Desayunar una película de Yorgos Lanthimos no es cosa banal, sobre todo si amanece un día radiante en el horizonte de una costa legendariamente bella. Y tal como sucedió ayer con Haneke, estos momentos son los que hacen olvidar que llevamos una semana durmiendo tres horas, a dieta de cinco películas por día. Y estos momentos, también, son los que nos convierten en los privilegiados cuyos ojos serán los primeros en ver la obra de los grandes maestros.
The Killing of a Sacred Deer es la primera película rodada en Estados Unidos por el director griego, que sitúa a la familia protagonista (una más en este festival) en Cincinnati, el cirujano cardiovascular Steven (Colin Farrell), su esposa Anna (Nicole Kidman) y sus hijos Kim (Raffey Cassidy) y Bob (Sunny Suljic).
La frialdad y el desasosiego que transmiten las primeras imágenes, apoyadas por una pieza clásica de inquietante augurio, va tomando cuerpo con el encuentro de Steven con un adolescente; su diálogo carente de contexto que nos permita saber qué relación les une; la relación entre los cuatro miembros de la familia cuyo afecto e interés mutuo parece impostado; las réplicas de excesiva intimidad dentro de una charla formal; la práctica sexual entre la pareja protagonista es un juego que Anna llama “anestesia total”, en la que se ofrece pasivamente a su marido…
Los elementos que preludian y van instalando el terror se van acumulando con ese estilo que tiene Yorgos Lanthimos de hacer que parezca normal lo que sucede, a pesar de las pequeñas distorsiones que apreciamos dentro de la expectativa natural del espectador. La lógica Lanthimos nos posee y ya no cuestionamos nada, ni la verosimilitud ni el cómo, cuando el adolescente Martin (Barry Keoghan), que visita regularmente a Steven le lanza un órdago que le obliga a un profundo dilema moral.
Entre los argumentos de El cabo del miedo y La decisión de Sophie, que nos parecen casi ingenuas, The Killing es un filme perturbador y terrorífico, porque tiene sus propias reglas, lejos del efectismo, y porque no instala en nosotros la compasión sino el puro terror.
El espectador no puede apoyar a las víctimas de una venganza griega, porque no parecen humanas, el miedo no lo pasamos por ellos, el horror no se vive de forma vicaria, porque está dentro de nosotros. No se trata del malo contra los buenos, sino de contemplarlos a todos en una situación donde salen mal parados, porque nadie es inocente y la vida es un círculo que completar.
Colin Farrell y Nicole Kidman (que parece un guiño a Eyes Wide Shut) forman una pareja creíble, con unas interpretaciones sobresalientes en un filme de horror ejecutado con manos de cirujano. Ya tenemos en Yorgos Lanthimos otro claro contendiente para el palmarés.
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