A estas alturas de la película, Guy Ritchie no engaña a nadie. Tampoco lo pretende, y eso habla mucho en su favor, pero si quisiera engañar le resultaría bastante complicado. El ex de Madonna lleva casi 30 años erigido en uno de los adalides del nuevo discurso cinematográfico del siglo XXI, ese que mezcla sin pudor cualquier clase de referencia por anacrónica que sea, cualquier género por caótica que resulte la hibridación, hasta rozar la bulimia cinéfaga.
Ritchie no puede ocultar su personal caligrafía en casi cualquier producto que firma. Lo que ocurre es que su estilo no siempre queda bien empotrado en el material al que presta sus servicios. No es lo mismo, ni mucho menos, el placer y la diversión que producen RocknRolla, Operación U.N.C.L.E. o Sherlock Holmes, que la pesadilla que supone soportar Revolver, Lock & Stock o Barridos por la marea.
La disparidad de resultados es debida, en gran medida, a dos factores: la altura del guion que alimenta cada propuesta, y el carisma de sus protagonistas. Robert Downey Jr., por ejemplo, llena todo el metraje de Sherlock Holmes con su sentido del humor, y la película no necesita mucho más para ser un divertimento con chispa. Lo mismo ocurre con la deliciosa química que se establece entre Henry Cavill y Armie Hammer (y, un poco también, Alicia Vikander) en Operación U.N.C.L.E., que además tiene un guion bastante apañado, para ser el de un blockbuster al uso. Y en la que sigue siendo la mejor película de Ritchie hasta la fecha, RocknRolla, confluyen felizmente unos actores en estado de gracia (Gerard Butler, Tom Wilkinson, Mark Strong, Tom Hardy y Jeremy Piven: no es ninguna broma) con un guion ingenioso y rabiosamente divertido.
Rey Arturo: La leyenda de Excálibur, en cambio, no tiene ni actores con carisma ni un buen guion. Para valorar lo primero en su justa medida, un nombre: Charlie Hunnam, probablemente el tío más soso que pisará este año una pantalla de cine. Tan solo verle en el cartel español ya dan ganas de troncharse: le quitas la espada y parece un anuncio de chaquetas de H&M.
Jude Law, del cual, a diferencia de Hunnam, sí que podríamos decir que su profesión es la de actor, se lo pasa pipa poniendo cara de mala leche, pero le falta frenada y matices en su composición del malvado tío del Rey Arturo. La presencia de Eric Bana sí que se agradece, aunque dura poco. Al final lo más interesante en este apartado es Aidan Gillen, el Meñique de Juego de tronos, repitiendo un papel no muy alejado del que interpreta en la exitosa serie de HBO (pero sin bigote).
Y ya que estamos con Juego de tronos, es inevitable la comparación cuando se entra a analizar con detenimiento el guion. Fuertemente influida por la serie televisiva, también en Rey Arturo: La leyenda de Excálibur se acaban mezclando elementos propios de las leyendas de caballería (en esta caso, leyendas artúricas) con elementos más propios del cine fantástico. Pero aquí la aleación no funciona tan bien porque el guion desdibuja los personajes hasta convertirlos en arquetipos, no del cine de aventuras medievales, lo cual aún habría sido comprensible, sino del cine de acción actual: los diálogos los podrían recitar tranquilamente los Will Smith y Martin Lawrence de Dos policías rebeldes.
Y ahí es donde la película descabalga por completo, al convertir una historia de batallas y caballeros y espadas en un vehículo para la post-modernidad de Guy Ritchie. Rey Arturo: La leyenda de Excálibur nunca acaba de encontrar el tono apropiado y se queda sin ser nada, ni el relato tradicional ni la apuesta moderna. La imagen muestra castillos, paisajes majestuosos, pueblos medievales y combates épicos, pero la caligrafía va por otros caminos muy distintos, los caminos ritchienenses habituales: elipsis narrativas agresivas (como la que, al principio, muestra en tres minutos a Arturo creciendo desde la infancia hasta su versión adulta), tozudez en mostrar a los personajes con un sentido del humor casi permanente, y movimientos de cámara y montaje atropellados que pretenden establecer una comicidad autoconsciente que despierte la complicidad del espectador actual.
Han pasado ya 25 años, pero está claro que el cine de aventuras medievales todavía no ha sido capaz de superar una propuesta tan sólida (pero tan maltratada en su época) como la de Robin Hood: Príncipe de los ladrones. Que se lo hagan mirar.
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