El director coreano Bong Joon Ho deslumbró con Parásitos en el Festival de Cannes, para hacernos recobrar la confianza en su espléndida carrera y considerar Okja un desvío en su trayectoria. Como hiciera Tarantino horas antes del estreno de su película en el mismo festival, el director de Snowpiercer pidió a la prensa que no incluyera spoilers en sus críticas y no privara al público de las sorpresas y giros argumentales que dan tanto juego a su filme.
Sin embargo, Parásitos es mucho más que su trama, porque se construye sobre un guion portentoso, armado con carga de profundidad contra las bases del sistema, las clases y las trabas al ascenso social, que no premia el esfuerzo ni la formación.
La descripción de la sociedad contemporánea a través de un hormiguero concentrado en dos hogares y dos familias —el de los acomodados y los desheredados—, para expresar la imposibilidad de la convivencia fuera de las reglas marcadas por los poderosos, a pesar del ingenio o el esfuerzo de los que anhelan ascender en la escala social, es una alegoría exquisita tan elegante como explosiva, digna heredera de la Viridiana de Buñuel. La complejidad de la propuesta, ligera en su presentación y transmitida con unas elecciones técnicas perfectamente adecuadas, convierte a Parásitos en una obra maestra de cine social.
La familia Ki-taek, cuyos cuatro miembros están en el paro, vive hacinada en un semisótano, subsistiendo en un inframundo como cucarachas sin horizontes. Cuando el hijo (Choi Woo Shik) consigue —mintiendo— un puesto de profesor particular, la vida se abre ante ellos y pueden poner en práctica un plan para mejorar sus vidas. Bong Joon nunca juzga, sus personajes son buscavidas cualificados, que no temen al trabajo, pero son capaces de cualquier cosa —y lo demuestran— para salir de su miseria. Hay más de astucia y estafa que de picaresca en los ardides de los Ki-taek.
Por otra parte, la familia Park vive en una casa imponente, diseñada por un famoso arquitecto, con todo tipo de lujos, gozando de su estatus y preocupándose por unas cuestiones a años luz de las puramente alimenticias que angustian a los Ki-taek. Bordeando a veces la caricatura, pero lejos de dejar hueco a una Tilda Swinton, Parásitos vuela con unos diálogos brillantes, con los que el director va describiendo a sus personajes, matizándolos, creando redes de comunicación y relaciones de poder entre ellos, un arriba y abajo de ganadores y perdedores con espejismos de movilidad en el escalafón.
Cuando ambas familias deben convivir, cada una en su papel, aproximándose al límite de la línea roja que el Sr. Park (Lee Sun Kyun) exige respetar, surgen las chispas que provoca una trama tan imaginativa como afilada, en la que la simbiosis y el parasitismo luchan por ganar. El sentido del humor que corroe el filme es tan negro como su tragedia, en palabras de Bong Joon Ho, esta película es una comedia sin payasos, una tragedia sin villanos. En su línea, transgrede las delimitaciones genéricas convencionales con su fusión de humor, suspense y tragedia para elevarse sobre el conjunto de su carrera, en un ejercicio por el que fluye inevitablemente el espectro de Viridiana (Luis Buñuel, 1961).
Parásitos es una película de actores, de diálogos, de primeros planos, con protagonismo coral de un reparto prodigioso. Los eficaces actores encabezados por Song Kang-ho (Snowpiercer, Thirst) —Choi Woo-shik, Lee Sun-kyun, Park So-dam, Cho Yeo-jeong— transitan del miedo a la risa, el llanto y la sorpresa —así como por la tierra de nadie de sus más enloquecidas intersecciones— con la agilidad y la convicción de los buenos actores bien dirigidos.
Los personajes no son arquetipos, los ricos trascienden el cliché con su encanto y, con sus capacidades intelectuales y emocionales lo hacen los pobres. Dejar claro este aspecto era fundamental para dar verosimilitud a las aproximaciones entre los dos grupos, los intentos conscientes e inconscientes, ya se trate de unos u otros, imposibles al final porque el disfraz con que el capitalismo contemporáneo reviste el sistema de castas no puede ocultar del todo a quien lo lleva. Solo con un guion construido con tanta exactitud (coescrito por el director y el guionista Jin Won Han) puede equilibrarse la dinámica de relaciones evitando nuestra adhesión sin fisuras, que impediría disfrutar al cien por cien y averiguar quién el es auténtico villano.
El cine de Bong Joon Ho recurre al despliegue visual y a la creación de espacios como herramienta narrativa, ya sea en un tren, a cielo abierto o en una casa como en Parásitos, donde la arquitectura y el movimiento entre las diferentes estancias crean dinámicas y significados. Y no solo eso, sino que además se sirve de la distancia figurada entre las casas situadas en diferentes barrios para plasmarla a través de escaleras y pendientes que van deteriorándose en sus tramos inferiores, describiendo a los habitantes a través de su propia ciudad, marcando la lejanía entre los dos mundos, en secuencias antológicas que parecen redimensionar las distancias físicas, según las necesidades narrativas.
El deslumbrante diseño de producción (el 60% en la casa de los Park) de Lee Ha Jun (Okja, 2017) convierte a los lugares, e incluso a los fenómenos atmosféricos, en portadores de contenido, personificándolos, así, las calles anegadas por la lluvia torrencial, la inundación del semisótano o el refugio para los damnificados. La casa ofrece ángulos, rincones para esconderse para crear un suspense, acoger o exponer a sus moradores. Señores y criados coexisten e interactúan, pero solo los segundos se asimilan a insectos reptantes, bestezuelas, con olor a pobre…
Parásitos es una película de diálogos, de rostros fotografiados obsesivamente por la lente de Hong Kyung Pyo (Snowpiercer, Burning), una montaña rusa entre dos mundos separados por un cristal de engañosa transparencia, que se llevó una merecida Palma de oro.
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