Encuentro en Sur Plusieurs Beaux Sujets, el commonplace book de Wallace Stevens aquella famosa cita de Bertrand Russell en la que el galés se pregunta si se han de ocupar los filósofos de los asuntos públicos o han de retirarse a meditar en la cima de una montaña. Por culpa de esta cuestión, continua Russell, los filósofos se han dividido siempre en dos escuelas: Los que eran amigos de los gobernantes acuñaban máximas para el gobierno del Estado. Los que no lo eran, se consolaban con teorías del universo.
Me gusta el tropo de Russell porque tiene algo de contradictorio (impulsado por su pacifismo, Russell firmó muchas cartas a los líderes del mundo) y porque recurre al tipo de ironía que más me gusta: el asteísmo. Alabanza que se dirige con gracia y delicadeza bajo apariencia de reprensión o vituperio: a los filósofos que no acuñan máximas para el gobierno del estado solo les queda el universo.
Leo a Stevens en el barquito que nos acerca a la Isla de Nueva Tabarca. En la estela que deja a su paso me conforta una corriente de expulsión que no tiene que ver con el agua sino con la posibilidad de dejar atrás el discurso extremo de la prudencia, la rara dicción de los periodistas televisivos, la equidistancia, el ocio absurdo y otras aspectos del mundo áspero que han hecho reinas de la fiesta al gusto por la mierda y la mezquindad. Hace tiempo que leo mejor a Sloterdijk que a Habermas. Es posible que sea porque el segundo acuña máximas para el gobierno y el primero (más literario y escribe mejor) habla de esferas, la imagen del universo que el ser humano casi es capaz de aprehender.
A los filósofos que no acuñan máximas para el gobierno del estado solo les queda el universo.
En la espuma de la ola de popa asoman el hocico el run run del politiqueo con la extrema derecha, la forma en que los gestores mienten dos veces al hablar de mentira meritocrática a los gestionados, las peleas en las calles, el nuevo hit de Tele 5, la cadena que apostó por la basura, es una burbuja (que no una esfera) de falsa sensibilización. Frente al filósofo que acuña máximas para el gobierno (en el segundo peor de los casos para la oposición), ¿alguien siguió el curso sublime de la Perseverance sobre la superficie de Marte?
El día que más muertos se cobró la pandemia aumentó hasta extremos delirantes la masturbación ligada al consumo de pornografía en Internet. Pornhub regaló la cuenta Premium inspirado en una solidaridad inquietantemente diferente de la que consumía las horas heroicas del doctor Rieux, el personaje de La peste de Albert Camus.
El consumo de la pornografía más zafia sube entre los adolescentes a los que solo la escuela trata como a niños. El capital les reconoce un estatuto adulto y… exigente. Relegada la calidad erótica a lo minoritario, desaparecido su fugaz potencial contestatario en manos del nuevo capitalismo neoliberal y la vieja explotación de toda la vida, la industria más bollante cría frutos salvajes: la humillación sexual, una banda contra la mujer.
¿La manada imita al arte, más que el arte a la vida? Save the Children informa que la mitad de los jóvenes tiene el primer contacto con la pornografía extrema entre los 6 y los 12 años. Acostumbrados al exceso, los jóvenes que se exhiben en OnlyFans presumen de normalidad (se trata solo de masturbarse ante la cámara) y de tener el control de la situación.
La plataforma se fundó hace solo un lustro. La idea de Tim Stokely de dar autonomía en el mercadeo del sexo personalizado bajo demanda en la red recuerda ese diagnóstico de Byung-Chul Han según el cual el individuo contemporáneo se está convirtiendo no solo en capataz, sino en el perfecto explotador de sí mismo.
En el barco, a punto de llegar a tierra, todavía recuerdo a los estudiantes que han expuesto esa misma tarde en clase de Filosofía política la primera ola del feminismo, la reivindicación de la mujer en la Ilustración, en el tiempo de debate se plantea el crecimiento de OnlyFans. A nadie le parece mal. Es la lógica individual y propietarista (yo con mi cuerpo…). Apenas unas limitaciones contractuales básicas: libre consentimiento, mayoría de edad.
Me habría gustado un análisis que tratara de comprender (podrían haber apuntado a la hipervisualización —ha aumentado el número de parejas que se graba y difunde el contenido en la red—, a los efectos del narcisismo epocal, a la sociedad del espectáculo de Guy Debord, a la crisis de la palabra, qué sé yo). Me habría conformado con una oposición estética: la juventud aliándose efímera, suicida, alocadamente a la belleza para renegar de un mundo que se parece demasiado al de Regreso al futuro III. También habría valido una patada punk a la lógica mercantil.
Nada.
Al otro lado del nihilismo post-postmoderno, los defensores de OnlyFans esgrimen que es un modo de conocer de forma más íntima a tu ídolo (¿de forma análoga a la lectura de la correspondencia de R. L. Stevenson y Henry James?), que la exhibición es inclusiva, ecológica, una suerte de ready made de jóvenes que son su propio jefe como lo era el pobre Ricky con su furgoneta en Sorry We Missed You (2019), el desesperado grito de Ken Loach.
Desembarcamos, sopla el viento gris y frio, leo en la Església de Sant Pere i Sant Pau donde me refugio el libro de citas para sí de Wallace Stevens. El problema no es la pornografía, ni siquiera es Onlyfans, el problema es la dimensión de la pornografía, que apenas haya nada más. Que no haya estetas, que no haya club alternativo, que no haya nada más. ¿De verdad queremos un mundo así, lleno de centros comerciales, cines multisala y gente que paga porque se masturbe la otra mitad? A nuestro tiempo le falta asombro (ese motor de la filosofía desde Platón a Schopenhauer), mirar hacia fuera, maravillarse, tomar notas de lo que han escrito los demás como el commonplace book de Wallace, de Auden (A Certain Word) o de Hoffmansthal, generar movimientos con sentido colectivo (musicales, por ejemplo, pero también relativos a otras formas de encarar nuestra ontología singular).
El individuo contemporáneo se está convirtiendo no solo en capataz, sino en el perfecto explotador de sí mismo.
Superada por el cine de ciencia ficción en su exploración del más allá, ninguna Iglesia parece capaz de ilusionar. La religiones son relatos que compiten con HBO. Llueve. Quizás la espiritualidad aumente con la desaparición de las cofradías. No por sensibilidad anticlerical (es absurdo empujar lo que cae) me alegra este silencio: en el Tractatus, el ser verdaderamente humano, el hombre o la mujer más abiertos a las exigencias de lo ético y lo espiritual es aquel que guarda silencio ante lo esencial. Wittgenstein redujo con severidad los límites de lo que se puede decir significativamente, mucho tiempo antes de la llegada del gran tertuliano. Nadie mira el cielo azul-misterio de la isla.
Hoy la biología, la genética, la física y la filosofía del universo (la conjetura cosmológica) se expresa en un lenguaje matemático que utiliza el número de forma muy distinta al OnlyFans. El habla corriente sigue siendo claramente metafórica, es decir, desagradablemente vulgar. La expansión exponencial del uso del smartphone acelera la numerización economizada de la vida social introduciendo moneditas como pulgares de Like: ¿para cuándo un código de barras corporal?
El declive de la filosofía, su corrupción política no ha dado lugar una nueva filosofía del universo. Ni otra Rerum natura (Lucrecio) ni una nueva capaz de imaginar un mundo bello que mantenga ballenas, millones de millones de estrellas, polos, fondos abisales, jirafas, géiseres, preguntas por el comienzo y lava de volcán. Lo salvaje no cae del lado del joven motorizado sino del complot institucional.
No parece que se haya articulado un discurso capaz de ilusionar frente a OnlyFans (la única forma de hacer frente a la expansión del vacío tonti-feo). No hay propuestas sobre otro modelo social, ni proyectos novedosos, ni una nueva estética desde la que juzgar el latazo (en el doble sentido) de Rosalía y Tangana, ni siquiera nos planteamos reducir el supermercado, tan obsesionados estamos por aumentar, en nombre de la igualdad, la cantidad de gente que acude las 24 horas a comprar. La lógica del consumo toma la forma de una espiral. El anuncio prescinde de la palabra, luego desaparece el actor, lo inquietante es que un día, como cenit del universo puro del consumo, devendrá prescindible el comprador.
Hermosos: auroras de Júpiter.
Malditas: lógicas mercantiles.
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