como hacen en la película, donde los llevan a patinar, o a ver caballos. Es un largo proceso.
Y sin embargo, estas asociaciones se mueven en una zona gris, de dudosa legalidad, tal y como también se ve la película, donde son sometidas a una inspección, que evidencia las irregularidades.
Sí, pero es porque no les queda otra. Actúan, aunque no tienen derecho, legalmente hablando, de hacer lo que hacen. Y por eso la película, en francés se llama Hors Normes (fuera de las normas), porque han hecho algo fuera de la ley, que en realidad es más fiel a las leyes de lo que sucede normalmente en la realidad. Hasta la propia ley lo tuvo que reconocer: no los podemos parar.
A pesar de que el tema es oscuro, han vuelto a mostrarse optimistas.
No nos gusta agobiar a la gente. Y además creo que eso, al fin y al cabo, sería lo más fácil. Si empiezo una película con un niño que pierde a su padre, te vas a emocionar, porque toco una fibra. Pero creo que es más difícil hacer algo que sea profundo y ligero al mismo tiempo. Si haces una película que pesa 200 kilos y que, con su peso, te hunde y te lleva al fondo del mar… Creo que cuando cuentas historias hay que resultar atractivo. Pienso a menudo en los magos. Cuando era pequeño, veía los magos que conseguían captar tu atención, y aprovechaba para llevar a cabo su truco. El cine, de alguna manera, también es magia. Todo es falso en el plano, pero tiene que parecer real. Con la comedia, y con escenas más ligeras, te abres más a la emoción, porque a ratos te ríes, y se parece más a la vida. La vida nunca es de un color o del otro. A lo largo de una misma jornada, podemos reír, podemos llorar, podemos estar tristes. Si tocas un tema grave, ¿tienes que ser grave? No me lo parece. Esa no es la realidad. Este es mi punto de vista.
¿Se siente a gusto con la etiqueta de Feel Good Movie?
No. Tuvimos muy buenas críticas con esta película. Incluso medios que nunca nos habían dejado muy bien, como Telérama, Positif, revistas un poco más exigentes. La prensa popular siempre estuvo con nosotros: Le Parisien… Pero los diarios un poco más intelectuales no. Aunque en esta ocasión, todos nos apoyaron, salvo el magacín de Le Monde, que tituló con algo así como «Los reyes del Feel Good». Naturalmente, es la crítica y puede opinar lo que quiera. Pero si me lo pregunta, le digo que lo encuentro muy injusto, porque no es fácil tratar temas de este calado que no tienen nada de Feel Good. Simplemente, para mí el humor es una forma de elegancia, y creo que se alcanzan muchos más objetivos con ese tipo de elegancia que poniendo en la cara del espectador el sufrimiento de la gente.
¿Cree que el éxito acarrea enemigos?
Creo que es posible que los diarios más de izquierdas no se sientan muy cómodos con nuestro éxito, lo cual es paradójico ya que nosotros pensamos las películas para que las vea el mayor número posible de espectadores. Aquí son dos millones de personas que han venido a ver una película sobre el autismo, y eso es algo de lo que creo que puedo enorgullecerme. Pero en Francia hay un problema con el éxito. En Francia, para ser un artista de verdad, hay que ser un artista maldito. Hay que fracasar. El artista tiene que ser un incomprendido. Y nosotros no podemos decir que formamos parte de eso, porque, desde que empezamos, todas nuestras películas han funcionado. Y no me avergüenzo. Aunque no me siento nada cómodo con el concepto de Feel Good Movie, porque te hace pasar por un manipulador. Algunos lo han dicho, y no me ha gustado. Otros, más inteligentes, han visto un trabajo más exigente y diferente, y estoy más de acuerdo con ellos. Eso sí, si un espectador sale contento de la sala, se lo dice a más gente.
Diría que es su película más personal hasta la fecha.
He exigido mucha implicación. Con un tema como este, te enfrentas a muchos peligros. Puede quedar demasiado documental. Se proyectó en Cannes, el templo del cine, y luego en el Festival de San Sebastián, donde vamos todos los años, y me gusta que el cine se presente como cine. Esta película es cine. Se acerca al documental, pero es ficción. Nuestro cine, desde el principio, siempre ha sido una mezcla de todo. Gente de la banlieue y gente del centro. Discapacitados y capacitados. Blancos y negros. Judíos y árabes. Es social, es cultural, nos gusta la mezcla. Eso puede quedar un poco Feel Good, y por eso a veces nos atacan. Pero ya hay muchos realizadores que muestran lo que no va en el mundo, y nosotros lo que hacemos es mostrar lo que puede funcionar.
Los protagonistas son un judío y un musulmán que se llevan la mar de bien. Quizás eso, en el mundo en el que vivimos, provoque ciertas suspicacias…
Sí, en Francia hay muchas tensiones entre comunidades, pero esto cambia en el marco de las instituciones de las que hablamos: cuando tienes un objetivo común, el resto se convierte en folclore. Una lleva pañuelo, el otro otro su kipá, pero no importa. Aunque sí, tiene usted razón: en Francia hay mucha desconfianza en cuanto a las buenas intenciones. Todo lo que muestra un retrato un poco idealizado. Pero esta película muestra el sufrimiento tal cual es. Hay una madre que dice que se pegaría un tiro por la situación tan complicada que atraviesa. Vemos jóvenes de la banlieue, sin futuro, que no hacen nada. Coincidimos mucho con Los Miserables en Cannes y otros festivales. Me parece que también es una gran película, y que al final decimos lo mismo: si no hacemos nada, acabará habiendo fuego.
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