De un tiempo a esta parte, la comedia española ha encontrado un enlace propicio en la emisión serial. La mejor comedia gestada en nuestro territorio lleva ya un tiempo instalada en la pantalla chica en detrimento de la grande. Productos como Vergüenza, Vota Juan, o la más reciente Me gusta conducir apuntalan la sospecha. Aunque ha sido la llegada de Poquita Fe a la plataforma Movistar + la que parece dispuesta a zanjar la discusión. A falta de cinco meses para dar carpetazo a 2023, se intuye muy complicada la irrupción de otra ficción cómica que pueda desbancarla del podio.
Creada, dirigida y guionizada por Pepón Montero y Juan Maidagán —dupla creativa detrás de Justo antes de Cristo— y guionistas curtidos en Camera Café—, la miniserie estrenada a principios de julio sigue los avatares de Berta (Esperanza Pedreño) y Jose Ramón (Raúl Cimas: ¿existe mejor actor para encarnar al español anodino?), dos individuos que representan el tedio existencial que anida en una pareja de largo recorrido cuando la pasión y el latido irracional han dado paso al compromiso desganado, las interrelaciones vegetativas y el cruce de reproches. A su alrededor, completando y diversificando su bostezo vital, una pasarela de secundarios y extras gloriosos.
Mejor aún la estructura de episodios de Poquita Fe: 12 cápsulas de 12-15 minutos. Cada uno siguiendo sus dislates domésticos en un mes distinto a lo largo de un año. Desde la cena navideña en que son ninguneados por los padres de ella, con la única recompensa de unos polvorones —mientras los tuppers jugosos le caen a la hermana rebelde Peter Pan (uno de los mejores secundarios, junto al vecino soltero cuarentón)— hasta una boda llena de rumanos donde apenas conocen a los homenajeados, pasando por una insinuación de sex group, fiestas donde los marginados toman posición en el extrarradio lúdico, turnos de guardia en parkings “Guantánamo” y otros desvaríos desternillantes.
Porque de ahí brota parte importante del potencial cómico de Poquita Fe. Sus responsables, avalados por un casting intachable —tanto los principales: Cimas, Pedreño, Chani Martin, Julia de Castro, Pilar Gómez, Juan Lombardeo, Enrique Martínez, como el surtido de extras con diálogo—, embelesan el recorrido con situaciones delirantes, escapismos pseudosurrealistas; lo absurdo colisiona con lo cotidiano, amplificando la resonancia amarga, pero sin perder la oportunidad de meter cucharada hilarante. Ni tampoco de elaborar un retrato costumbrista fidedigno que desprende cierto escozor, como confirma el tremendo desenlace en esa boda marciana llena de desconocidos e idiomas incomprensibles, en que la pareja protagonista se enzarza en un baile circular asfixiante. Así las trazas de comicidad se expanden sobre un tablero reconocible para cualquier pareja que lidia con la rutina y el tedio, pese a quien se resista a reconocer como propias las dinámicas e interrelaciones de Berta y Jose Ramón.
Poquita Fe va sobrada de estos instantes donde la ternura se entremezcla con la vergüenza ajena y hasta con la compasión. Otra de las balizas más firmes en su expresividad cómica se encuentra en un montaje sublime, que cuestiona, subvierte o complementa la narrativa expuesta; el relato a cámara de alguno de los implicados desmentido o revisado de forma ingeniosa por otros, quienes, por muy insignificantes que resulten para el global del relato, se les brinda unos segundos de oro para narrar la versión alternativa de lo explicado con anterioridad. Un ingenioso desarrollo narrativo que impulsa el ritmo de los capítulos.
Y ni su unidad narrativa a bases de sketches, piezas sueltas que dialogan con las anteriores, las siguientes, y las mencionadas versiones alternas, desfiguran la progresión dramática de unos personajes de pelaje entrañable, a pesar de (o quizá gracias a ) su bochorno y ridiculez andante. Poquita Fe es una comedia costumbrista de consumo acelerado, brillante concepción y admirable ejecución que, por si no había quedado claro, se encumbra entre lo mejor de su género en lo que se lleva de ejercicio.
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