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«Mad Max: Furia en la carretera», ellas cogen el volante

En Cine y Series 15 mayo, 2015

Emilio Doménech

Emilio Doménech

PERFIL

Charlize Theron le disputa a Tom Hardy el protagonismo de la nueva acometida salvaje y enfurecida de George Miller.

En una de las escenas de Mad Max: Fury Road, Furiosa (Charlize Theron) recibe una puñalada mientras conduce con una mano y sostiene con la otra a Max (Tom Hardy), que cuelga boca abajo al otro lado de la puerta. Un par de vaivenes después, en una de esas persecuciones a modo estampida tan características de la saga, Furiosa cede el volante y remonta hasta el capó para tomar la iniciativa. De nuevo.

No es un detalle que deba subestimarse. Tal y como en su primera Mad Max, George Miller vuelve en Fury Road a ceder el protagonismo a otros mientras su Max apenas actúa como mero personaje bisagra. Y así le ha ido. En esta y en las anteriores. No hay una relación tan directa entre el marco iniciático y sus secuelas. Max es sólo el tipo que pasaba por allí; el loco que tiene que adaptarse a mundos apocalípticos para sobrevivir a ellos y de paso echar un cable a otros tantos supervivientes.

Mad Max, Furia en la carretera

La primera virtud de Mad Max: Fury Road es que la concesión de ese liderazgo va a Furiosa y al resto de mujeres que lleva con ella (y que encontrarán por el camino). Si el lector tira de hemeroteca no le será difícil encontrar un símil en el Cannes del año pasado: The Homesman, de Tommy Lee Jones, hacía casi lo mismo. El devenir de la película depende y se desencadena gracias a las mujeres, por mucho que los paños menores de algunas de las figurantes sea lo único con lo que se quieran quedar algunos. ¿El mejor ejemplo para rechazar esa tesis superficial? Una mujer desnuda pidiendo ayuda desde una torre en pleno desierto. Un simple cebo para los trogloditas.

La coronación de las féminas como absolutas heroínas de Mad Max: Fury Road, encumbradas además no sólo por el público, sino por las generaciones de jóvenes que pasean por la película, convierte al filme de George Miller en una epopeya de acción al nivel de las carreras de cuádrigas de Ben Hur. Oh, pero sin pit-stop y con María Magdalena subida en uno de los carros.

Mad Max, Furia en la carretera

Mad Max: Fury Road es un clímax de acción tras otro. El rugido de los motores, la percusión de los tambores y el estruendo de la guitarra eléctrica son una constante. Como el Brütal Legend de Tim Schafer, aquel videojuego que tenía a Jack Black de cantante heavy metal soltando mamporros con una guitarra, pero con el octanaje del Motorstorm, aquel otro disfrute consolero de carreras por cañones de barro y metal oxidado.

Lo que queda es un blockbuster que transgrede el infantilismo marveliano, descarta el conservadurismo hollywoodiense y salta al vacío hacia un mundo de fuego, cuero, pinchos y ruedas que se consagra como uno de los disfrutes más espectaculares que ha dado el cine de acción reciente -con perdón de The Raid 2-. Porque Mad Max: Fury Road es una apoteosis de 120 minutos que ya desde el prólogo, tan caótico como el primer filme, no deja ni coger aire. Y encima, luego termina de vaciarte dando cierre a todas y cada una de las curvas emocionales (y discursivas) en un finiquito redondo en el que todo es gasolina, muerte y Max; Max dejando paso al siguiente.

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