Ni el más truculento asesino en serie soñó nunca con la facilidad actual para disponer desde casa de grabaciones de muertes reales.
Un chico se acurruca junto a la pared del foso de un tigre blanco en un zoológico de Nueva Delhi. No se sabe bien si ha caído o se ha tirado, poco importa, el felino se encuentra a medio metro de él; parece decidir qué hacer con el pobre joven, que lamentablemente no tiene más opciones que rezar. El desenlace de la situación es terrible. Lo sé, porque he podido ver el vídeo del trágico final de ese muchacho. He podido hacerlo desde el timeline de una red social; he podido mantener un debate con otros usuarios sobre el suceso, repetir el visionado, pausarlo, analizar los detalles. Hemos debatido sobre las implicaciones morales de hacer lo que estábamos haciendo. Todo esto ha sido posible -cine fórum online, crítica, discusión- porque entre el aterrorizado público del zoológico indio, alguien decidió sacar su smartphone para dejar constancia de tan impactante acontecimiento. A día de hoy nos resultaría inverosímil que nadie lo hubiese hecho. ¿Dejar pasar la oportunidad de filmar algo así?
La película Zapruder, con sus archiconocidas imágenes de los últimos momentos de Kennedy, es un buen ejemplo de cómo la muerte es susceptible de ser un hipnótico y muy potente material audiovisual. Bien es cierto que en el célebre magnicidio nada podía saber el autor de la cinta de lo que ocurriría cuando el presidente pasase cerca de él. Sí podía imaginarlo el cámara amateur del primer caso. ¿Por qué decidió entonces darle al botón de rec? Podemos opinar que para poder investigar lo ocurrido posteriormente, o para contar con un testimonio de una poco plausible actuación heroica de otro visitante o cuidador que pudiese haber irrumpido en el recinto para salvar a la víctima. Pero la realidad es que la razón más común suele ser la cruda y pura fascinación ante la inminencia de la fatalidad. Queremos poder mostrar a otros lo presenciado, volver a verlo. Como cuando la gente corría en el patio del colegio al escuchar los primeros aullidos de una pelea. Como cuando miles de internautas a lo largo y ancho del globo compartían la decapitación de Foley perpetrada y difundida por el Estado Islámico.
Sinceramente, no me gustaría encontrarme con la espalda apoyada contra la húmeda piedra de un foso, oliendo el aliento de mi futuro verdugo que espera a escasos centímetros de mí, y al levantar la vista para pedir auxilio, ver a alguien grabando mi desgracia. Se me haría un poco más difícil el trance. La curiosidad es inherente a nuestra especie, nos cuesta no mirar ahí donde está pasando algo sorprendente. ¿Pero es necesario que hagamos un género de ello? El espectador de la snuff movie de toda la vida debe frotarse las manos ahora mismo; el género ha sido superado y normalizado. Se ha vuelto comercial.
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