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Un Miró decepcionante

En Cultura lunes, 26 de febrero de 2018

Marisol Salanova

Marisol Salanova

PERFIL

La muestra Miró. Orden y Desorden que puede verse hasta el 17 de junio de 2018 en el Institut Valencià d’Art Modern (IVAM) reúne una serie de documentación, pintura y escultura de Joan Miró (Barcelona, 1893-Mallorca, 1983) excesivamente sobrecargada que, para muchos, se erige como la exposición del año. La exposición está comisariada por Joan M. Minguet quien pretende, a través del tipo de montaje y discurso, cuestionar un cierto orden artístico y cultural contando con un respaldo social muy importante.

Absolutamente todas las críticas hasta el momento han sido más que positivas. Como ya ocurriera el año pasado, cuando el Museu del Disseny de Barcelona acogió la muestra David Bowie is, considerada la retrospectiva definitiva sobre el polifacético músico británico, las largas colas para acceder al recinto y la euforia del personal del centro bastan para corroborar el éxito del proyecto expositivo. Sin embargo, como ocurrió con Bowie, y salvando las distancias, la expectación y el orgullo de un gran nombre en cartel no son en realidad cimientos firmes para sostener un contenido deslavazado, que carece de unión entre sus partes, que está desordenado o mal compuesto porque la incoherencia no es buscada. Se supone que asistimos a un caos controlado según el discurso pero resulta lo contrario.

Exposición Joan Miró. IVAM

Al adentrarnos en la exposición nos recibe un preludio de muros anodinos con base cromática tostada que anuncia monotonía y muestra una pequeña obra junto a un texto pretencioso. A sus lados, nos llevará de pieza a pieza ordenadas por tamaños similares a riguroso metro y medio del suelo. Un largo etcétera de incongruencias se abre paso en la siguiente sala, donde el caos va emergiendo. En teoría no es una cuestión de mal gusto, no se trata de un despropósito sino de una inteligente operación orquestada para poner en jaque a todos los públicos, una estrategia subversiva para conocer a un Miró nuevo. Uno que estaría encantado de ver ese caos aparentemente controlado, que entendería que su faceta escultórica se está aproximando de forma ingeniosa y no grotesca.

En una primera visita dominical, echando de menos la desaparecida librería Dadá del IVAM, un barrido hacia el hall confirma la entrada masiva de público únicamente interesado en visitar tan esperado evento. Se comenta la suerte de que en este horario se pueda acceder a ver la muestra, encima gratis, ya que el aforo no para de coparse y la seguridad, por supuesto, dosifica con rigor ese ir y venir. Unas turistas susurran en inglés lo poco que les ha gustado, ¿pensarán que está prohibido disentir? Sus gestos evocan una cómica clandestinidad. Alrededor, un estado del ánimo propenso al optimismo impregna el ambiente. Infantes corretean hacia la sala, la alegría se palpa en el aire, todo el mundo actúa como si esta fuese la exposición del año, efectivamente, y si lo fuera sería una auténtica lástima.

Exposición Joan Miró. IVAM

Si te encanta el personaje de Bowie no puedes haber considerado la muestra del pasado año un fiasco. Si tienes dos dedos de frente como para valorar la figura del icónico artista catalán Joan Miró no vas a cuestionar la brillantez de esta exposición. Su comisario manifiesta el deseo de reflejar con la falta de cohesión expositiva el choque que se produjo entre el orden y el desorden, cuando Miró experimentaba a lo largo de su trayectoria. Por eso, la primera sala es “tradicional” y las siguientes cada vez más confusas. Los múltiples selfies de personalidades del mundo de la cultura con la esquina plagada de carteles amontonados hasta el techo resumen el triunfo de la superficialidad.

Exposición Joan Miró. IVAM

Cuenta con 200 obras, entre pinturas, esculturas, dibujos, cerámicas, carteles y piezas vinculadas con las artes escénicas. Vídeos de índole didáctica, cuyo sonido inunda la sala, junto a las esculturas de mayor envergadura, así como piezas menores. En algunas es difícil discernir si son reproducciones porque, siguiendo una moda que esperemos que termine pronto, cuelgan arriba del todo en una pared bien lejos de la mirada lógica del público de estatura media, vamos, que no se pueden ver sin subirse a un andamio, pero de lejos queda radical, moderno, al día, generando una imagen global impactante, tanto como la del capricho de agrupar piezas cuya unión no tiene un sentido claro. La coherencia de la constante incoherencia es ya un argumento facilón. No todo vale. Del mismo modo cohabitan obras “arrastradas”. No encontramos narrativa visual sino un discurso conceptual forzado, paradójicamente sometido a los tiempos que corren, al rebufo de las prácticas curatoriales efectistas que llevan tiempo pululando en el sector.

Exposición Joan Miró. IVAM

La cuestión es discernir si la obra de Miró sale fortalecida con esta apuesta, si gana perspectiva y significado, o si el montaje de Miró. Orden y Desorden la hace parecer banal a esos nuevos públicos a los que interpela, precisamente, que se familiarizan con la sólida carrera de un artista incuestionable y que tal vez cuelguen su selfie por no salirse de la norma, por enmarcarse en el orden de la subversión categorizada, convertida en un oxímoron, susurrando para sí mismos una disconformidad inaceptable. A lo mejor no han entendido nada, a lo mejor a las pocas personas que salimos del museo perplejas y desanimadas lo que nos pasa es que esperábamos ver una dimensión del artista que en esa obcecación por el desorden expositivo se pierde. En conclusión, el ejercicio de comisariado está por encima de la propia obra, su irregularidad enuncia argumentos tan inmediatos que son insustanciales y el caos del montaje hace que sea imposible apreciar las piezas interesantes en su individualidad ni comprender el conjunto.

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