El triunfo histórico de un filme coreano Parásitos de Bong Joon-ho en la gala de los Oscars de 2019 podría quedar señalado, en los próximos años, como punto de inflexión —el otro sería el #Oscarsaresowhite y todo el sismo que provocó— con respecto a la apertura de Hollywood a la diversidad y de la asimilación de una paleta más colorida; una tendencia que queda afianzada con el signo de la actual temporada de premios y, salvo sorpresa mayúscula de última hora, con una nueva gala de los Oscars que volverá a distinguir el trabajo de una persona de rasgos orientales. Este hito confirmaría esa amplitud de miras y sensibilidades que riega Hollywood y sus alrededores desde hace unos pocos años, a rebufo del movimiento afroamericano, históricamente más castigado, y con mayor capacidad de presión y de incidencia real respecto a sus demandas, como ha quedado patente en los relatos cinematográficos, y quienes los cuentan, llegados en el último lustro.
Ahora parece ser también el turno de otra minoría arrinconada e invisibilizada en la cultura popular: la asiático-estadounidense que, con menor presencia en el tejido industrial, y sin causar tanto alboroto y ruido, ha empezado a lograr que sus sensibilidades tengan cabida en el celuloide contemporáneo. La prueba más irrefutable de ese cambio son los Oscar, el mayor escaparate, y como tal, pulsómetro para entender las dinámicas e inercias de la producción cinematográfica. Además de la más que probable coronación de Chloé Zhao por Nomadland, este año los académicos se han rendido a la historia de tintes autobiográficos de Lee Isaac Chung en Minari, convirtiendo, además, al talentoso Steve Yeun en el primer actor de origen asiático en ser nominado al Oscar al mejor actor principal.
No son los casos de Zhao ni Chung los únicos en enriquecer las bobinas producidas en la tierra del dólar. Otros directores de linaje oriental han conseguido infiltrar una alternativa a esa mirada demasiado blanca, como se denunció en la gala de los Oscars de 2015. Este es el censo de los nuevos directores de origen asiático llamando la puerta de Hollywood, desde su seno o la periferia, y con calidad suficiente para seguir nutriendo el circuito cinematográfico con historias y personajes durante los próximos años.
Chloé Zhao
El nombre de esta china-estadounidense, nacida en Pekín, criada en Brighton, y adoptada en Estados Unidos, no resulta nuevo para la cinefilia. Sus dotes como directora y guionista quedaron selladas en The Rider, un notable drama rural premiado en el Festival de Cannes de 2017. Su consagración internacional llega con su tercera película (su ópera prima fue Songs My Brothers Taught Me), este Nomadland que cabalga sin rival en la temporada de premios y que debería coronarse con el triunfo en los Oscars el próximo 26 de abril. Mientras saborea las mieles del éxito con su última película, Hollywood ya la ha blindado para dirigir una de Marvel, The Eternals.
Lee Isaac Chung
El otro que concurrirá en los Oscars de este año, aunque él no haya sido nominado a la mejor dirección, pero sí su película, Minari. Una feel good movie sin sensiblerías, ni excesos ni estridencias, que ha situado en el mapa cinematográfico al joven director de Denver; norteamericano pero de origen coreano, cuya infancia en los campos de Arkansas plasma en el metraje de su tierno y afable debut. Una historia sobre la familia, sus tradiciones —y la pérdida o no de estas durante la asimilación del sueño americano (o la proyección vaporosa de esta). Minari supone el quinto largometraje de este director de 42 años. Anteriormente había dirigido tres películas y un documental.
Andrew Ahn
Al contrario que sus compañeros anteriores, Andrew Ahn aún no ha trascendido hasta los dominios más populares. Y ello pese a que, en su última película, la estimable El verano de Cody, alrededor de la inesperada amistad entre un chaval en medio de la mudanza emocional de su madre y un veterano de la guerra de Corea, comparte la mirada sensible, sutil y tierna a la desplegada por Chung en la mentada Minari. Antes Ahn debutó con Spa Night, un proyecto ambientado en Koreatown de Los Angeles y levantado por crowdfunding.
Kogonada
Otro cineasta norteamericano con raíces coreanas (nació en Seúl), Kogonada se granjeó cierto prestigio en los corrillos críticos a través de vídeos ensayo donde analizaba los estilos de distintos cineastas. Un trabajo que le llevó a ser colaborador de la prestigiosa revista Sight & Sound, y responsable de material extra para las exquisitas ediciones de Criterion Collection. Con este aprendizaje, el director dio el salto a la dirección con Columbus, una perla indie alrededor de dos personajes cuyas intersecciones vitales se cruzan en la ciudad que da nombre la cinta, una población de Indiana con una nobleza arquitectónica insospechada. Su segundo largo, After Yang, con Colin Farrell en el rol principal, debería llegar a las salas a lo largo de este año.
Lulu Wang
La directora Lulu Wang, además de ser pareja de Barry Jenkins (uno de los pocos autores de los que puede enorgullecerse el Hollywood actual), se ganó un reconocimiento propio con The Farewell, dramedy intimista edificado alrededor de una reunión familiar en casa de una abuela a quien se le ha diagnosticado un cáncer de pulmón terminal, pero que ella desconoce por expresa voluntad de la familia. De nuevo, el choque de las tradiciones entre la familia emigrada a los Estados Unidos y la parte de la familia anclada en China riegan los pliegues humorísticos de esta tierna y entrañable historia sobre la pérdida, que iluminó la irrupción de una joven directora de Pekín (como la que abre la entrada, y de la misma edad, 38), pero afincada en los Estados Unidos, a la que seguir de cerca. Su debut, Posthumous (2014), pasó bastante más desapercibido, al contrario que esta cinta con la que cosechó el Spirit Award a la mejor película en 2019.
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