El silencio de un hombre, película icónica del llamado polar, sólo es una más de los cientos de joyas que pueden encontrarse en la enorme caja fuerte del cine negro francés. Destacamos 12 clásicos para no iniciados, que están actualmente disponibles en Filmin.
Max y los chatarreros (1971): Piccoli, obsesionado con Romy
Claude Sautet, director de uno de los grandes clásicos del polar –A todo riesgo (1960), con Ventura y Belmondo, a partir de otra serie negra de Giovanni–, dirigió en 1970 el encantador drama romántico Las cosas de la vida, con la memorable pareja formada por Romy Schneider y Michel Piccoli. Se podría decir que esta es una seductora mezcla de ambas, pues Piccoli vuelve a hacer pareja con Romy, solo que esta vez él es policía y ella una prostituta, que brilla en el seno de una banda de chatarreros abocados a la delincuencia en la periferia de París.
Max es un policía perverso. Obsesionado con pillar a los criminales con las manos en la masa, se saltará las reglas hasta el punto de idear él mismo un atraco, para atrapar a los culpables. Con tal de llevar a cabo el enloquecido plan, se hará pasar por un cliente de la bella prostituta, con la que entablará una relación extrañamente asexuada. Es posible, aunque resulta imposible decidirlo, que Romy no haya estado nunca tan hermosa como en esta película, que le permitió sacarse de encima definitivamente el sambenito de Sissi emperatriz.
A pesar del carácter festivo de los chatarreros, que condensa el vitalismo del cine de Sautet, bien podría decirse que esta es su película más sombría, sobre todo gracias al desalmado y perturbador Max, aunque no carece de la emoción que caracteriza la obra del director de Ella, yo y el otro, Mado o Una vida de mujer, todas ellas con la siempre maravillosa Romy Schneider, el gran amor de Alain Delon, que sin embargo la abandonó dejándole un ramo de rosas, y una sola palabra: adiós.
Dos hombres en la ciudad (1973): El condenado Giovanni
El pasado colaboracionista y delictivo de José Giovanni, que incluye la participación por lo menos en un par de asesinatos, ficcionalizado en novelas faro de la Série Noire, le convirtieron en una referencia de autenticad, y de mitomanía, dentro del mundillo ambidiestro del polar. Después de reescribir sus novelas para los grandes del género (Becker, Melville, Sautet), debutó como realizador con La loi du survivant (1967), cuya base es la segunda parte de una de sus novelas. La primera ya había sido llevada al cine ese mismo año por Robert Enrico en la muy gozosa Tres aventureros, con Ventura, Delon y Joana Shimkus.
Realizador irregular, pero siempre interesante y con una gran aceptación popular, juntó de nuevo a Gabin con Delon en este escalofriante alegato contra la pena de muerte, que se cuenta, junto con la emocionante Último domicilio conocido, entre sus mejores películas. Delon es el ex convicto, protegido por Gabin, que trata de reinsertarse, y Michel Bouquet, el odioso policía que le persigue con saña hasta el final, persuadido de que volverá a caer.
Giovanni, que rodó las dos siguientes películas también con Delon, se acabaría retirando del cine en 2001, después de estrenar Mi padre, donde rememora cómo su progenitor consiguió que no perdiera la cabeza en el invento del Dr. Guillotin, que en Francia, recordémoslo, funcionó a buen ritmo hasta 1977. Acabó siendo indultado, después de pasar algo más de una década en la cárcel, una experiencia de la que pocos escritores y realizadores pueden jactarse.
Serie negra (1979): Corneau, el relevo de Melville
Fallecido el padrino del polar en 1973, Corneau empezó a perfilarse como posible sucesor. Si en 2007, pergeñó un remake de Hasta el último aliento, que pasó desapercibido, en los 70 dio un sonoro puñetazo sobre la mesa del género con una excelsa trilogía protagonizada por el gran Yves Montand, encabezada por la icónica Policía Python 357 (1976), seguida de La amenaza (1977), y coronada por El demonio de las armas (1981), donde el ex cantante forma pareja con Catherine Deneuve.
No menos memorable es esta adaptación de una novela de Jim Thompson, padre de la novela criminal, rebautizada con el título genérico de la colección de Duhamel, reescrita para la pantalla por nada menos que Georges Pérec y trasladada a la desangelada banlieue parisina. Mejor que el Coup de Torchon, de Tavernier, otra adaptación de Thompson en cuyo guion trabajó Corneau mano a mano con el novelista, Serie negra ha quedado como una de las películas icónicas del extraordinario Patrick Dewaere, actor de físico andrógino, peculiar, como de niño yonqui, y dado a la improvisación, que protagonizó unos cuantos clásicos del género, como la extraordinaria Mil millones (Henri Verneuil, 1982), que sería su penúltimo filme antes de su trágico suicidio, con un arma que le había regalado Coluche. Depardieu, memorable delincuente en El demonio de las armas, lo recordó como el único hombre con el que hubiese tenido sexo.
Ser extraviado en el planeta Tierra, Dewaere encarna aquí a un vendedor a puerta fría, que emprende una violenta, enloquecida y desesperada huída hacia adelante, cuando conoce a una adolescente encarnada por la también malograda Marie Trintignant, que es explotada como prostituta en un viejo caserón como de cuento gótico, y en cualquier caso alejado de la mano de Dios. Asombrosa, extravagante y genial.
Arresto preventivo (1981): Audiard, la elegía del polar
A partir de los años 80, el polar fue perdiendo su hegemonía, en beneficio de la comedia, con resultados nefastos. Arresto preventivo, de Claude Miller, es la primera parte de una oficiosa trilogía en la que el dialoguista Michel Audiard se despidió del género, y del cine, en una clave melancólica muy alejada de la bravuconería verbosa de sus populares personajes de antaño.
Polar crepuscular, o incluso postpolar, Arresto preventivo presenta el interrogatorio, a lo largo de una noche, de un burgués sospechoso del asesinato y violación de dos niñas. Lino Ventura es el inspector Antoine Gallien; Michel Serrault, el notario vestido con un arrogante smoking, y Romy Schneider, la mujer de este, aunque hace años que duermen en dormitorios separados. La visión de la burguesía recuerda a Claude Chabrol, el más polarizado de los muy polarizados realizadores de la Nouvelle Vague, pero la atmósfera es otra, y la imagen es de una sofisticación de la que Chabrol, realizador un poco vago en lo visual, nunca fue capaz.
Serrault y Audiard estaban marcados por un drama personal insuperable que les hermanaba: los dos Michel tuvieron que afrontar la muerte de un vástago, el primero de su hija Caroline y el segundo de su hijo François. Esta pérdida se hace evidente en el siguiente filme de Miller, que vuelve a protagonizar Serrault, con diálogos de Audiard: el radical postpolar Anuncio de muerte, con una desatada Isabelle Adjani, que escribió junto a su otro hijo Jacques. La trilogía queda completada con On ne meurt que deux fois, acaso el mejor filme de Jacques Deray, un director irregular, pero entregado al género, con un Serrault absolutamente sublime que vuelve a quedar fascinado por la asesina, esta vez con la piel desnuda de Charlotte Rampling. A lo largo de la década y de las siguientes, fueron apareciendo polars más o menos postmodernos, pero cada vez más espaciados en el tiempo, y no porque los nuevos tiempos carezcan de negritud…
#unepetitehistoiredupolar
Podéis completar esta introducción al cine polar leyendo aquí la parte #1 y aquí la parte #2.
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