Una de las cosas que mejor aprende el estudiante de filosofía política es que un filósofo radical no es un pensador extremista. El carácter radical de una filosofía indica que ésta se dirige (o, al menos, tiene el empeño de dirigirse) a la raíz de las cosas. La filosofía es, además, un tipo de saber problemático. Otra evidencia acude pronto al interesado por el pensamiento: la mejor filosofía cuestiona las jerarquías establecidas, los dogmas, los discursos del poder. Es decir, la filosofía tiene que ver con la duda pero también con la valentía.
Del pensador esloveno Slavoj Žižek (Liubliana, 1949), uno de los más leídos de nuestra época, se suele decir que es un filósofo radical. Yo no estoy seguro de ello pero es porque no estoy seguro de casi nada y hasta dudo de que la raíz de las cosas sea el mejor lugar para comprenderlas bien. Si relaciono a Žižek con la radicalidad filosófica es porque entiendo que ese elogio indica también que una forma de pensar es libre y valiente.
Nunca se insistirá suficiente en lo necesarias que son las humanidades y, en concreto, el estudio de la filosofía, para la formación de ciudadanos capaces de hacer frente a la vida, al telediario, a las tertulias, a los complejos desafíos de la democracia y, en particular, a la estúpida senda en la que nos hemos embarcado. Žižek como Sloterdijk, Bauman, Saskia Sassen o Byung-Chul Han son pensadores y pensadoras actuales muy atractivos cuya lectura podría servir no solo para entender qué está pasando sino para blindarnos contra la zafiedad y la majadería generalizada.
El último libro de Žižek, La nueva lucha de clases. Los refugiados y el terror, (Anagrama, 2016) es una buena manera de descifrar el ruido de las bombas que explotan en los pubs de Europa (ese cínico invernadero) y por qué sisea en la garganta del Starbucks Coffee el cuchillo de un solicitante de asilo, lleno de odio y de granos. Es también, una buena forma de introducirse en este filósofo comprometido, punk y con desconcertantes detalles de starlette. Sus preocupaciones son todas ellas problemas de actualidad, su enfoque teórico esta transido de fuentes de la cultura popular y en su perspectiva se integra de forma ágil la crítica cultural, la justicia social, el pensamiento de Jacques Lacan y la crítica del capitalismo. Normal que guste.
Con todos los aciertos formales de este ensayista contundente y polémico, creo que lo mejor de La nueva lucha de clases. Los refugiados y el terror, como en la mayoría de libros de Žižek es el diagnóstico: el principal problema de nuestro planeta es la insoportable brecha socioeconómica, entre clases y en términos globales. Es el capitalismo global y sus juegos geopolíticos la causa fundamental de la existencia de los apartheids y de refugiados. Los talibanes, como los islamófobos, explotan a su favor esta miseria.
El conservador populista de EEUU consigue que el obrero o el campesino empobrecido odien a los liberales decadentes que beben caffè latte, conducen coches extranjeros, defienden el aborto, la homosexualidad […]. El malestar por las privaciones económicas de los excluidos es hábilmente presentado por el talibán o por el político sin escrúpulos como conflicto de identidades. Desde la perspectiva del propio interés, el votante de Trump o PEGIDA vota su propia ruina. No peleará con la multinacional que ha transformado el paisaje que veía desde la ventana, ni anhela los privilegios del gestor financiero que ha convertido su hipoteca en un tormento, no lucha contra la distribución económica, sino contra el inmigrante, el gay o la mujer que se incorpora al trabajo.
Las clases dirigentes toleran toda la bazofia moral de cuestiones tan estúpidas como el «choque de culturas» porque de esa manera las clases bajas expresan su furia sin interferir en sus intereses económicos. La izquierda, dice el esloveno, debería recuperar el contacto con ellas y no tacharlas de «basura blanca racista». El filósofo apunta a la izquierda liberal atrapada en sus buenas intenciones, a las religiones que permiten agresiones físicas pero también verbales contra las mujeres, la pedofilia, los entramados criminales del Islam, pero también del cristianismo y del judaísmo.
La actual marcha de la cosas conduce a la catástrofe. Como si quisiera Žižek que continuáramos las cosas donde las dejamos la última semana en El Hype (la esperanza sin optimismo de Eagleton), la lucidez realista es imprescindible: La postura realmente valiente consiste en admitir que es probable que la luz al final del túnel sea la del tren que se acerca en dirección contraria.
Los actos de ISIS no son una reacción frente al colonialismo brutal de Occidente, ni siquiera contra la complicidad de EEUU, Europa y Turquía en el infierno en que se han convertido Siria, Libia, El Congo o Afganistán: son el reverso islamofascista de los racistas europeos antiimigración (otra cara de una misma moneda). Es en la recuperación de la conciencia de la explotación (hoy de la exclusión) y de la lucha de clases, donde sitúa Žižek la clave del problema de los refugiados: Sin esta idea global, la patética solidaridad con las víctimas de París es una obscenidad pseudoética.
La nueva lucha de clases no es un libro perfecto. No comparto el tono esencialista en la caracterización del refugiado ni las generalizaciones con la cultura del Islam, me chirría la confusión entre tolerancia y respeto; hay lapsus jurídicos vergonzosos (el asilo es un derecho humano que debe garantizarse, no una prerrogativa política discrecional). Sin embargo, hay dos grandes argumentos a su favor: de un lado, Žižek siempre sube el nivel del debate, no sólo hace mirar detrás del dedo que señala al culpable sino también detrás del Like it del solidario; de otro, dibuja lúcidamente el mapa de la catástrofe, ¿quién transformará las cosas? Parafraseando a Gandhi, nosotros: nosotros somos aquellos a los que estábamos esperando.
Hermosos: Libros de filosofía
Malditas: Demagogias
Jesús García Cívico 5 septiembre, 2016 11:02 am
Gracias por tu comentario, Carlos. Sí, yo también creo que las cosas dependen de nosotros, en la medida en que la democracia es un formato de la responsabilidad. En el caso que dices, el poder judicial, creo que hay importantes matices puesto que de las resoluciones judiciales son responsables los magistrados o el juez. También coincido en la reivindicación del pragmatismo (pero no del que conocemos).
Un saludo.
Jesús