La importancia en el cine mainstream del siglo XXI del director de Tenet, Christopher Nolan, es incuestionable, me imagino que hasta para sus más profundos detractores. Su particular aproximación al cine comercial, tan iconoclasta y al mismo tiempo tan respetuosa con los códigos del cine de masas, convierte a Nolan posiblemente en el director de cine vivo más importante en la actualidad y, sin duda, en uno de los más decisivos de entre los vivos y los muertos.
Cada película de Nolan es una nueva pirueta formal, un nuevo salto al vacío que obliga al espectador a desempeñar un rol activo en el visionado. Sus películas no se disfrutan simplemente sentándose en el cine y mirando a la pantalla, sino que obligan a realizar constantes esfuerzos por acceder a sus intrincados laberintos argumentales y/o visuales.
Este es, probablemente, el mayor (¿el único?) inconveniente de Tenet: como artefacto fabricado por un mago del que ya siempre esperamos un truco que nos deje boquiabiertos, su apabullante despliegue formal carece de capacidad de sorpresa. Conocemos a Nolan, sabemos de lo que es capaz, y esperamos exactamente eso.
Si Tenet fuera la obra de cualquier otro director, sin duda estaríamos hablando de descubrimiento, de diamante en bruto, de alguien con un brillante futuro por delante. La expectativa es siempre muy alta con Nolan, y eso no juega a favor, ni de él ni de ninguna película de la que se exija tanto a priori.
Pero la sorpresa es tan sólo un arma más, entre muchísimas otras, de las que dispone el cine. Ni la única ni la mejor. Y Nolan es tan listo que convierte este teórico hándicap en una de sus grandes virtudes: aún conociendo su cine y sus resortes más habituales, se esfuerza siempre tanto en retorcer esos recursos propios, que cada nueva película suya acaba convirtiéndose no en un WTF sino en un mindfuck. Para entendernos: deberían repartir ibuprofeno a la salida de los cines cuando proyectan una película de Nolan.
Tenet es lo que en el cerebro de Nolan debe ser una película de espías. Claro que ya sabemos que el cerebro de este señor, aparte de privilegiado, no tiene nada de normal. Así que sí, es una película de espías, pero al mismo tiempo su complejidad argumental impide cualquier simple comparación con James Bonds y Ethan Hunts.
Esto no significa que no tome de esas películas algunos elementos prestados, y que lo haga de manera muy obvia, además. Que la narración salte caprichosamente de una localización exótica a otra es una patente de las películas del agente 007, por ejemplo. Y que los protagonistas estrellen un avión comercial gigantesco en un hangar es una salvajada que habría firmado Tom Cruise en cualquiera de sus (excelentes) misiones imposibles.
Pero esos elementos prestados no empañan la convulsa y radical apuesta de Tenet por escapar de los márgenes de lo convencional, y ahí es donde se separa de las películas de espías que tiene de referente. Como tantos grandes artistas de la historia, que acaban dando vueltas a las mismas obsesiones, aunque parezca que sus obras son muy distintas, Tenet vuelve a insistir en el concepto del tiempo para urdir una compleja trama marca de la casa.
Para salvar el mundo de la destrucción, los protagonistas tienen que recurrir a extrañísimos viajes al pasado reciente, en los que la inversión temporal hace que las personas y los objetos se muevan en sentido contrario al que se moverían en el presente. Es evidente que el tiempo y sus fisuras son el gran tema que atraviesa buena parte de la filmografía de Nolan.
El tiempo y el espacio, cómo se interrelacionan entre sí, y cómo pueden acabar produciendo enrevesadas paradojas sobre las que Nolan apoya con frecuencia el peso de sus argumentos. Lo hizo en Origen, en Memento, en Dunkerque, y en Interstellar, cuatro de sus guiones originales no basados en ningún material previo —aunque Dunkerque documenta un hecho real, pero eso sí, a través de una historia ficticia.
Si bien la cuestión de la inversión temporal juega un papel primordial en todo el entramado, su verdadera relevancia queda bastante diluida en la primera mitad de la proyección. Aparentemente, porque la segunda mitad de la película nos revela algunas sorpresas sobre lo expuesto con anterioridad que convierten toda la narrativa cinematográfica de Tenet en un brillante juego de espejos.
No es solamente que personas y objetos estén invertidos temporalmente, sino que la propia película, a partir de un punto determinado, deshace sus pasos en términos argumentales como si fuera un reflejo de lo ya explicado. Eso mueve a los personajes a escenarios ya pisados y permite a Nolan ir desvelando poco a poco toda la complejidad que esconde la película.
Y además le da la posibilidad también de callar las bocas de aquellos que llevan años afeándole que no es un buen director de escenas de acción: en Tenet encontramos algunas de las set pieces de acción mejor coreografiadas de los últimos años. La persecución en la autopista, especialmente la segunda vez que se produce, es un perfecto ejemplo de tensión elevada al cubo capaz de helar la sangre en las venas durante varios minutos.
A Tenet quizás se le puede reprochar un excesivo torrente de datos en sus primeros compases, una tormenta que fácilmente puede desorientar. También el montaje en algunos pasajes resulta un tanto torpe, no sé si intencionadamente o fruto de que la nueva montadora contratada por Nolan —su habitual Lee Smith estaba liado con 1917—, Jennifer Lame, está habituada a lidiar con películas como Historia de un matrimonio, Frances Ha, o Manchester frente al mar, de exigencias artísticas muy distintas a las de Tenet.
Pero el espectáculo, en conjunto, es apabullante y no da tregua durante sus (¡¡cortísimas!!) dos horas y media de duración. Aparte de la mencionada complejidad argumental, que por sí sola ya es suficiente para atrapar la atención, el estruendoso diseño de sonido —con unos bajos que hacen vibrar las butacas de la sala y una música desquiciante que parece a ratos estar también invertida, como los protagonistas— impide que nadie con las orejas limpias pueda ni tan sólo bostezar.
Tiempo habrá de dilucidar qué posición ocupa Tenet en la filmografía de Christopher Nolan. Tiempo habrá, digo, porque es de esas películas que necesita más de un visionado para poder capturar todos los detalles y entresijos que dispara a bocajarro sin la menor capacidad de contención. Pero lo que está claro es que, en el actual contexto que nos ha dejado la pandemia, la existencia de Tenet ha trascendido su propia importancia como producto audiovisual.
De su éxito (o su fracaso) depende en buena medida la supervivencia del cine en salas. Así de mal están las cosas. Rezad para que Tenet sea un éxito y para que la apuesta de Disney estrenando Mulan en su plataforma digital no le salga bien. Porque podría ser que Tenet fuera la última gran superproducción que veamos en salas de cine. Si esto al final es así, por lo menos la exhibición en salas se habrá despedido de este mundo con una película brillante que roza la perfección.
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