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Cultura

Terry Eagleton: perder el optimismo (sin abandonar la esperanza)

En Hermosos y malditas, Cultura 19 julio, 2016

Jesús García Cívico

Jesús García Cívico

PERFIL

Creo que es posible convenir en que durante las últimas semanas un sentimiento afín al abatimiento se ha apoderado de muchos de nosotros.

Para quienes seguimos leyendo en verano los periódicos, para quienes buscamos en calzoncillos las noticias en los informativos televisivos (donde quiera que estén), el estío aboca al fatalismo: arden bosques y con ellos parcelas de mundo de los que depende la fresca belleza de la vida; mueren ahogados a decenas los buscadores de refugio, seres de nuestra misma especie a los que Europa escupe en la cabeza antes de que les estallen los pulmones, se viola en grupo a las mujeres, la corrupción se recompensa y todo resulta tan mediocre que hasta Portugal levanta la Eurocopa.

El último libro que he leído tiene que ver con un sentimiento relacionado con todo esto: la esperanza. Su autor es el tipo de pensador que destruiría con una lanzallamas todos los libros de autoayuda. Pero no sólo por eso nos cae bien. Terry Eagleton (Salford, Inglaterra, 1943) es uno de los filósofos más divertidos que conozco y uno de los que se toma más en serio el análisis del tiempo en que vivimos.

Esperanza sin optimismo

Esperanza sin optimismo (Taurus, 2016) es un análisis erudito (bastante exigente con el lector) de los materiales de los que está hecha la esperanza. Es también, como no podría ser de otra forma dada la conocida mala leche del autor, una crítica al optimismo ensimismado y a la obstinación patológica en el éxito (EEUU, Corea del Norte), una invectiva a la falta de compromiso, a la estupidez (y a la dejadez) de la industria del pensamiento.

Las líneas de este crítico de la cultura contra el optimismo patológico (aquel que confía en que todo termina necesariamente bien) me parecen muy útiles para entender lo que ha pasado en España en las últimas semanas. De acuerdo con Eagleton, para los conservadores el futuro no es sino un presente perfeccionado. Los neoliberales han alcanzado su paraíso y por eso ya no les es dada la esperanza. La izquierda utópica asume el dolor del presente en nombre de una redención de los olvidados escrita en el mapa del tiempo: ya sólo esperan.

El optimismo como forma de fatalismo le encadena a uno a su jovialidad. El optimista sencillo es impermeable a los argumentos racionales. En eso coincide con el relativismo moral, ese que defiende que no hay argumentos para decidir entre invitar a tus amigos a cenar o colgarles de una viga.

Al contrario de lo que cree el optimista (y el posmoderno), la esperanza no está incorporada en la estructura de la realidad, debe basarse en razones. Creer en el progreso en la historia (hoy no se queman brujas, ni se sacan muelas sin anestesia) no implica confiar en que la historia avanza en un ascenso continuado. Los «optimalistas» (quienes como Leibniz piensan que habitamos el mejor de los mundos posibles) están tan desprovistos de esperanza como los nihilistas: no la necesitan.

Anselm Kiefer, Iron Path, 1986

Anselm Kiefer, Iron Path, 1986

El optimismo es conservador, un componente típico de las ideologías de las clases dominantes. No reconoce, no puede reconocer, la gravedad de la situación: la arrogancia del poder, la obstinada presencia del horror, la violencia y la tortura en el mundo, el egoísmo más estúpido y cortoplacista, la generalización de la falsa conciencia, el profundamente arraigado deseo de hacer daño, explotar y humillar.

El optimismo profesional (pensar que las cosas van a ir bien sólo por el hecho de que uno es optimista) no es una virtud, en el sentido en que ser pelirrojo o tener los pies planos tampoco lo son. En nuestra época el optimismo es tan nocivo como el pesimismo: ambos consideran, por uno u otro motivo, que las cosas deben seguir su curso.

Verlo todo negro o ver las cosas del color de las rosas son dos variantes del astigmatismo moral. Frente a ellas, la esperanza cargada de expectativas es un deseo racional por transformar condiciones de vida urgentes y concretas: el cupo de refugiados, el material de las escuelas, las ayudas a la dependencia, la posibilidad de comprar pescado una vez a la semana.

Gerhard Richter: Marina

Gerhard Richter: Marina

A diferencia del optimismo, la esperanza ha de aprenderse, no se alimenta a sí misma, se cultiva con la disciplina y la práctica. Acepta la posibilidad (muy seria) de la derrota pero no capitula ante ella. Es una idea racional que confía en que las cosas pueden transformarse si se lucha. La esperanza y el optimismo temperamental son irreconciliables.

En mi opinión, su último libro no es perfecto. Eagleton es demasiado indulgente con las posibilidades del pensamiento teológico y no acabo de entender su tenacidad con el marxismo (Eagleton es discípulo de Raymond Williams) pero para muchos de nosotros la mala baba de Eagleton es imprescindible. Es el azote más divertido de nuestro tiempo (y uno de los más lúcidos). Funciona muy bien contra esa forma de posmodernismo que establece que no es posible discutir sobre creencias, pero también como un medio de fortalecer con ideas nuestro compromiso.

El cambio político pasa por la refutación del optimismo. Para cambiar el mundo primero hay que constatar que está hecho una letrina. Theodor Adorno defendía que los pensadores que muestran la verdad llanamente (como Freud) hacían a la humanidad un servicio mayor que los cándidos utópicos. Hay que reconocer que las cosas no van por buen camino. En ese punto muchos pensamos que nuestra situación es crítica y que por ello hay que pelear para transformarla. Nuestra lucha dará la medida de nuestra esperanza.

Hermosos: Cuadros de Richter
Malditas: Expectativas excesivas

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