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Paseos al límite #4: El meollo de Valencia

En Lifestyle 27 julio, 2014

Juanma Játiva

Juanma Játiva

PERFIL

El Parque de Cabecera es un espléndido enclave al oeste de Valencia donde reposar y visualizar el camino por el que al Turia, como corriente de agua que va a parar al mar, se lo llevaron de la ciudad para hacerlo desembocar por donde una nueva riada no causara los estragos que produjo la de 1957. Vale la pena perderse bordeando el parque para pisar dos lechos: aquel por el que el agua no volverá a circular frenética en una nueva avenida y aquel que supuestamente la soportará.

El hito más notable y antiguo, y tal vez el único, que marca los límites de la ciudad de Valencia es el mojón que la separa de Mislata, en un bucle del Paseo de la Petxina, junto al viejo cauce o Jardín del Turia. Señala los principales accesos desde el Camí de Mislata: a la derecha hacia la Porta de Quart y a la izquierda hacia la Dels Serrans.

Esculpido sobre esta piedra orgullosa se ve un cuerno de la abundancia con frutos y flores sobre un haz de rayos jupiterianos que constituyó el primer emblema de la ciudad. Sobrevive junto a un lavadero de coches ilustrado con grafitos y nos invita a deambular por este borde que remata Valencia a base de edificios de viviendas y equipamientos.

Mojón que marca el límite entre Mislata y Valencia junto al Bioparc. Foto Juanjo Hernández

Mojón que marca el límite entre Mislata y Valencia junto al Bioparc. Foto Juanjo Hernández

El más notable de éstos es el atractivo Parque de Cabecera, pero la cornucopia olvidada nos invita a un recorrido menos convencional que acabará en el meollo de esta ciudad, es decir, en su desaparecido río. Así que bordeamos el parque asomándonos a su muro y viéndolo tan limpio y ordenado que dan ganas de besarlo.

Tras girar al oeste por un camino terroso, el viandante se  topa con una de esas ruinas prematuras que imponen su grandeza patética en el paisaje español de la crisis, un gigantesco edificio polideportivo que comenzó a hacerse en 2000 y ahí sigue ni acabado ni destruido. Otros equipamientos recreativos y deportivos que le siguen marcan lindes sólidos entre Mislata y Valencia: una piscina llena de algarabía infantil y un parque tranquilo y magnífico que, protegido por una gruesa empalizada metálica planta cara a la parte trasera del Bioparc, que huele a león y paja.

Dejamos la valla del parque para acceder a alguno de los caminos que bordean el antiguo cauce del Turia en su margen derecha, en este caso el que Google Earth identifica como Avenida Escultor Miquel Navarro. Todo para dar, en lo que es una constante en estos confines metropolitanos, con una serie de huertos urbanos variados en dimensiones, cultivos y formas. Desde un auténtico fortín que ha crecido mesopotámico entre dos acequias a otro que ha devenido pequeña ciudadela bajo uralita y plástico o, finalmente, un remedo de mansión con puerta de madera y entrada frondosa, en los caminos del antiguo lecho seco del río, rico en humedad y nutrientes.

Paseos al límite

El Barranc d’En Dolça a su llegada al nuevo cauce del Turia. Foto Juanjo Hernández

Ya en la proximidad del nuevo cauce, tras cabalgar entre los términos municipales de Quart, Mislata, Valencia y Paterna, y frente a un campo de tiro que corta con sus impactos el constante gorjeo de los pájaros, aparece una bifurcación que, si se quiere ver y tocar el punto donde al río Turia se cambió el rumbo, exige elegir el camino de la derecha y superar sobre un singular puente peatonal que anuncia el Parc Fluvial uno de los múltiples accesos a la V-30. El hasta ahora incesante goteo de sudorosos corredores alcanza aquí su apoteosis, donde todo se estrecha.

Por fin. El nuevo cauce del río al que tanto cuesta acceder desde Valencia. Es grandioso y lo es también el Barranc d’en Dolça que ahí aboca, como una autopista hidráulica cuyo origen ni siquiera se atisba. Caminar por el cauce resulta marciano entre caminos, mares de piedras y parcelas sin sentido. Pero lo importante es subir al puente de Quart para ver al río despedirse del que un día fue su lecho natural e intuir dónde está el meollo de esta ciudad que va a parar al mar sin saber muy bien de dónde viene. Un letrero indica: A 3,5 km el Molí del Sol. Tras recorrerlos de vuelta, una reconfortante cerveza con limón granizado en el lago de los cisnes del Parque de Cabecera restituye todas las energías perdidas en la caminata.

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