Hasta el estreno de The Room (Tommy Wiseau, 2003), el referente en cuanto a malas películas era Edward D. Wood Jr., mago de la serie B e icono del cine basura de los cincuenta. Sus obras de terror y ciencia ficción, a pesar de su escasa o nula calidad, marcaron sin embargo, un antes y un después, haciendo las delicias de generaciones enteras de cinéfilos apasionados por las extravagancias. Tal sería su impacto, que el propio Tim Burton coprodujo y dirigió un biopic basado en su vida y obra. Desde entonces, ningún director mediocre tuvo la oportunidad de provocar tanto entusiasmo entre los aficionados.
En 2003, no obstante, las cosas cambiarían para siempre. Un hasta entonces desconocido Tommy Wiseau ofreció al mundo una deplorable cinta, que logró superar la obra de Wood. Consiguió crear una película tan absurdamente mala, que resultaba espléndida. Muchos, de hecho, han llegado a considerarla el Ciudadano Kane de las malas películas. La plena ausencia de talento invertido en el rodaje de este esperpento cinematográfico despertó la admiración tanto de profesionales como de amateurs. Mientras que existen filmes que, prácticamente, por unanimidad, despiertan rechazo, aversión e incluso enfado, The Room inspira ternura, simpatía y fascinación. Sus deficiencias son tan hilarantes y evidentes, que es imposible reprobarla. Su aportación al cine fue definitiva, cambiando no sólo el concepto del mal cine, sino del cine en general.
El maestro de la inmundicia
El responsable de esta exquisita atrocidad es Tommy Wiseau, personaje de la cultura pop conocido por su estrafalario aspecto y extravagante personalidad. Parte de su iconicidad se debe, entre otras cosas, al misterio que envuelve su figura. Nadie sabe dónde nació ni qué edad tiene. Se especula que roza los sesenta años y que nació en Polonia, de donde salió para vivir una temporada en Francia. Autoproclamado fan de Hitchcock, Orson Welles, James Dean y Tenessee Williams, Wiseau cuenta con una fortuna de origen desconocido que le permitió financiar enteramente su proyecto, invirtiendo una cifra aproximada de 6 millones de dólares de su propio bolsillo.
Considerando la fama de la que goza The Room, no cabe duda de que es un proyecto muy personal. Puesto que no podía publicar su obra, ni como novela ni como obra teatral, decidió adaptarla a formato audiovisual. Wiseau temía que se perdiera la esencia de su creación, así que decidió asumir toda responsabilidad posible en el proyecto. Por ello, ejerció el rol de director, productor, guionista y protagonista. El hecho de que asumiera tanta responsabilidad, sumado a su nula experiencia en el cine, provocó una larga serie de decisiones erróneas que condenaron (o no) a la cinta para siempre. Wiseau no entendió una idea esencial a la hora de hacer cine: que un rodaje es una tarea colectiva. El excesivo personalismo invertido en The Room sería el factor principal de su fracaso, o tal vez de su gloria.
El guion y los personajes: el hilarante delirio
The Room cuenta la historia de Johnny (Tommy Wiseau) y su prometida Lisa (Juliette Danielle), cuya relación se verá en peligro cuando ella, aburrida de su pareja, busque experiencias más estimulantes en la cama de Mark (Greg Sestero), el mejor amigo de Johnny. El director quería ofrecer una obra dramática que captara el estilo de las obras de Tennessee Williams, no obstante, el efecto sobre el público fue bien diferente.
El primer borrador era imposible de filmar, debido a su excesiva duración y a la aparición de monólogos desmesuradamente largos y repetitivos, un miembro del rodaje llegó a afirmar que las frases eran imposibles de pronunciar en voz alta y que eran incluso peores que los que quedaron en el metraje final. Wiseau se oponía completamente a realizar cualquier tipo de cambio en el guion de The Room y era difícil convencerlo de hacer cualquier tipo de retoque. Según Greg Sestero en su libro The Disaster Artist, Wiseau quiso incluir escenas en las que su personaje volara con su coche. La idea era dar a entender que Johnny es, en realidad, un vampiro. Afortunadamente (o desafortunadamente, según se vea) el equipo de rodaje le convenció de lo contrario, ya que el presupuesto no podía financiar los efectos visuales necesarios.
El guion vaga por una trama inconsistente, subtramas inconclusas (como el cáncer de la madre de Lisa o el problema con las drogas de Denny) diálogos forzados, absurdos y excesivamente repetitivos, que incluyen frases como no te preocupes, no quiero hablar de ello constantemente reiteradas. A ello hay que añadir la aparición de varias escenas carentes de sentido y faltas de contexto.
Por otro lado, el guion falla completamente en el diseño de sus personajes, palpable en la nula química entre ellos y en sus inverosímiles reacciones a situaciones extremas, por ejemplo la de Lisa cuando su madre le cuenta que padece cáncer de mama o cuando Mark intenta matar a Peter, para luego seguir conversando como si no hubiese pasado nada.
Las interpretaciones del cast no lograron compensar las evidentes carencias del argumento. A pesar de que Wiseau declaró que la selección de actores se realizó tras miles de audiciones, el reparto estaba compuesto sobre todo por intérpretes principiantes. No obstante, su falta de dotes interpretativas supuso un gran complemento a semejante calamidad literaria. El equilibrio entre malas interpretaciones y mal guion es exquisitamente perfecto, generando una innumerable cantidad de escenas tan graciosas e icónicas como esta, en la que Tommy y Lisa sostienen una fuerte discusión y, dos segundos después, acaban reconciliados. Cabe destacar el homenaje que Wiseau hizo en esta escena a unos de sus héroes, James Dean.
Con todo ello, lejos de obtener un drama, produjeron una comedia, una desternillante historia cargada de hilarantes sinsentidos, cuya falta de consistencia y credibilidad son las bases de su eficacia como máquina de despertar carcajadas. No necesitaron ejercicios intelectuales para escribir chistes, simplemente tuvieron que dejarse llevar por el instinto creativo.
Aquí no hay quien ruede
Tras fracasar como guionista y como actor, resultaba bastante improbable que Wiseau pudiera destacar como director. Como hemos dicho antes, los innumerables defectos de The Room se deben, esencialmente, al excesivo individualismo de la dirección. Wiseau temía que pudiera perder el control creativo del filme, de ahí que asumiera tantas responsabilidades en el rodaje. Esta exclusividad en las competencias supuso que la película constituyera un espejo de la excéntrica mente de Wiseau.
De acuerdo con Sestero, Wiseau tomó una serie de decisiones equivocadas que inflaron el presupuesto original del filme. Entre ellas, construir sets para escenas que podían filmarse en exteriores, comprar equipamiento técnico innecesario, contratar y despedir a gran parte del equipo técnico. No obstante, la peor decisión fue la de comprar dos cámaras: una de alta definición y otra de 35 mm. Debido al elevado coste, lo más común es que este tipo de instrumental se alquile, incluso en los rodajes profesionales. A ello se sumó el hecho de la confusión de los dos formatos, por lo que rodó con dos cámaras simultáneamente. En aquella época, las cámaras digitales presentaban una calidad considerablemente inferior a las de 35 mm, por ello, a lo largo del metraje se alternaron escenas con imágenes de desigual calidad.
El rodaje llevó seis meses en un estudio de Los Ángeles con alguna escena exterior rodada en San Francisco. La cinta empleó alrededor de 400 personas, debido principalmente a los conflictos con los camarógrafos. Durante el rodaje, estos se reían tan a gusto que las cámaras no presentaron estabilidad en los encuadres. Wiseau no entendía sus risas y tuvo más de una pelea con ellos por esa razón. Estas tensas situaciones le llevaron a despedir dos veces a todo el equipo, para contratar uno nuevo. Y por si el disparate no podía ir más lejos, Sestero reconoció que de los dos productores ejecutivos que aparecen en los créditos, uno había muerto dos años antes y el otro nunca estuvo implicado en el rodaje.
El erotismo
No podíamos hablar de The Room sin hacer mención a sus escenas eróticas y es que las escenas de sexo son un gran reclamo para atraer la atención en el mundo del cine. Hay películas, como Showgirls o American Pie, cuya falta de calidad precisó desnudos para atraer espectadores y si bien no destacaron por sus aportaciones al séptimo arte, hicieron taquilla. El erotismo es una poderosa arma para cualquier director, siempre y cuando no sea Tommy Wiseau.
El erotismo en esta cinta es tan poco creíble como irrisorio, al igual que sus diálogos. Parece diseñado por un adolescente virgen cuyos conocimientos sobre sexo se circunscriben a lo visto en las películas. Hay que añadir el bochorno que suponía para Sestero protagonizar escenas de este calado. Por ello, exigió dejarse puestos los pantalones en todas sus secuencias eróticas.
Pero, si hay algo por lo que destacó esta película en el campo de la sensualidad, fue por la aportación de una nueva técnica de cópula: el sexo umbilical. Las escenas de cama que compartieron Wiseau y Danielle destacaron por la incapacidad del director de apuntar bien en el acto coital. Como puede verse en el fotograma, el acto sexual resulta confuso y tiene lugar a la altura del ombligo. No sabemos hasta dónde llegaba la formación o la experiencia de Wiseau en técnicas sexuales, lo que sí sabemos es que su torpeza a la hora de practicar sexo si bien no tuvo efecto en estimular la libido, sí consiguió arrancar sonadas carcajadas al público.
El fenómeno
Una vez concluido el rodaje, Wiseau envió la cinta a Paramount para su distribución. Habitualmente, las productoras tardan unos dos meses en dar una respuesta. Sin embargo, el film de Wiseau batió un récord al ser rechazado solo 24 horas después. Incomprensiblemente, después de muchos esfuerzos, la cinta logró estrenarse en salas comerciales de Los Ángeles. La publicidad del filme fue muy escasa, limitándose a un cartel en una de las zonas más transitadas de Hollywood en el que se veía, únicamente, el rostro de Tommy Wiseau con una mirada extraña, así como en escasos anuncios en prensa y televisión.
Tras su primera proyección, las críticas fueron destructivas. Muchos de los asistentes reclamaron el dinero de las entradas a los veinte minutos del inicio. La película parecía estar condenada al fracaso y lo que es peor, al olvido. No obstante, poco después, la suerte de The Room cambiaría para siempre.
El responsable principal de la popularidad de The Room fue el cineasta Michael Rousselet, quien, intrigado por el póster, acudió a una de las proyecciones. Pese a las advertencias del acomodador, Rousselet no se arredró, pagó su entrada y vio la película en una sala vacía. Tras su visionado, no pudo dar crédito a lo que acababa de ver. Si bien los cinco primeros minutos le parecieron decentes, todo cambió tras la primera aparición de Tommy Wiseau. El desconcierto se convirtió en atracción, dado que nunca había visto nada tan desastroso. Fascinado, llamó a varios de sus amigos, convenciéndolos para darle una oportunidad a la cinta. Así comenzó a fraguarse la leyenda de The Room.
Antes de retirarse de la cartelera, cientos de personas acudieron al cine seducidas por la idea de asistir a la proyección del filme. Aunque esta masiva popularidad de última hora no permitió recuperar el capital invertido en la producción, este pequeño éxito de taquilla permitió a Wiseau editarla para su distribución en DVD y alquilar una sala de cine para volver a proyectarla. Esta sala se llenó durante meses.
Paulatinamente, la fama de The Room se fue expandiendo por diferentes ciudades, lo que permitiría al director organizar tours para exhibirla, seguida de un Q&A con los fans, inventándose simbolismos y alegorías para explicar todas las particularidades que presentaban las escenas. Esta popularidad atravesó las fronteras de Estados Unidos, permitiéndole organizar giras internacionales.
Una vez al año, la película se proyecta en algunos cines de Estados Unidos en sesión de medianoche. Estos eventos atraen a los miles de fans que inventaron una serie de rituales, como pasarse los unos a los otros una pelota de fútbol americano cada vez que se ve a los protagonistas practicando este deporte, o tirar cucharas de plástico cada vez que una aparece en pantalla.
Esta fama y popularidad culminaron con el rodaje y el estreno de la película The Disaster Artist. Dirigida y protagonizada por James Franco y basada en el libro homónimo de Greg Sestero y Tom Bissell, narra la historia del rodaje de esta película. La producción de este filme dejó clara la inmortalidad de la obra de Wiseau.
Menos es más
Visto que esta película es un fracaso general, ¿Cómo es posible que casi veinte años después aún se celebren proyecciones especiales? ¿Cómo ha llegado a convertirse en un fenómeno de masas? ¿Por qué un filme tan espantoso ha sido capaz de seducir a un sector de la crítica?
The Room es una ominosa cinta de autor, que sea un proyecto abominable, no quiere decir que no sea cine de autor. Wiseau pretendía crear una obra original, en la que puso la creatividad por delante de los beneficios. Pretendía crear, innovar, pasar a la historia del cine como un rupturista. La obra que ofreció al mundo rebosa voluntad creativa, ilusión, ganas de impresionar, de seducir al espectador. Wiseau consiguió su objetivo, pero de una manera inesperada.
Muchas de las malas películas que vemos actualmente son fruto del encargo, de la desidia, orientadas a la recaudación masiva. Wiseau creó lo que nadie consiguió desde Ed Wood cincuenta años antes: crear una antipelícula, un referente del mal cine. Esta obra es un manual sobre cómo no hacer películas, de errores más propios de cineastas novatos cegados por la soberbia.
Tanto Wood como Wiseau consiguieron, como otros grandes del cine, convertir los defectos y las adversidades en su mejor aliado. Spielberg, por ejemplo, tuvo problemas para manejar el escualo de Tiburón bajo el agua, dificultad que, no obstante, aumentó y mejoró el suspense de la cinta. El rodaje de ¿Qué fue de Baby Jane? fue durísimo debido a la áspera relación entre las protagonistas, pero sirvió para marcar la tensión de sus personajes. Wiseau y Wood conviertieron su torpeza en beneficiosa herramienta para generar una nueva forma de crear y concebir el cine, fueron pioneros en la virtud de crear bazofia de calidad, de entender la excelencia a partir de lo cutre.
Los filmes de ambos directores se convirtieron en referentes de excepción. Del mismo modo que los estudiantes de cine deberían aprender cómo hacer cine con Casablanca o Vértigo, también deberían incluir en su lista de visionados obligados a The Room, como recurso didáctico sobre cómo no hacer cine. The Room es lo equivalente a una sardina muerta en un cubo de basura: apesta, pero reluce. Y es que en muchas ocasiones necesitamos contrapuntos como ese para poder apreciar los trabajos de calidad. Como diría Stanley Kubrick, para apreciar el buen cine, antes hay que ver mucha mierda.
The Room es una mierda, pero de oro puro.
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