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Cine y Series

50 años de “El exorcista”

En Hermosos y malditas, Cine y Series martes, 8 de agosto de 2023

Jesús García Cívico

Jesús García Cívico

PERFIL

Hace 50 años del estreno de El exorcista (William Friedkin, 1973) y hace solo uno de la última lista Sight & Sound, en la que la revisión en clave de género y diversidad étnica fue la nota principal y, posiblemente, la explicación micro-sociológica de que la posición número uno la ocupara el estupendo film de la directora belga Chantal Akerman, Jeanne Dielman, 23, quai du Commerce, 1080 Bruxelles.

No figura en la lista el film de la niña poseída y es raro, porque sí incluye, justamente, excelentes títulos del género del terror. La primera en la lista es Psicosis (Alfred Hitchcock, 1960) que ocupa el puesto 31. A continuación, la sobrevalorada (a mi juicio) y con el fundamental problema del casting, El resplandor (Stanley Kubrick, 1980) se sitúa en el 88. Déjame salir (Jordan Peele, 2017) en el 95. ¿De verdad el film de Jordan Peele, bastante inferior, por cierto, a Us y a Nop!  merece más reconocimiento que el mejor giallo de Argento o el Frankenstein de James Whale?

La inspirada, anacrónica y sensual Don’t Look Now (Nicolas Roeg, 1973) ocupa el puesto 114 de la lista disponible en el British Film Institute y la visceral y poética La matanza de Texas (Tobe Hooper, 1974) el 118, el mismo lugar que La cosa (John Carpenter, 1982) –una gran alegría personal, pues corrobora que no fue un sueño de la catarsis el shock estético que sentí a los 13 años al ver The Thing en el desaparecido cine Martí.

Encontramos Vampyr (Dreyer, 1932) en el 146 como Alien, el octavo pasajero (Scott, 1978) con sus influyentes pautas ficcionales y una serie de méritos de producción que deberían haberla aupado más alto. Vemos en el 169 a Under The Skin (Jonathan Glazer, 2013) un film que contó con todo el apoyo de Cahiers du cinema. Para la publicación francesa fundada por André Bazin, Jacques Doniol-Valcroze y Joseph-Marie Lo Duca, la historia de la alienígena en busca de carne terrestre fue una de las diez mejores películas de la década 2010-2019); Los pájaros (Hitchcock, 1963) en el 185, Nosferatu (Murnau, 1922) en el 196; Suspiria (Argento, 1977) en el 211.

La presencia de films de terror se cierra con Possession (Zulawski, 1981) y Videodrome, (Cronenberg, 1983) 243.

Una vez pasada la sorpresa e inhibida cierta apresurada ranciedad, uno diría que la lista era fresca y no estaba del todo mal, quizá en lo que toca a nuestros miedos, una de las mayores injusticias fue la ausencia posiblemente woke de Peeping Tom (Powell, 1960) o la magistral «trilogía del apartamento» de Polanski: Rosemary’s Baby, Repulsión y El quimérico inquilino.

El exorcista

El exorcista es, a mi juicio, no solo un gran film de terror, sino una de las mejores películas de la historia del cine. Un hito de la fisicidad y de la madurez de la industria. Su importancia a otros efectos, es difícil de calibrar. En Filosofía del terror o paradojas del corazón, Noël Carroll sitúa el film del irregularísimo William Friedkin como ejemplo de la trama de descubrimiento complejo y como eje de una transformación de calado en los patrones de lectura y visión de historias de terror de una de las décadas que suponen un punto de inflexión en nuestra historia estética, política, ideológica o simplemente cultural. A El exorcista siguieron una serie de flojas imitaciones como Abby (William Girdler, 1974) o The Devil’s Rain (Robert Fuest, 1975) pero también una inspirada, imaginativa y truculenta Anticristo (Alberto De Martino, 1974), una joyita a mi juicio, que supo enriquecer la historia de las posesiones con las consabidas dosis de sexo turbio y psicoanálisis degradado de tono giallo que caracterizaban el exploitation italiano de los 70.

La historia del demonio en Georgetown fue un mojón en el camino del cine maduro (de inteligencia adulta y no solo de sensibilidad adulta) hacia su desaparición y hacia el previsible panorama, medio siglo después, de una cartelera monopolizada ya por la sensibilidad infantil más cursi y por una fantasía adolescente propia de la nueva irresponsabilidad neoliberal en lo que toca al progreso social o el bien común: cine de super héroes según el molde del aceleracionismo dark de Nick Land, franquicias con actores momias y nostalgia vacía, saga de roba coches descerebrados incapacitados para la conversación, terror efectista ¡con sentimientos moñas! y muchas dosis de paternalismo naïf, moralina woke y sexualidad de anuncio de colonia sado-maso que habría hecho vomitar al Marqués de Sade o al mismísimo Georges Bataille.

1973 fue el año en que se publicó Carrie, la primera novela de Stephen King. Fueron años estupendos para el mundo editorial en lo que toca al terror. Unos años antes, en 1967 había aparecido Rosemary’s Baby de Ira Levin. Dos años más tarde, el Mephisto Waltz (1969) de Fred Mustand Steward que allanaron el camino del bestseller de Tom Tryon El otro (1971), la novela El exorcista de William Peter Blatty (1971) y el Salem’s Lot de Stephen King (1975).

El exorcista

Carrie, es un mito moderno, Karras también, un personaje trágico propio de un Sófocles moderno. A finales de los setenta, apareció una pléyade de autores que satisfacían la demanda editorial creada alrededor del estreno de El exorcista: Charles L. Grant, Dennis Etchison, Ramsey Cambell, Alan Ryan, Withley Striber, James Herbert, T. E. D. Klein, John Coyne, Anne Rice, Michel McDowell, Dean Kootz, John Saul y muchos otros.

A pesar de que se decanta por la explicación sobrenatural, lo que la aleja del fantástico (que en la tesis de Tzvetan Todorov es un género que vacila y deja siempre abierta la explicación material), El exorcista tiene no solo unas interpretaciones sino unas situaciones inquietantemente verosímiles, una fotografía para enmarcar, un clímax antológico, una música electrónica mítica, una sequedad cruda, una temperatura gélida y ese realismo áspero que el director de Chicago descubrió en la formidable French Connection con uno de los finales abruptos y metafísicos más impactantes de la historia del cine.

Uno se pregunta si con tanta revisión en clave de género y minorías preteridas no habrá lugar algún día para la reivindicación del cine de terror cuya ausencia en festivales no específicos muestra un raro prejuicio.

Hay mucho drama y pocas historias de terror. Igualmente es llamativa la ausencia de comedia en la lista Sight & Sound. Es posible que el gran prejuicio cultural tenga como víctima el temblor y la risa, justamente los vectores que nos constituyen y modelan la forma idónea de habitar este planeta. ¿Por qué es más respetable el drama que el terror o la comedia? ¿Por qué es más serio? ¿Y de qué naturaleza es la esencia de esa seriedad?

El género de terror le habría encantado a Aristóteles como le encantó a Mark Fisher, el crítico cultural. Yo incluiría entre las mejores películas de la historia del cine a secas, cuatro títulos con el sello del «monstruo»: The Old Dark House, Frankenstein y La novia de Frankenstein del gran James Whale – y La mujer pantera de mi tándem del cine preferido: Val Lewton y Jacques Tourneur. Solo algunos paladares desprejuiciados podrían apreciar por lo demás, la meritoria mezcla de géneros, el talentoso ritmo y una serie de acentos postmodernos de Un hombre lobo americano en Londres, el mejor film del bueno y sencillo John Landis y una película de la que un día alguien dirá que fue una genialidad.

Yo aprendí cierta ética con El exorcista: a escuchar con atención las historias de los demás o a ser reservado como el cura que no cuenta a sus colegas el episodio de la micción. Y a reconocer las otras voces afónicas de las que no habló W. G. Sebald, la del cura sacrificado de origen extranjero que no ocupaba la carátula del film: una injusticia moral en términos de reconocimiento y es que el protagonista del regreso entre los buenos de Linda Blair era el doliente y humilde padre Karras (Jason Miller) de origen PIGS (ese acrónimo peyorativo  con el que medios financieros del norte de Europa se refierieron a cuatro países del sur de Europa: Portugal, Italia, Grecia y España) y no el nórdico ahorrador y estirado de Merrin (Max von Sydow).

Hermosos: años 70.

Malditas: demostradas limitaciones de David Gordon Green en el Blumhouse reboot de El exorcista 2023.

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