Ratched nos ha reconciliado con Ryan Murphy, tras la inconsistente Hollywood y la irregular The Politician, recuperando la altura de American Horror Story. Podemos considerar la historia de Mildred Ratched, sus orígenes y la construcción de un carácter como la precuela de la enfermera del mismo nombre de Alguien voló sobre el nido del cuco o mejor aún, como un spin off retrospectivo.
La novela de Ken Kesey, publicada en 1962, fue la base de la película ganadora de cinco Oscar (Milos Forman, 1975), a pesar de las inmensas dificultades y avatares que sufrió su producción. Este fue el final feliz de una historia larga y azarosa. Adquiridos los derechos por un entusiasmado Kirk Douglas, fascinado por el personaje de Randle McMurphy, la llegó a llevar a Broadway en un montaje tan moderno para sus coetáneos, que sufrió un rotundo fracaso. Antes, ya se había tragado la decepción de que Milos Forman, a quien mandó el libro a Checoslovaquia, no le contestara nunca a su propuesta de llevarlo al cine. Diez años más tarde, el empeño pasó a su hijo Michael, que se partió el cobre en productoras y distribuidoras para sacar el proyecto adelante, sin desfallecer. A la pregunta de quién dirigiría, el hijo contestó al padre: Alguien que no te sonará… Milos Forman.
El destino conspiró para que, a pesar de que la censura comunista impidiera en el pasado que la novela llegara a manos del director de Amadeus, fuera este quien plasmara en imágenes una historia de culto. La última espina para Kirk fue, sin embargo, no encarnar a McMurphy en el cine, algo que jamás superó, llegando a afirmar que este proyecto fue la peor decepción de su vida y que daría cada centavo de la fortuna que ganó con la película por haberla interpretado él, porque odiaba que Jack Nicholson hubiera convertido al personaje en un lunático.
En el año de la pandemia, Ryan Murphy recupera un personaje icónico con el que Louise Fletcher se llevó un Oscar a casa —tras rechazar el papel Anne Bancroft, Angela Lansbury, Geraldine Page o Shelley Duvall—, para regalarle a su fiel Sarah Paulson otro trono desde el que brillar. El reparto de las series de Murphy es deslumbrante, una de sus bazas, y en Ratchet, creada junto a Ewan Romansky (que escribió el piloto estando aún en la universidad), lo lleva a una nueva cumbre.
Reunir a Paulson, Cynthia Nixon (Gwendolyn Briggs, la jefa de prensa del gobernador), Judy Davis (la enfermera Betsy Bucket), Sharon Stone (la millonaria Lenore Osgood) y Amanda Plummer (Louise, la madura exflapper), además del cameo de Rosanna Arquette, es un sueño digno de George Cukor y ver su recital es un placer por capítulos. Desearíamos que la elegante Sra. Osgood, genuina show stopper, no abandonara jamás la pantalla, y que el grupo siguiera interpretando para nosotros en una interminable serie de temporadas. Por otra parte, elegir al actor de origen filipino Jon Jon Briones como Dr. Hanover, director del psiquiátrico donde confluye el argumento de Ratchet aporta un carácter único a un personaje inevitablemente cautivador. Su larga y sólida carrera en la televisión y el musical avala la feliz elección, completada con Finn Wittrock (Edmund Tolleson), al que vimos como último marido de Judy Garland en Judy
Ryan Murphy es un fenómeno de la ficción, creador de un género propio que dinamita todos los géneros, los funde, reformula, desnuda, vuelve a vestir y travestir, para producir series inclasificables, que son un género en sí mismas. La regla es que no hay reglas o si acaso, una sola: la suspensión de la incredulidad. En el universo Murphy el tiempo, el espacio y las tramas solo responden a cualquier principio que sirva al efecto hipnotizador en el espectador. Por ello, no nos molestamos en rellenar los agujeros argumentales y los ¿cómo puede ser que? porque todo es posible o nos importa un comino si no lo es.
Ratched comienza en 1947, dos años después de la Segunda Guerra Mundial, y su escenario principal es el hospital psiquiátrico Lucia —en lugar de Salem, Oregon, la serie se rodó en el rancho Gillette, cerca de Calabasas, California—, donde la protagonista trabaja a las órdenes del Dr. Hanover y la jefa de enfermeras Bucket. Los tratamientos son innovadores, bizarros y no menos temerarios, el hospital, sobre todo la consulta de Hanover con su inacabable cortina, es un escenario que acoge como un coreografía a empleados y pacientes, que forman, evolucionan e incluso bailan.
El diseño de producción es parte del mensaje, el estallido de insultantes colores básicos simbolizando decepción, maldad, pureza, honestidad…, el raso de los vestidos, la gama de los cobrizos de los peinados, los tonos sólidos de los automóviles, la decoración de casas, locales de ocio y moteles convierte cada escena en un saturado cromo en movimiento que, en lugar de distanciarnos, nos seduce y nos emociona.
Los ocho capítulos de la serie (o piloto más 7), vuelven a apelar a los referentes más populares del melodrama y el suspense: Douglas Sirk —cuyas películas más emblemáticas aún no se habían rodado en 1947— y Alfred Hitchcock, en particular Marnie (1964), incluso se recrea la escena del pajar de El Forajido (Howard Hugues, 1943). El profundo dramatismo romántico y la tensión criminal se funden en Ratched. Por una parte, la trama se enrosca como una serpiente cascabel y por otra, cada uno de los personajes nos encoge el corazón con su dolor y sus reacciones imprevisibles, o nos hace pasar un miedo nacido en El cabo del terror (J. Lee Thompson, 1962). Las subtramas son excelentes, dignas de su propia serie, porque nos dejan con ganas de más.
En el primer capítulo, la imagen se baña en rojo, en verde (como en las escenas de crisis de Marnie) y la imagen se divide, no solo para mostrar una acción simultánea, sino mejor aún, para multiplicar el punto de vista. Dramáticamente, la evolución de cada personaje y su poder en la trama obedecen a este cambio de perspectiva, a la ampliación del campo de batalla y la percepción de sus detalles. Este será un rasgo que dividirá a unos de otros, convirtiéndolos en seres de una pieza o en humanos.
Los temas clásicos (Vértigo, Con la muerte en los talones, El cabo del terror) y a la manera de Bernard Herrmann se escuchan en los distintos episodios y nos obligan a asociarnos a sensaciones ya experimentadas. Hitchcock llevó la psiquiatría al crimen y Murphy la utiliza como contexto y como motivación, despliega los tratamientos más novedosos y chocantes, desde la hipnosis a la hidroterapia, la lobotomía o el LSD, pero nunca con los efectos esperados. Aquí la psiquiatría no es un detective más, utilizado para descubrir oscuros traumas y explicar aberrantes comportamientos. En Ratched todo es un puro desfase, desplegado con la máxima seriedad, eso sí.
La serie no tiene capítulos flojos, nos mantiene absortos uno tras otro, a pesar de los anacronismos y los fallos argumentales, su creador nos ha acostumbrado a no ver barreras raciales cuando las había y a aceptar, por ejemplo, que se podía ejecutar a un reo en California con la inyección letal, que en realidad no se usó hasta 1982. Murphy y Romansky juegan con nosotros como los títeres del maravilloso capítulo 6 —a los sones del Pinocho de Disney—, que junto con el gran final, son dos de nuestros favoritos.
Minorías e integración fueron una constante en Hollywood, y su defensa convierte esta nueva serie en un espectáculo poderoso y bien nutrido. El tratamiento de la homosexualidad es genuino y alejado del morbo, que no se escatima en el humor negro casi gore que empapa la serie de un pulp crudo y refinado a la vez.
De acuerdo con las declaraciones de Ryan Murphy, hay previstas cuatro temporadas de Ratched, la última de las cuales supondrá el encuentro con McMurphy. Ya estamos impacientes por saber quién lo encarnará. Esperemos que Kirk Douglas, esté donde esté, lo apruebe.
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