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Cine y Series

“Un asunto de familia”: Kore-eda ha vuelto

En Director's Cut, Cine y Series viernes, 21 de diciembre de 2018

Eva Peydró

Eva Peydró

PERFIL

Hirokazu Kore-eda ha vuelto. La lealtad al autor de Air Doll ha tenido su recompensa, Un asunto de familia nos ha hecho reencontrarnos con la maestría del director japonés, tras una etapa centrada en relatos de tono menor, ceñidos al ámbito familiar, en el rol paterno, siempre con su marca e inquietudes, pero lejos de obras como Nadie sabeStill Walking época con la que conecta de nuevo. Kore-eda abre el foco para interesarse por esa sociedad que rodea a la intimidad familiar y analizar la forma en que sus normas interactúan –pocas veces de forma orgánica– con un grupo de personas de diversas edades que conviven más allá de parentescos tradicionales. La madre trabaja en una lavandería; el padre, en la construcción; la tía, en un particular peepshow de abrazos; el hijo, sin escolarizar, aprende del padre a hacer raterías en tiendas; la abuela aporta su pensión y la pequeña Juri es rescatada del maltrato para engrosar una familia donde reina el amor.

Solo Kore-eda es capaz de abrir un debate tan crudo con la delicadeza de un bisturí forrado de terciopelo.

Kore-eda insiste en su reflexión sobre la gestión del desamparo, en las dinámicas afectivas grupales que surgen accidentalmente para crear lazos nuevos, que se construyen sobre las ruinas que ha dejado el abandono. La trama de Un asunto de familia parte del acogimiento de una pequeña encontrada en la calle, que pasa a engrosar un núcleo familiar existente, para desplegar y abrir todos los ángulos y recovecos morales. La aptitud para tutelar, la capacidad legal para hacerlo, la definición misma de la paternidad/maternidad y la calidad del afecto son cuestiones que en otras manos no llegarían a impactarnos con tanta delicadeza y eficacia. El guion, del propio Kore-eda, deja suficiente espacio al espectador para montar y desmontar sus prejuicios, para sumar los factores y llegar a un destino pactado, nunca impuesto. La dureza que puede sorprender, tras una serie de filmes más tiernos, resulta justamente de esa apertura, de la escritura desnuda que deja la piedra en nuestro tejado a la hora de formular un juicio moral que el director jamás insinúa.

La excelencia del discurso narrativo y su vehiculización son inseparables, porque solo con el nivel de precisión estilística que aplica Kore-eda es posible generar una conmoción fértil en el espectador, al que atrapa paso a paso con calculada y elegante  estrategia, casi en un ejercicio de metalenguaje. El japonés nunca nos prepara ni desvela sus intenciones y —sea esto deliberado o no— no es baladí tomar en consideración que el recuerdo de su obra más reciente puede crear una (falsa) expectativa sobre los verdaderos propósitos del director de Después de la tormenta

La historia de esta familia de buscavidas, que habita y abarrota una pequeña y precaria vivienda está tan bien escrita que contiene varias películas en una. La habilidad de Kore-eda para describir la interrelación, las actitudes y los afectos de los niños y adultos, nos conduce encantados a un giro argumental sorprendente, que sobredimensiona lo visto. Es ahí donde la película ganadora de la Palma de Oro en el último Festival de Cannes revela algo más que la realidad escondida y los secretos del grupo, vehiculando la tesis de su director: las reglas morales y las leyes no pueden validar o invalidar formas de vivir libremente escogidas, para dar respuesta al instinto humano y sus necesidades.

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