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Lo que el ojo sí ve

En Lifestyle 14 marzo, 2016

Jesús Andrés

Jesús Andrés

PERFIL

Los llaman invisibles sin serlo en absoluto… ¿Por qué parece que sus portadores son los únicos para quienes los calcetines tobilleros pasan inadvertidos?

Una de las mayores falacias en esto del vestir es la de las mal llamadas prendas invisibles. Estaban destinadas a ser la salvaguarda del pudor y han acabado siendo adalides del horror. Las creíamos desterradas pero he advertido su regreso, transmutadas, en latitudes corporales diferentes. Me explico: los pioneros en esto de teóricamente pasar inadvertidos fueron los sujetadores con tirantes de silicona. Quienes los portaban creían -cándidas ellas- que nadie reparaba en su fulgor reluciente sobre la piel… Incluso hubo atrevidas que osaron a plantarse un escote palabra de honor y, a la vez, uno de esos sostenes. El efecto «llevo-el-top-cogido-con-celo» era inenarrable.

Por fortuna, los 2000s pasaron y la tendencia dictó que lo más, en realidad, era saber cómo enseñar un elástico por aquí y una puntilla por allá. El satén y las blondas poblaron blusas y camisetas y, gracias a esa moda lencera, las mujeres pudieron despreocuparse por la visibilidad de los tirantes de sus sujetadores.

Michael Pitt

Ahora que os puesto en antecedentes, os explico mi temor ante la eclosión de un nuevo representante del gremio de las prendas invisibles: el calcetín tobillero masculino. Su territorio natural era el gimnasio, donde un par de centímetros de algodón por encima del borde de la zapatilla resultaban más favorecedores y cómodos que un calcetín a media caña. El problema es que algunos han empezado a usarlos cuando no están entre pesas y mancuernas. ¿El motivo? Se creen que siguen la moda.

Desde hace un par de temporadas, fashionistas de medio mundo han abrazado el sockless, un estilo basado en lucir zapato de vestir (Oxford, blucher, brogue, mocasín o asimilado) sin calcetín. Renunciar a llevar el pinrel enfundando da, a quien lo sabe combinar con un pantalón tobillero bien dimensionado, un plus de sofisticación. La consecuencia de pasar del calcetín, la podéis imaginar: rozaduras, ojos de pollo, llagas y hedor a Cabrales. Por eso, wannabes de medio mundo, acobardados ante la amenaza de juanetes y otras lesiones, han atado cabos: si los del gym se ven poquito y en verano a veces me los pongo con zapatillas… ¡Zas! ¡Con ellos a la calle, que lo moderno es enseñar tobillo!

Sus talones no sangran; mis ojos, sí.

Sus talones no sangran; mis ojos, sí.

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