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De Rosalía a Madonna: polariza que algo queda

En Música 26 junio, 2019

Carlos Pérez de Ziriza

Carlos Pérez de Ziriza

PERFIL

¿Alguien necesita leer una nueva crítica de lo nuevo de Madonna o de Bruce Springsteen cuando ya está todo prácticamente dicho?

El revuelo creado en nuestras redes sociales al hilo del aclamado, y consecutivamente aborrecido, segundo largo de Rosalía, en la recta final del año pasado, podía entenderse por la desafiante fórmula de la catalana, que apelaba directamente a quienes podían abjurar de ella con más furor (los integristas del flamenco, los guardianes de las esencias orgánicas) como a quienes podían encumbrarla con mayor fe (los cachorros del trap, los abogados del mestizaje entre estilos y décadas distantes). Se puede decir que el encontronazo estaba servido.

Pero cuando la polarización cibernética se colige de músicos que cargan a sus espaldas con más de cuatro décadas de trayectoria, e incluso parecían pertenecer ya a otro modelo de consumo, a un viejo paradigma, muy anterior incluso a las redes sociales, a uno ya le asalta una pereza infinita. Más aún si barrunta trazar un análisis pormenorizado de sus discos. De hecho, hemos llegado a un punto en el que confesar en público que te gustan ciertas cosas parece una provocación. Sí, en 2019. Y no hablamos de Vox. Sino de cosas infinitamente menos lesivas.

madonna

Las opiniones son eso, juicios personales. Ya se sabe lo que se dice de ellas. Que son como los culos. Todos tenemos una. Y todas son respetables. Pero abruma esta tendencia a posicionarnos a favor o en contra, a apostarlo todo al blanco o al negro, como si hubiéramos caído todos en el maniqueísmo de una redes sociales que, lejos de incentivar el pensamiento crítico y afilar los matices, lo que hace es encastillarnos en círculos cada vez más cerrados. Conversos o apóstatas

En medio de este ecosistema, en el que entre fervorosos defensores y brotes de haterismo poco ilustrado conviven cientos de opiniones apresuradas aunque categóricamente tajantes (amigos: que unos cuantos miles de caracteres de texto o cincuenta minutos de un  disco no nos arruinen ese pintón comentario a bote pronto que queremos engatillar, pero a la de tres), ¿quién sigue necesitando una crítica?

Quien firma esto reconoce que últimamente disfruta mucho más redactando esas críticas de discos que llegan a publicarse mucho antes de la edición física (o en streaming) del posavasos en cuestión que las que se abordan con cierta demora. Incluso antes, si es posible, de que ningún otro medio (español o sajón) haya tenido tiempo de calificarlo. Es prácticamente la única forma de que nuestra opinión no llegue en absoluto viciada, hasta cierto punto consciente de que lo que vamos a argumentar servirá tanto para desagradar a unos como para reafirmar la aprobación de otros.

madonna

Siempre se puede, por salubridad mental, escapar del cacareo de las redes. Hacer como ese trío de monos orientales que se tapa respectivamente la boca, los oídos y los ojos. Una vez pasan dos o tres días del estreno de un álbum de campanillas, es inútil tratar de inmunizarse ante el alto nivel decibélico que emana —metafóricamente— de esa retahíla de adjetivos que nos explican, por si no nos habíamos enterado aún, que esa colección de canciones es un supremo truñete de dimensiones cósmicas o una puta obra maestra.

Servidor cree que los dos nuevos trabajos de Madonna y Bruce Springsteen son dos loables y enternecedores intentos de no perder el tren de los tiempos ni la capacidad de renovación —lo otro es, se dice, la muerte— por parte de dos músicos que en el siglo XX, y desde presupuestos aparentemente tan opuestos que parecen contrarios, lo fueron casi todo, pero viven desde hace tiempo sometidos a la —ligera, no nos vayamos a creer, porque sus cuentas corrientes no demandan devanarse los sesos en exceso—preocupación por no perder vigencia. Por demostrar que sus argumentos no destiñen cuando se enmarcan en las retículas de nuestro calendario, el que dice que estamos aquí y ahora.

"Madame X", Madonna

Tanto Western Stars (2019) como Madame X (2019), ambos recientes, albergan más de un motivo para la satisfacción del incondicional de largo recorrido, como también algún que otro desliz para que el detractor afilado (o el fan resabiado que siente ultrajada la integridad de su viejo ídolo) encienda su pira particular. Aunque seguramente el primero de ellos depare más motivos para la esperanza, para qué engañarnos. 

En realidad, el tiempo en el que ambos músicos dejaron de partir ninguna pana se sitúa, más o menos, a principios de este siglo. Uno diría que en 2005, en los dos casos. Y no es ningún drama: antes de ellos, antes incluso de que el rock y el pop irrumpieran en la historia de la humanidad (que no en nuestras vidas, porque la gran mayoría de nosotros ni habíamos nacido), el mundo seguía girando. Como si nada. Y no consta que fuera menos feliz, aunque ahora nos parezca inconcebible lo que debe ser vivir sin canciones que nos expliquen.

De cualquier modo, poco importa cualquiera de estas consideraciones desde el momento en el que ya todos tenemos claro, desde hace semanas, si vamos a alzar o inclinar (metafóricamente) nuestro dedo pulgar ante la sola mención de esos dos discos. Y ante la de muchos otros.

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