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Oz Perkins, la nueva esperanza del terror indie

En Cine y Series jueves, 22 de diciembre de 2016

Xavi Sánchez Pons

Xavi Sánchez Pons

PERFIL

El cine de terror de imaginería y postulados indies vive actualmente una era dorada. Quizás la mejor en mucho tiempo. Si bien el género siempre ha estado repleto de producciones independientes, muchos títulos ahora clásicos se hicieron al margen de las grandes productoras (La noche de los muertos vivientes, La última casa a la izquierda o Viernes 13, son buenos ejemplos), es ahora, en tiempos de crisis económica, cuando el horror de presupuestos ajustados y look indie ha encontrado uno de sus mejores hábitats; películas que se pueden producir con poco dinero –a veces levantadas con un crowdfunding– y que pueden funcionar bien si detrás hay una idea o premisa interesante.

La última casa a la izquierda (Wes Craven, 1972)

La última casa a la izquierda (Wes Craven, 1972)

Es más, también es ahora cuando este terror low cost -término para nada peyorativo, ojo- y de cámara se ha convertido en una rama más del cine indie, sobre todo del anglosajón, creando una nueva generación de directores que crecieron viendo películas de terror de los ochenta y noventa, pero también con las obras de Hal Hartley, Richard Linklater y Jim Jarmusch.

Dentro de esta generación, que tiene su propio Roger Corman en Larry Fessenden, y que está capitaneada por nombres como los de Lucky Mckee (uno de los padres de esta nueva ola y responsables de la extraordinaria May), Adam Wingard, Simon Barrett, Ti West o Mickey Keating, destaca con un brillo especial Oz Perkins.

May (Lucky Mckee, 2003)

May (Lucky Mckee, 2003)

Actor e hijo de Anthony Perkins -sí, el mismísimo Norman Bates– que, con tal solo dos películas, ha demostrado tener una voz propia en esto del terror indie. La primera, estrenada inicialmente con el nombre de February y luego con el de The Blackcoat’s Daughter (vista hace un par de años en el Festival de Sitges), proponía una singular relectura del slasher ochentero y el Brian De Palma de Hermanas y En nombre de Caín. Violencia explícita, una dirección aséptica y estilizada -que dotaba al filme de un aire atemporal, casi irreal, de pesadilla-, y un puzzle narrativo lleno de enigmas protagonizado por tres jóvenes actrices en estado de gracia: Lucy Boynton, Emma Roberts y Kiernan Shipka.

Solo un año después de la prometedora February, y con el apoyo de Netflix pero con total independencia creativa, Perkins presenta Soy la bonita criatura que vive en esta casa. Una película de terror fascinante que se aleja de los referentes cinematográficos para abrazar los literarios. Los relatos victorianos de fantasmas, o el terror claustrofóbico de Shirley Jackson, concretamente, Siempre hemos vivido en el castillo –de hecho el director neoyorquino cuenta que el filme es una adaptación apócrifa de esa novela.

Estrenada hace solo unas semanas en la plataforma de contenidos online, se trata de una historia en apariencia clásica -Perkins en realidad reformula el género en base a sus obsesiones- de casas encantadas y fantasmas. Una enfermera friki y maniática llega a una casa de Nueva Inglaterra para hacerse cargo de una anciana autora de novelas de terror (un trasunto de la antes mencionada Jackson, interpretada por una felizmente recuperada Paula Prentiss) que sufre demencia senil. A partir de ahí, la cuidadora empezará a obsesionarse con un libro de la escritora, descubrirá que la casa oculta un oscuro pasado, y acabará siendo incapaz de distinguir entre lo que es real y lo que no.

Soy la bonita criatura que vive en esta casa (Oz Perkins, 2016)

Soy la bonita criatura que vive en esta casa (Oz Perkins, 2016)

Jugando con esos elementos, Soy la bonita criatura que vive en esta casa presenta un montón de ideas de puesta en escena y también subtextos interesantísimos. En el primer apartado destaca otra vez esa formulación visual esterilizada, fuera del tiempo, digna del bisturí de un cirujano, con una retahíla de encuadres que convierten cada habitación en una amenaza sobrenatural; puertas al más allá. O las prodigiosas apariciones de lo fantástico: esa mujer fantasma borrosa, de textura vaporosa, que se pasea por las estancias suspendida en el aire, dejando un rastro a su paso; una especie de emanación latente de una presencia centenaria.

Y en el segundo, la idea de lo difícil que es llegar a conocer de verdad a una persona aunque la hayamos tenido cerca y hayamos convivido con ella, y el rastro de enigmas que deja al morir. En este caso concreto, la escritora que reside en la casa, y que se acaba convirtiendo en una obsesión para la enfermera. Algo que ha utilizado el director norteamericano para rendir tributo a su padre (fallecido hace más de veinte años). Un figura paterna ausente que Perkins hijo nunca llegó a conocer del todo. Lo que le obligó, una vez muerto su progenitor, a enfrentarse con su fantasma, a recomponer su relación con él a base de fotos, textos… recuerdos de los momentos que compartieron.

Es más, el protagonista de Psicosis aparece brevemente en la película. Lo hace en una televisión, donde se muestra una secuencia de La gran prueba. Soy la bonita criatura que vive en esta casa está llena de pequeños detalles-pista como ese, reclamando la atención constante del espectador, que va descubriendo los misterios y recovecos de la casa al mismo tiempo que lo hace su protagonista.

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