Entiendo que ahora no es ni mucho menos el momento, pero estoy seguro de que sería muy interesante entrevistar algún día Ángel Sala para que explicara lo que debe haber costado organizar el 53 Sitges-Festival Internacional de Cinema Fantàstic de Catalunya , que se celebrará entre el 8 y el 18 de octubre de 2020. No tiene que haber sido fácil, eso no creo que lo dude nadie. Así que me parece que es de justicia comenzar estas líneas agradeciendo el inmenso esfuerzo que, seguro, han desplegado todos los miembros del equipo del festival.
Obviamente, el Covid marcará este Sitges y es probable que se hable lo mismo o más de las medidas de seguridad que de la programación en sí. Lo cual no deja de ser una injusticia precisamente en este año, en el que el contexto mundial no ha hecho otra cosa que poner en jaque a los programadores de festivales de cine que han tenido que lidiar con problemas de todo tipo para conseguir armar un programa decente.
Mi intención era comenzar con un agradecimiento, y así lo he hecho. Pero al mismo tiempo no quiero caer en esa trampa de hablar largo y tendido de las medidas de seguridad, así que quien quiera consultar toda la información sobre las medidas anti-Covid de Sitges, puede hacerlo aquí.
La programación de Sitges 2020, obviamente, está marcada por la pandemia. No podía ser de otra manera, teniendo en cuenta que Sala y su equipo han tenido que lidiar con innumerables problemas logísticos para conseguir películas. El resultado es, de entrada, un llamativo descenso del número de películas que se proyectarán. De hecho, dos secciones desaparecen por completo de la programación: por un lado, Òrbita, que proyectaba películas no de género fantástico pero sí de formatos bastante cercanos, y por otro la Sección Oficial Fantàstic Fuera de Competición, que proyectaba películas que, por un motivo u otro, no se consideraban aptas para ir a concurso.
En la Sección Oficial Fantàstic Competitiva han entrado finalmente 33 cintas, sólo dos menos que en 2019. Pero todas las secciones del festival experimentan recortes, algunos no demasiado traumáticos como Panorama Fantàstic, que pasa de 24 películas a 21, o Anima’t, de 8 a 6. No han tenido tanta suerte, sin embargo, secciones como Noves Visions, que pasa de 34 películas en 2019 a tan solo 20 en 2020; Sitges Clàssics, de 10 a sólo 4; Midnight X-Treme, de 23 a 14; y las sesiones especiales, de 6 a tan sólo una.
Esto es, con todo, el dibujo de un festival a través de sus cifras. Las cifras aportan una información muy relevante, sí, pero más allá de los números están las películas, que es por lo que estamos todos aquí, en definitiva. Voy con ellas.
Si hay algo que destaca este año es la definitiva consolidación de las mujeres como creadoras de contenidos fantásticos. Ahí están cintas a priori tan sugerentes como She Dies Tomorrow, de Amy Seimetz, que juega con la idea de una pandemia en la que el virus es la idea de que uno va a morirse el día siguiente; o Relic, de Natalie Erika James, quien presentó en el pasado festival de Sundance esta historia de casa encantada; o Sea Fever, de Neasa Hardiman, que de nuevo traslada el horror a alta mar como hicieran antes películas tan poderosas como Calma total, o también una estrenada este mismo año en plena pandemia y que atesora momentos de puro miedo nada desdeñables, La posesión de Mary.
Son tres películas en sección oficial competitiva que sintetizan el papel cada vez más predominante de la mujer en el género. Un papel que Sitges viene reivindicando desde hace ya algunos años, basta recordar algunos fogonazos como The Babadook o Grave, y que debería suponer la normalización de una presencia femenina estable en los puestos de decisión creativa a la hora de hacer cine.
Cuatro nombres para retener de la sección oficial a competición: Bryan Bertino, el director de la muy inquietante Los extraños, presentará The Dark and the Wicked. Juanma Bajo Ulloa, el extraordinario director de Airbag y también el lamentable director de Rey gitano, parece que quiere volver al dramatismo perturbador de sus primeras (y estupendas) primeras películas con Baby, que, ojo al dato, no tiene diálogos. Brandon Cronenberg, hijo de su padre, podría por fin empezar a sacudirse de encima el estigma de “ser-el-hijo-de” con su segundo largo, Possessor, que promete mucha tensión y también mucha sangre. Y Quentin Dupieux, que desde su tercer largometraje, Rubber, ha conseguido que absolutamente todas su películas pasaran por Sitges y que este año trae Mandibules, la historia de un insecto gigante que seguro que estará contada a través de su particular filtro del absurdo y el sinsentido.
Fuera de la principal sección del certamen existen también algunos títulos que llaman la atención por un motivo u otro. Reseñarlos todos nos llevaría bastante más espacio del aconsejable, y es que Sitges, con recortes y todo, sigue siendo un festival mastodóntico. Sin embargo, aquí van algunos de ellos: Meandre, porque su apuesta por un escenario claustrofóbico (una mujer despierta atrapada en una tubería) la emparenta a priori con películas de grato recuerdo en la memoria de los habituales del festival como Cube. Spiritwalker, porque su argumento es de aquellos que enamoran al primer vistazo: cada 12 horas un hombre despierta en el cuerpo de una persona distinta sin saber quién era antes. Y The Banishing y The Reckoning, porque son las últimas películas de dos directores, Christopher Smith y Neil Marshall respectivamente, que han dado en los últimos años interesantes muestras de género fantástico y de terror como Triangle o The Descent.
A todas ellas sólo me quedaría añadir dos últimas propuestas: Malnazidos, porque es la película inaugural y porque llega con la divertida idea de mezclar cine bélico con cine de zombis. Y Host, que no tengo el dato de si es la primera película rodada durante la pandemia, pero el caso es que, efectivamente, se filmó en pleno confinamiento a través de una sesión de Zoom, lo que le añade ya de entrada un considerable valor añadido.
2020 es un año duro para todos, y lo es de manera muy particular con la cultura y con los acontecimientos cinematográficos como los festivales. Cannes no tuvo tanta suerte, por una pura cuestión de fechas, como la han tenido San Sebastián o Sitges. El certamen donostiarra acaba de cerrarse con un incuestionable éxito organizativo, demostrando que este tipo de eventos pueden (y deben) ser seguros. Ahora, más que nunca, necesitamos la luz tan especial que irradian los festivales de cine. Porque es en esa luz de cultura donde anida la esperanza para seguir adelante, para seguir emocionándonos con la vida. Porque la cultura es vida, los festivales de cine son en estos momentos absolutamente necesarios e imprescindibles. Por eso le deseo toda la suerte del mundo a Sitges y espero que su éxito se traduzca en que se hable de las películas lo mismo, o más, que del Covid. ¡Nos vemos en Sitges!
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