A lo largo de la historia de la arquitectura han existido parejas profesionales perfectas. Mujeres y hombres que, habiendo estudiado la misma carrera, en un momento determinado de su profesión deciden aunar esfuerzos para conseguir un objetivo común: diseñar, proyectar, construir edificios y espacios para satisfacer las necesidades del ser humano. Desgraciadamente, la historia no ha sido demasiado justa con estos tándems arquitectónicos, ya que en la mayoría de los casos, en igualdad de condiciones, todo el reconocimiento profesional recaía en uno de los 2 miembros. Tradicionalmente la relegada solía ser la arquitecta.
Si repasáramos los tándems clásicos de la arquitectura comprobaríamos que son numerosos, pero los más llamativos son aquellos en los que la mujer aparece a la sombra de los grandes nombres de la arquitectura que se estudian hoy en día.
El primero de ellos es el formado por el polémico Frank Lloyd Wright y la arquitecta Marion Mahoney. Frank era un hombre que no se detenía ante nada ni ante nadie, seguro de sí mismo, de carácter impulsivo, con una historia personal intensa, no exenta de amoríos. No se lo pensó dos veces y, tras dejar a su primera mujer, abandonó su estudio de Oak Park y se fugó a Europa con la esposa de un cliente. En aquellos momentos el estudio tenía varios proyectos en marcha, pero ninguno de sus antiguos empleados quería hacer responsable de ellos, por lo que era necesario contratar a un arquitecto. Frank le pidió a su asociado Steinway Hall que contratase a uno para terminarlos. Steinway apostó por la joven Marion Mahony, la segunda mujer que había conseguido graduarse como arquitecta en el prestigioso Instituto Tecnológico de Massachusetts, convirtiéndose así en la única mujer proyectista del estudio de Wright.
Marion era una apasionada de la cultura japonesa, de sus pinturas y sus grabados, por lo que decidió utilizar algunas de sus técnicas, la acuarela, para presentar los proyectos. Una técnica que se aprecia en los primeros anteproyectos de Wright, con unos trazos finos y delicados de gran elegancia formal que marcaría las pautas a la hora de presentar los futuros proyectos. Juntos diseñaron hermosos ventanales, chimeneas, mobiliario, carpinterías, etc. lo que contribuyó a que creasen un estilo muy personal, visible en las casas de la pradera, las de de Decatur y las de los hermanos Robert y Adolph Mueller. La relación profesional terminó al casarse con el arquitecto Walter Burley Griffin con el que inició una nueva etapa y desarrolló numerosos proyectos, entre ellos, en la nueva capital de Australia, Canberra.
Otro de los más conocidos fue el compuesto por Le Corbusier y la arquitecta y diseñadora francesa, Charlotte Perriand, conocida como la parte humana de Le Corbusier. Su primer encuentro fue en 1937. Ella tenía 24 años cuando se presentó en su estudio de Paris dispuesta a trabajar. El altivo Le Corbusier nada más verla la recibió con un aquí no bordamos cojines. A pesar de esto, Le Corbusier, tras hablar con su primo Pierre Jeanneret, arquitecto y colaborador suyo y ver algunos de sus trabajos, decidió darle una oportunidad. Quién le iba a decir, que gracias al espíritu innovador de esta mujer, juntos crearían una colección de piezas de mobiliario que pasarían a la historia del diseño, entre la que destacaría su icónica Chaise Longue 1928.
Pero 10 años al lado de Le Corbusier no debieron ser fáciles, así que se despidió y continuó su carrera profesional en solitario. Hoy en día es considerada una de las primeras arquitectas impulsora de la arquitectura interior moderna.
Otra historia particular, por su parte emocional es la de la arquitecta y profesora estadounidense nacida en Lushan (China) Anne Griswold Tyng y Louis Kahn.
Anne fue compañera de pupitre de Walter Gropius y Marcel Breuer y una de las primeras mujeres en recibir un Premio de Arquitectura por la Universidad de Harvard (Massachusetts, 1944). Aunque trabajó con algunos de los mejores arquitectos de la época, empezó a destacar cuando entró a trabajar dentro del Estudio de Louis Kahn convirtiéndose así en la única mujer del mismo. Sus primeros proyectos fueron la casa Weiss, la casa Genel y su intervención en el Master Plan de Filadelfia. Pero su primer enfrentamiento con Kahn lo tuvo en el Proyecto del centro de Filadelfia. Ella tenía muy claro cómo debía ser el diseño de la City Tower de Filadelfia (1953), un rascacielos con una estructura tetraédrica. Sus amplios conocimientos en geometría fueron clave para proyectarla. El éxito fue tal que su maqueta fue incluida en una exhibición del Museo de Arte Moderno en 1960 y aquí es donde apareció el segundo problema, cuando el orgulloso Kahn no la incluyó como proyectista, aunque finalmente sí que lo haría.
Años más tarde la propia Anne en un libro escribiría:
Los pasos de la musa a la heroína son atravesados por muy pocas. La mayoría de las mujeres capacitadas como arquitectos se casan con arquitectos. (…) La arquitecta en colaboración con su marido podrá, sin embargo ser apenas visible al lado del héroe.
El tercer problema al que se enfrentaron fue que Kahn dejó embarazada a Anne, lo que suponía un auténtico escándalo para la época, puesto que él estaba casado. Para evitarlo, Anne tuvo que emigrar a Roma. Pero una mujer como ella fuerte e inteligente, decidió sacar provecho de su exilio forzoso dedicándose a estudiar ingeniería estructural. Los conocimientos allí adquiridos, relativos a la exactitud milimétrica y rigor geométrico características más propias de las ingenierías, le sirvieron para que combinados con los estéticos y compositivos de la arquitectura, diseñase unas soluciones estructurales deslumbrantes que se pueden apreciar en edificios como la Galería de Arte de la Universidad de Yale, la propia City Tower de Filadelfia o la Casa de Baños Trenton, lo que le llevó a ganarse el sobrenombre de la estratega geométrica de Kahn.
En la actualidad, el panorama arquitectónico ha cambiado gracias a la valentía de mujeres como Marion, Charlotte, Anne y otras muchas, cuyo esfuerzo y dedicación ha sido necesarios para conseguir que se reconozca la igualdad entre profesionales. Estos tándems arquitectónicos son el ejemplo más claro, de los grandes resultados que se obtienen cuando se trabaja en equipo, cuando cada una de las partes que interviene tiene el mismo protagonismo e idéntico objetivo, pero la diferencia de caracteres o forma de ver nuestro entorno, es lo que nos hace únicos pero, a la vez, complementarios.
Se crea así una simbiosis magnífica en la que es imposible discernir que o quien ha hecho que, porque las obras resultantes de estas uniones son impecables. Tal es el caso de parejas como la formada por la arquitecta y profesora de Princeton Elisabeth Diller y Ricardo Scofidio. La crisis económica de 1979 les obligó a reinventar su estudio de Chelsea (Manhattan), anticipando las dificultades que se presentarían en el mundo de la construcción. Ellos apostaron por la difícil tarea de compaginar ser arquitecto y artista (intelectual y creativo) y decidieron centrar su actividad en diseñar performances e instalaciones efímeras/permanentes que interactuasen con los edificios, transformándolos y dotándolos, a través del despliegue de imágenes, objetos y signos, de significados alternativos.
Sus instalaciones y performances utilizan y combinan todas las formas de las artes posibles, desde las visuales a las escénicas, como, por ejemplo, las Performances de Columbus Circle (1981) donde colocaron 2.500 conos de tránsito naranja en la tradicional intersección de Manhattan durante 24 horas para descubrir patrones de movimiento.
Aunque mi proyecto favorito es la rehabilitación de la High Line de Nueva York, un parque urbano elevado construido sobre una antigua línea de ferrocarril. Es una auténtica delicia pasear y recorrer sus más de 2 km deleitándose en la contemplación de los edificios (Zaha Hadid, Frank Ghery entre otros) y jardines que lo acompañan en su trazado, perfectamente dividido en tres secciones, a las cuales se puede acceder a él por diversos puntos.
Otro tándem internacional destacado es el japonés compuesto por Kazuyo Sejima y Ryue Nishizawa (SANAA), ganadores del Pritzker de Arquitectura en 2010, y autores de obras, entre otras, como el Nuevo Museo de arte contemporáneo de Nueva York o el Centro de aprendizaje Rolex de Suiza, recién terminado.
En España también existen muchos binomios arquitectónicos perfectos como el formado por Fuensanta Nieto y Enrique Sobejano (Nieto y Sobejano Arquitectos) con sede en España y Berlín. Este matrimonio se conoció en la Universidad de Columbia (Nueva York), aunque ya habían sido compañeros de estudios de la Escuela de Arquitectura de Madrid.
Su arquitectura valiente y audaz es capaz de poner en valor el patrimonio histórico, mediante un inteligente diálogo entre lo moderno y lo antiguo, la geometría y la materia. Sus edificios hablan de un pasado remoto (antigua ciudad hispano romana) como el Museo Madinat Al Zahra (Córdoba, 2009) y de un futuro cercano (sistemas constructivos prefabricados de estricta modulación geométrica, marcados por la rapidez de ejecución) como Palacio de congresos de Aragón (Zaragoza, 2008). Han sido los primeros españoles en recibir la Medalla Alvar Aalto en 2015.
Continuamos hablando de futuro y de los nuevos materiales que estarán en él y que serán fundamentales para el avance de la arquitectura. Esta es la apuesta del estudio de arquitectos madrileños Selgascano compuesto por José Selgas y Lucía Cano. Ellos anticipan un futuro en el que el plástico EFTE, fibra de vidrio, metacrilato, etc. se convierte en el auténtico protagonista.
Para empezar, su propio estudio de arquitectura ya nos da una idea de la personalidad de esta pareja. Ellos querían poder trabajar bajo los árboles, pero en medio de la parcela había una antigua piscina, ¿Lo consiguieron? ¿Cómo? Haciendo uso de su extraordinaria capacidad de invención e ingenio. Una propuesta radical, un volumen rectangular sencillo, una pieza en color blanco, semisoterrada ocupando el espacio de la piscina. Esta pequeña obra realizada en metacrilato permite una vista horizontal de la parcela consiguiendo una integración total con la naturaleza que lo envuelve.
Otro ejemplo, el Pabellón de verano de la londinense Serpentine Gallery (2015), realizado en plásticos EFTE oscuros y traslúcidos de múltiples colores que configuran una serie de corredores, a través de los cuales se accede a los espacios interiores, inspirados en la caótica (y de múltiples capas) red del metro de la capital inglesa.
Por último, también arquitectos como el resto, pero con una visión muy original y divertida de la arquitectura, son el dúo creativo valenciano formado por Daniel Rueda y Anna Devís. Una pareja que se dedica a viajar y fotografiar el mundo jugando con la perspectiva y la geometría. Sus imágenes combinan los blancos y grises con colores fuertes componiendo entornos divertidos, alegres y optimistas, de gran riqueza visual. Una perfecta integración entre individuo y entorno arquitectónico repleto de magia y simbolismo.
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