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“Tardes de soledad”: el noble arte de la cinematografía

En Cine y Series viernes, 27 de septiembre de 2024

Ariadna González

Ariadna González

PERFIL

Albert Serra acaba de presentar en la sección oficial del 72º Festival de San Sebastián, Tardes de soledad, una película documental sobre el toreo como nunca antes se había visto. La sensación de cercanía e intimidad que se experimenta ante el metraje roza la cualidad de experiencia inmersiva. Hace vívido aquello que, para la mayoría, solo podía ser imaginado. Desde la estética, cada espectador tiene la posibilidad de hacer una cruzada libre y personal hacia su propia ética. Y es que esta película tiene el poder especular e introspectivo de poner al espectador ante sí mismo para desvelarle quién es ante lo que observa.

La película sigue de cerca al torero Andrés Roca Rey y su cuadrilla en los momentos anteriores y posteriores a la corrida y, principalmente, durante la faena en el ruedo. Si no fuera por el emplazamiento en el interior de una furgoneta y por un teléfono móvil que aparece durante escasos segundos, la ensoñación fílmica casi podría situarse en cualquier momento de los dos últimos siglos.  Los toros —cinco en total pasaron por la estocada— también son protagonistas, llenando la gran pantalla de un retrato inmenso.

Tardes de soledad.

Albert Serra estrenó Tardes de soledad en el 72º Festival de San Sebastián. Foto: Milena Fontana.

Como explicaron el director y los productores durante la rueda de prensa del festival, el documental cuenta con material rodado durante tres años y catorce corridas. Tres o cuatro cámaras eran emplazadas en diferentes puntos de la plaza para capturar planos, tendencialmente cerrados, mientras que el torero y sus ayudantes portaban micrófonos inalámbricos cuyas baterías tenían varias horas de autonomía. Sin estos avances tecnológicos, afirman, esta película no podría existir tal y como es. El público se obvia por completo, no hay ninguna voz en off ni ningún tipo de contextualización, los efectos sonoros son tan sutiles que pueden pasar desapercibidos a la consciencia. El material es directo y crudo. Se trata un ejercicio artístico que parece fluir por instinto y que da lugar a una creación penetrante y trascendental.

Cuando se le pregunta por la controversia y la protesta que ha suscitado la presencia de Tardes de soledad en el festival, Albert Serra no entra al trapo. La idea del posicionamiento le es un terreno ajeno. Sí declara que ha abordado el tema desde cierta fascinación personal y estética, pero se desentiende de las derivaciones sociológicas que ello implique. No es su cometido. Si la película “romantiza” el maltrato animal, si enaltece la tauromaquia o si acaba de desmitificarla, depende de quien la vea. Al igual que el estoque, esta obra generosa y valiente, es una espada de doble filo.

El académico González Requena afirma hablando sobre la nobleza del arte de la tauromaquia: “Ciertamente, todo arte, cuando lo es de verdad, posee, de manera indiscutible, la cualidad de lo auténtico (…) y están rodeadas [las obras de arte auténticas] de muchas otras que fingen una autenticidad de la que carecen, y lo hacen con una histriónica gestualidad que termina siendo la más evidente manifestación de su impostura”. Es interesante tener presente esta afirmación al ver la película. La literatura teórica sobre el toreo parece insuflada de propiedades  altisonantes y sublimes, de una elevación y profundidad inefables que resultan incontestables por enigmáticas e incomprensibles. En un plano más mundano, encontramos que en la plaza, y no solo, el elogio más pronunciado es el castizo “olé tus huevos”.

Esa exaltación redundante de los órganos masculinos donde tiene lugar la génesis de la testosterona alcanza un protagonismo de lo más exuberante. La mejor manera de hacer que una alabanza deje de tener relevancia y pase a ser jocosa, es la reiteración indiscriminada. Por otro lado, una de las revelaciones más notables que resulta de la película y que cae a los pies como alma desplomada, es que la presunta sacralidad del acto taurófilo y la nobleza de la lucha con el bóvido están salpicadas por el desprecio verbal hacia el animal.

Albert Serra contempla en Tardes de soledad que hay algo poético en la muerte del toro, en ese proceso en el que la vida lo va abandonando tras la lidia. En esas imágenes estremecedoras hay poesía, desde luego que la hay. Pero la poesía que reverbere en el interior de cada uno es otro tema. Los primeros planos del toro durante su tránsito hacia la muerte dan para un diagnóstico clínico de la agonía. Su cuerpo majestuoso abatido, derrotado. Los borbotones de sangre brillantes como el charol. El morro encharcado, desencajado. La lengua lánguida como un muñeco de trapo. La lucha inútil de sus fosas nasales por seguir absorbiendo la vida que hay en el aire. Los ojos en clave de terror, con esa pátina de pura incomprensión. A las puertas del colapso final, ¿qué estarás viendo por dentro? Humillado por la soberbia de los hombres, por esa ridícula necesidad de dominar, de ganar un combate amañado. Usan tu tormento para vanagloriarse. Te arrastran antes de que hayas podido morir en paz. Y en la cumbre de la infamia, te niegan lo que has sufrido.

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