La fascinación del actor y director Sean Penn por su colega de profesión devenido presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, no conoce límites. Lo hemos comprobado en su documental Superpower, estrenado en la 73ª Berlinale. El proyecto, que arrancó en noviembre de 2021, le llevó junto a Aaron Kaufman a Kiev, para entrevistar al líder en diversas ocasiones, y en una de ellas se encontraron con un suceso previsible convertido en realidad. La invasión ordenada por Vladimir Putin tuvo lugar mientras los documentalistas se encontraban en la capital y les brindó un momento excepcional.
La actividad política y humanitaria del actor estadounidense no es reciente, se desató a raíz del desastre provocado por el huracán Katrina, en 2005 —como sucedió a otros profesionales del show business como Brad Pitt, quien se implicó en la reconstrucción de Nueva Orleans—, pero fue tras el terremoto de Haití en 2010 cuando fundó la ONG denominada CORE (Community Organised Relief Effort). Las visitas al país fueron abundantemente documentadas, ofreciendo un despliegue gráfico de su labor (por ejemplo, cargando sacos en su lomo), que en estos casos justifica el exhibicionismo por la necesaria labor de difusión y llamada a la solidaridad. Esto es más relevante, sobre todo, en su país, donde la desinformación se suple con el efecto llamada del famoso de turno, que igual desfila en Ciudad Juárez que en la alfombra roja de Hollywood Boulevard.
Durante la crisis sanitaria de la COVID-19, CORE adquirió un protagonismo mayor (recordemos las vacunaciones masivas en el estadio de los Dodgers y los millones de tests realizados a ciudadanos sin recursos). No obstante, tras un informe realizado por Bloomberg Business Week, ha estallado una crisis de reputación en la organización al confirmarse las denuncias de acoso sexual y malversación, por parte de algunos miembros. Este sería un escándalo tangencial, desde luego menos clamoroso que el que envolvió a Sean Penn y Kate del Castillo en 2016, tras entrevistar al narcotraficante Chapo Guzmán, para Rolling Stone.
Con estos mimbres, el protagonista de Mystic River se enfrenta con desparpajo a su proyecto número 15 detrás de las cámaras, aunque su presencia delante de ellas es tan permanente que dudaríamos de quién es el protagonista, a no ser por el tono hagiográfico y de rendida adoración que expresa por el político. Penn describe literalmente a Zelenski como un ser de coraje y amor. El mesianismo que otorga a la figura política, líder de un país en guerra, que domina los recursos de la comunicación profesionalmente, es un riesgo poco calculado que arrastra al filme a cotas de ridículo evidente.
Las entrevistas con el mandatario resultan una sarta de eslóganes, y tras largas esperas en despachos y búnkeres, Penn no logra transmitirnos nada diferente de los discursos que el presidente ha dirigido a políticos, a colectivos influyentes e incluso a profesionales del cine, como ha hecho en las ceremonias inaugurales de los festivales. El comunicador tiene muy claro qué mensaje quiere lanzar y qué es lo que necesita de la comunidad internacional y, desde luego, puede contar con un leal altavoz (eficaz es otra cosa), a través de Superpower.
La puesta en escena, con abundantes primeros planos del director, sumido en cavilaciones, profundizando abisalmente en un torturante deseo de transmitir la iniquidad del enemigo invasor y las virtudes de estadista de su homenajeado, en un gesto de intensidad que podría conseguirle su tercer Oscar, está aderezada con un atrezzo digno de la Generación perdida. Vapeando, fumando, flanqueado por botellas de vodka, ya sea en el hotel o en los diversos medios de transporte, el actor se desmelena literalmente para que su autodenominada guía para tontos sea un cuaderno de bitácora para convencer a sus espectadores de cuál es el lado correcto de la historia.
Superpower cuenta, como es de esperar, con imágenes de archivo, se documentan las manifestaciones de Maidan en 2013, la salida del anterior presidente, Viktor Yanukovych, y la elección de Zelenski, como un mal menor. Tampoco faltan los fragmentos de la serie Servidor del pueblo y los paralelismos/identificación (¿dijimos para tontos?). El giro de los acontecimientos modificó una película que se ve construir sobre la marcha, volcada sobre todo en la propaganda para recabar ayuda en el combate a Putin, y no en trazar un perfil contrastado y documentado del político ucraniano, aunque abundan las entrevistas a ministros, a influyentes políticos y ex diplomáticos norteamericanos.
En un momento del documental, que está coproducido por VICE, Fifth Season y Projected Picture Works, Penn desciende a una trinchera y pregunta a los reclutas por su opinión de Zelenski y, en la única escena auténtica, uno de ellos contesta que lo primero es ganar la guerra, de lo otro ya hablaremos. Esperamos, sin obtenerlas, miradas a los ojos de los ucranianos, a su sacrificio y coraje, a su miedo en la desbandada, en la huida para poner sus vidas a salvo, pero en las largas colas, donde los coches se abandonan en las cunetas, la cámara solo tiene un objetivo que filmar, Sean Penn, que carga su equipaje y camina hacia el horizonte.
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