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Cultura

Hugo von Hofmannsthal: los amigos de mis amigos son mis amigos

En Hermosos y malditas, Cultura 4 julio, 2018

Jesús García Cívico

Jesús García Cívico

PERFIL

Hugo von Hofmannsthal (1874-1929)

El escritor vienés vivió y comprendió perfectamente una de esas épocas que constituyen, con más claridad que cualquier otra, un antes y un después de una historia inextricable. Habitante de una ciudad que supuso en sí misma uno de los hitos más profundos de la cultura universal, mentor de festivales musicales como los de Salzburgo, libretista de Richard Strauss, amigo de juventud de Arthur Schnitzler, contemporáneo de Stefan George o Rainer Maria Rilke, poeta, dramaturgo, «torcido», espíritu dream-pop avant la lettre, autor de ensayos sobre un tiempo (el que transcurrió a caballo entre los siglos XIX y XX, justo antes de las grandes guerras) que no sólo no podrá regresar jamás, sino que ni siquiera nos resulta ya posible imaginar.

La Viena de Wittgenstein 

Alrededor de la ciudad de Viena, en esa inagotable capital centroeuropea francisco-josefina, en ese espacio espiritual que dio luz al psicoanálisis y la música dodecafónica, vivió von Hofmannsthal, unigénito de una familia culta y aristocrática. La llamada «Viena fin de siglo» o «Viena 1900» fue un núcleo extraordinariamente denso, la médula de una estructura consciente, entre la decadencia lúcida de un Imperio y el resurgimiento vital de un espíritu que miraba más atrás, por la que circularon, tropezándose con el cerebro unos con otros, un conjunto irrepetible de estetas hipersensibles, Max Reinhardt, Karl Krauss o Sigmund Freud, y una serie de cambios en la forma de comprender el alma y el arte que permiten llamar a ese tiempo, el segundo Siglo de Oro de la cultura europea: Mahler, Otto Wagner, WittgensteinGustav Klimt

"Portrait of Adele Bloch-Bauer", Gustav Klimt

«Portrait of Adele Bloch-Bauer«, Gustav Klimt

Algo huele a podrido en Kakania

En El hombre sin atributos, Robert Musil acuñó con fortuna critica el término Kakania o (Cacania) para evocar con ironía esa bella y decadente entidad estatal supranacional (el kaiserlich und königlich Imperio austro-húngaro) que habría de desvanecerse como se desvanecen esas ilusiones a las que nos entregamos por completo sin haberlas pensado antes del todo bien.

El 28 de julio 1914 el Imperio austro-húngaro declaró la guerra a Serbia, un acto que, en una Europa hecha de alianzas desembocó, como resultará sabido al lector de EL HYPE, en la Primera Guerra Mundial, o simplemente, en la «Gran guerra» (Weltkrieg o Guerre Mondiale), pues en ese momento no había necesidad de enumerarlas. Pero, 1914 no fue solo el punto de salida de una velocísima carrera destinada a batir el récord del horror, la estupidez y la muerte sino la altura máxima que lograron alcanzar esa serie de inteligencias excepcionales de forma afín a como parece quedarse suspendida en el aire, apenas un instante, la moneda que lanzamos para averiguar nuestra rara suerte. Afuera surcaba el aire el hedor de Sodoma y podía oírse el horrible grito ¡Extra, extra!Karl Kraus certificaba el fin de un planeta: Los últimos días de la humanidad.

Atentado en Sarajevo

Relatos y poemas

De la producción literaria de Hofmannsthal llaman pronto la atención los cambios de ritmo, las paradas, la reflexión sobre la escritura como ejercicio de comunicación. Construyó su reputación al sprint con dramas líricos como Ayer (1891), La muerte de Tiziano (1892) o El loco y la muerte (1893), relatos como «Lucidor» (1910) o ««El cuento de la mujer del velo» (1900). Más tarde, de 1909 a 1932 escribió libretos y textos muy cuidados para tantear todas las posibilidades literarias del género. Escribió en alemán y en nuestro país, según he ido buscando los últimos años, Cátedra publicó su selección de aforismos (propios y ajenos) y una breve selección de relatos, Escolar y Mayo, La mujer sin nombre, Gredos, teatro en verso. También pude encontrar una estupenda serie de conferencias y ensayos que la sobria y vallisoletana cuatro ediciones publicó como Instantes griegos y otros sueños, Alianza sacó su Carta de Lord Chandos, pero fue la valenciana Pre-Textos la que no solo echó luz castellana (bilingüe, en realidad) sobre su nostalgia pura de poeta antiguo (Para un dios no nacido) o acerca de su intercambio epistolar con Edgar Kar von Bebenburg, sino también sobre esa suerte de crisis vital o punto de inflexión metaliterario que supuso Una carta (de lord Phillipp Chandos a Sir Francis Bacon).

Hofmannsthal casi Bartleby

Escribe allí Hofmannsthal sobre la posibilidad de dejar de escribir, o mejor, sobre la imposibilidad de escribir. Alrededor de ese breve documento, Pre-textos publicó un volumen que tras el «La herrumbre de los signos» de Claudio Magris, a modo de prólogo, incluía nuevas «respuestas»: el juego con José Luis Pardo, Stefan Hertmans, Clément Rosset, Esperanza López Parada, Hugo Mújica y Abraham Gragera, una serie de cuestiones de orden filosófico, literario, lingüístico y vital surgidas al hilo del análisis de la epístola claudicante de Hofmannsthal. Con todo, y a pesar del tenor de la mayoría de respuestas, yo no creo que Hofmannthal prefiriera no hacerlo, y desde la primera vez que leí sobre el lamento de no poder decir nada verdadero a través de las palabras, pensé que esa carta era en realidad un sofisticado juego de creación, una ficción sobre una posibilidad en la trama de las cosas, la conjura de un temor, otro relato en la devenir de un escritor ocasional o, al menos, discontinuo.

"Elektra", Richard Strauss

Los amigos de mis amigos…

Hofmannsthal siguió escribiendo, adaptó a los clásicos (de Sófocles a Calderón de la Barca), tanto en libretos como Electra para Strauss como en otros formatos literarios sobre los que regresó contradiciendo la idea que pareció desarrollar en la Carta, creó La torre o Las ruinas de Atenas (ambas en 1925), no paró de leer en voz alta recensiones, crítica, perfiles, necrológicas. De entre su última producción, me gustaría recomendar El libro de los amigos (1922). El cultivo de la amistad fue una de las bazas que mejor jugó Hofmansthal. Nuestro autor visitó a Gabriele d’Anunzio en Saló, a Rodin, Claudel y Valéry en París. Zweig le reconoció, como a Keats o Rimbaud la infalibilidad en el dominio de un idioma. Hofmannsthal no pudo comprender qué significa exactamente el suicido de un hijo, tanto de él se había quedado en las brumas de una existencia nostálgica de arte imperecedero, amistoso y sublime.

El libro de los amigos no es solo el compendio de esa especie literaria compleja y breve que también (o tan bien) cultivó Hofmannstahl. Su serie de microtextos personales tan afines a la de los moralistas franceses resulta, en realidad, otro diálogo con el pasado (todo progreso principia en un ejercicio de memoria), una fiesta integradora en la que se ha convidado a charlar a las voces más amigas, de Lichtenberg a Grillparzer, de Pascal a Stendhal, de Goethe a André Gide. Un forma de socializar, una hermosa red social a modo de trinchera.

Hermosos: aforismos

Malditas: «Mano (s) negra (s)»

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