Con la pasada edición de 2019, el Ravenna Festival cumplió 30 años de actividad ininterrumpida. En este considerable arco de tiempo la ciudad italiana de Ravenna ha sido —y esperemos lo siga siendo por mucho tiempo— centro de uno de los festivales más originales del planeta. En él, además de la música clásica, conviven las ultimas tendencias del balé, del teatro, del musical, de la música jazz, pop y rock, además de otras artes afines al mundo de la performance. Durante más de un mes, las calles, los templos y los teatros de Ravenna (ciudad que alberga ocho monumentos patrimonio de la UNESCO) se llenan de propuestas originales, unidas bajo un lema escogido por los responsables de la programación, dentro recorrido siempre culturalmente estimulante.
El lema de este año debía de ser Dolce color d’oriental zaffiro, que cita un verso 13 del Canto Primero del Purgatorio Dante, y que quería evidenciar la idea del inicio de un nuevo viaje tras el trayecto recorrido hasta ahora por el Festival, pensado siempre como perenne descubrimiento de algo nuevo, anclado al glorioso pasado de una cultura occidental que mira constantemente a Oriente.
Las vicisitudes causadas por la pandemia de la COVID-19, que habían puesto en entredicho la misma posibilidad de realizar el festival, han alterado el proyecto, sin por esto mermarlo de sus características basadas en la heterodoxia de propuestas ancladas a géneros diferentes.
De hecho, el XXXI Ravenna Festival ha supuesto este año para los otros festivales una verdadera estela a seguir, ya que con su inauguración el 21 de junio —con un concierto dirigido por el gran Riccardo Muti y su Orquesta Juvenil Luigi Cherubini, basado en casi su totalidad en obras de Mozart —fue la primera institución musical europea en ofrecer conciertos en vivo después del inicio de la desescalada del coronavirus, que en Italia empezó con mucha prudencia a inicios de junio.
A lo largo de un mes, siguiendo estrictos protocolos de seguridad que han limitado drásticamente el número de espectadores, el festival ha conseguido ofrecer casi 40 eventos entre lecturas, monólogos teatrales, debates, conciertos de cámara y conciertos sinfónicos. En este último apartado —los conciertos se han desarrollado al aire libre en el sugestivo marco de la Rocca Brancaleone , con una audiencia de no más de 300 espectadores por concierto—, después del ya citado inicio con Riccardo Muti, se han podido apreciar también las batutas de Valery Gergiev con la Cherubini y de Iván Fischer con la Orquesta del Festival de Budapest del que es director titular y que fundó con Zoltán Kocsis en 1983.
La serie se cerró el 12 de julio, otra vez con Riccardo Muti, protagonista también de concierto Le vie dell’amicizia, organizado por el festival en el sito arqueológico de Pestum, cerca de Salerno, dedicado a la Siria y centrado en la Tercera Sinfonía de Beethoven. Al frente siempre de la Orquesta Cherubini, el director napolitano ofreció en Ravenna un programa dedicado enteramente a Antonín Dvořák (1841-1904) con dos de sus obras de su repertorio entre las más emblemáticas y mas ejecutadas: el Concierto para violoncelo op. 104 y la Sinfónia n. 9 “Desde el Nuevo Mundo”, op. 95, ambas compuestas durante la estancia del músico checo en Estados Unidos entre 1892 y 1895 cundo fue nombrado director del conservatorio de Nueva York.
Las dos obras comparten sin duda rasgos comunes: ante todo el uso de temas sacados de la cultura musical estadounidense, pero también el perfil muy lírico de sus melodías y el sonido envolvente y muy variado que caracteriza muchas de sus partes. Aspectos todos estos que Riccardo Muti y el violoncelista húngaro Tamás Varga han conseguido destacar con creces, gracias a una interpretación modélica de ambas obras.
Tamás Varga, primer violoncelo de la Filarmónica de Viena, desde hace más de veinte años, basó su interpretación no tanto en el virtuosismo que caracteriza la pieza —extremadamente difícil técnicamente— , sino poniendo en valor el cálido sonido del instrumento, la belleza y ternura de las melodías y el impresionante diálogo con las diferentes secciones de la orquesta, perfectamente equilibrada bajo la batuta de Muti, que ofreció un tapiz sonoro y un contra canto en perfecta sintonía con el solista.
Si la interpretación del concierto resultó magnifica en cada momento, todavía más impactante fue la Sinfonia Desde el Nuevo Mundo en la que Muti estuvo en verdadero estado de gracia. Hacía tiempo que no veíamos el director italiano —que el año que viene cumplirá ochenta años– tan involucrado y partícipe dentro de una composición. El gesto ya no es volcánico como antaño, pero dentro de su mayor control vive todavía la intensidad que caracteriza desde siempre sus interpretaciones. Estas, con los años se han hecho más reflexivas, sin perder nada de la notoria capacidad que siempre han tenido de entrelazar con excelsa armonía una melodía fluida y emocionante con un perfecto equilibrio del contrapunto entre las secciones de la orquesta.
Este aspecto fue evidente sobre todo en el soberbio primer movimiento y en el magistral control del recorrido temático que caracteriza al último. Pero el segundo (Largo) fue la verdadera joya de la velada gracias a una conducta perfecta del lirismo que lo caracteriza y a una actuación admirable en todo momento de la joven orquesta Cherubini, sedosa en la cuerda y de excepcional nivel técnico y expresivo en las maderas y los metales. Tanta belleza mereció al final de cada pieza un aplauso caloroso y entusiasta de parte un público limitado pero atento y participe en todo momento.
El concierto ha sido accesible en streaming en la página del Ravenna Festival (https://www.ravennafestival.live/), previa subscripción gratuita a la página de Riccardo Muti y es todavía posible verlo y escucharlo, junto a otros del Ravenna Festival 2020, hasta el 31 de julio.
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