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¿Qué he hecho yo para ponerme esto? Moda y cine (1)

En Cine y Series 18 abril, 2021

Fernando Ruiz Goseascoechea

Fernando Ruiz Goseascoechea

PERFIL

El cine transmite emociones que llegan a través de diversos lenguajes, unos más simbólicos que otros: la actuación, la voz, el guion, la fotografía, los decorados, la luz, la música… y también a través del vestuario. El lenguaje de la indumentaria ayuda a entender los marcos socio-históricos de la película, expresa los valores de una época y sociedad determinada y, además, da pautas de comportamiento no verbal de los personajes.

Star Wars Episodio IX: El Ascenso de Skywalker (J.J. Abrams, 2019)

Un ejemplo paradigmático de la centralidad del vestuario en una película es Star Wars, porque, además, no se trata solo de una trilogía, sino de una serie de producciones que iniciaron hace más de 40 años, que no han sido contadas de forma cronológica y que, además, incluye varias series derivadas o spin-offs. Pero desde la primera entrega, en 1977, quedó claro que, además de las batallas galácticas, el vestuario era parte fundamental de la historia, porque definía a cada personaje y su función dentro de la trama. En las películas trabajó una legión de expertos: John Mollo, Ron Beck, McQuarrie, Nilo Rodis-Jamero, Aggie Rodgers, Richard Miller, Robert Kaplan (Blade Runner)…

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Mas reciente, la reformulación hecha por Greta Gerwig en Mujercitas (2019) sobre el clásico literario tiene fuerza debido a la modificación de puntos clave de la novela y de la versión cinematográfica de 1949, la soberbia interpretación y al hechizo de una fotografía pictórica. Pero también a un estudiado vestuario que empodera más que nunca a las mujeres creadas en la imaginación de Louisa May Alcott.

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La realidad es que hay algunas imágenes de películas que nos resultan imperecederas gracias al vestuario. Es muy difícil pasar por alto los vestidos de Christian Dior que luce Marlene Dietrich en Pánico en la escena, el corsé que la esclava abrocha a Vivian Leigh en Lo que el viento se llevó, el vestuario amish de Kelly McGillis en Único testigo, o los pantalones pitillo y la camiseta a rayas de Jean Seberg en À bout de souffle.

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Y no podemos dejar un caso clásico estudiado, tanto por cinéfilos como por amantes de la moda, como es el vestuario completo que diseña Givenchy (tras la negativa de Balenciaga) y que inmortaliza Audrey Hepburn en Sabrina. Parece que el vestuario ofrece al espectador claves privilegiadas para comprender las narrativas de un personaje.

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En un ámbito más sensual no podemos olvidarnos de la sacada de guante de Rita Hayworth en Gilda, el vestido blanco que Marlyn Monroe ventila en La tentación vive arriba, la falda con botones que enseña Brigitte Bardot en Y Dios creó a la mujer, el biquini mojado de Ursula Andress en Agente 007 contra el Dr. No, el top de flores de Jodie Foster en Taxi Driver, los leggins de vinilo de Olivia Newton-John en Grease, y la holgada sudadera de Jennifer Beals en Flashdance.

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El mundo de los escotes es un capítulo aparte y algunos de los más épicos son de factura italiana. Son legendarios el de Sofia Loren en La condesa de Hong Kong, el de Claudia Cardinale en No hay olas, o el de Gina Lollobrigida en El jorobado de Notre Dame.  Hollywood hizo un significativo aporte con la ayuda histórica de Lana Wood en Diamantes para la eternidad, Kim Basinger en LA Confidential, o Jayne Mansfield y Marilyn Monroe, en prácticamente todas sus películas.

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Los hombres no se quedan a la zaga a la hora de lucir vestuario, todo lo contrario. Son imborrables las improntas que nos dejaron las camisas de los chicos de Siete novias para siete hermanos, el chaquetón con flecos de Jon Voight en Midnight Cowboy, la chaqueta de serpiente de Nicolas Cage en Corazón salvaje, el traje blanco con chaleco de John Travolta en Fiebre del sábado noche, la chaqueta de cuero roja de Brad Pitt en Fight Club, el traje de Armani de Richard Gere en American gigolo, o el abrigo de doble botonadura de Daniel Craig en Spectre.

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En ropa casual hay algunas prendas que rozan la leyenda como la chaqueta de cuero basada en la cazadora de piloto A2, pero fabricada por la empresa británica Weston Leather Co. que lleva Harrison Ford en varias de las entregas de Indiana Jones. El sombrero, por cierto, es el modelo Fedora de Borsalino, marca que ya pusieron de moda Alain Delon y Jean-Paul Belmondo en 1970 con una película llamada, precisamente, Borsalino. Y no olvidemos el zurrón de viaje de Indy, basada también en la bolsa para máscaras antigás MkVII usada en la II Guerra Mundial por los británicos. El que este modelo de bolsa no existiese exactamente en el cuadrante temporal de la película poco importa…

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El cine ayuda a expandir el poder de la moda, pero también muestra su deconstrucción crítica. Hay una prenda que todavía se usa y que causó furor en los años 60; se trata de la chaqueta militar M-65, en uso entre las tropas de Estados Unidos durante la guerra de Vietnam. Y es que, de repente, la ropa militar empieza a formar parte de varias subculturas estadounidenses y europeas, desde los mods británicos a los cantantes de hip-hop en los años 80, pues evocaba un espíritu de rebelión. De hecho, llegó a representar a la gente que estaba en contra de la guerra de Vietnam y a ser usada por activistas como el ex combatiente pacifista John Kerry y celebridades como John Lennon y Jane Fonda.

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En los años 70 también hizo historia en la cultura pop a través de películas de Hollywood como Taxi Driver, donde fue la pieza que definió el aspecto de Robert De Niro. También la vistió Al Pacino en Serpico, Woody Allen en Annie Hall y Arnold Schwarzenegger en la primera película de Terminator.

Otra cazadora que ha resultado icono cinematográfico ha sido la bomber, creada en 1917 para los pilotos de combate. Se la pusieron, entre otros, desde Marlon Brando en Un tranvía llamado deseo, Steve McQueen en La gran evasión y Al Pacino en Pánico en Needle Park, a Tom Cruise y Kelly McGillis en Top Gun y Jack Nicholson en El resplandor, pasando por Bruce Willis en Pulp Fiction, Ewan McGregor en Trainspotting, Edward Norton en American History X, y Ryan Gosling en Drive. A destacar la bomber y la gargantilla de Natalie Portman en El profesional (León).

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Algunas prendas marcaron tendencia intemporal, como la chupa de cuero de la marca Schott modelo Perfecto que lucía en 1953 Marlon Brando en The wild One (Salvaje), y que mucho tiempo después se podría Arnold Schwarzenegger, pero hecha a medida, por Bates Leathers, para la primera entrega de Terminator.

Hay veces que el vestuario completo, de la cabeza a los pies, conforma toda una leyenda como los pantalones Lee 101 Readers y la cazadora tipo Harrigton de nailon rojo diseñada por Moss Mabry, que viste James Dean en Rebelde sin causa.

En un terreno más deportivo causó impresión el chándal amarillo y las zapatillas de Uma Thruman en Kill Bill (todo un homenaje al vestuario que utiliza Bruce Lee en su película inconclusa Game of Death).

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Con el cine religioso y las películas “de romanos” descubrimos, además de unos decorados mastodónticos, un lujoso vestuario y unos peinados tan estrafalarios que nos hacían dudar de la rigurosidad histórica del relato, pero había algo que nos subyugaba. Y es que el cine obliga a nuestra imaginación, antes principalmente literaria, a vestir a todos los personajes y en todas las circunstancias narrativas.

De cartón piedra nos quedamos al ver en pantalla el vestuario que exhibían Deborah Kerr, Robert Taylor y Peter Ustinov en ¿Quo Vadis?, aunque al igual que el exceso de sedas de Jean Simmons en La túnica sagrada, quitaban una buena dosis de fidelidad histórica. Pero, sin duda, resultaron inolvidables los trajes y sandalias de Charlton Heston y Stephen Boyd en Ben Hur, la sencillez del vestuario de Carmen Sevilla en Rey de reyes, y el minúsculo y paquetudo calzón con el que luchaba en el circo Kirk Douglas en Espartaco.

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Mas recientemente, no pasó desapercibido el toque vanguardista en el vestuario de La última tentación de Cristo, en especial el de Willem Dafoe. Aunque posiblemente la interpretación más impactante en el cine religioso de los últimos años recae en una mujer, Maia Morgenstern, en el papel de María en La pasión de Cristo, en la que su interpretación queda potenciada por la extraordinaria naturalidad con la que viste su sobria túnica.

Hay estilos de ropa que son inconfundibles y han dejado huella en el celuloide como son los   trajes de caballero negro, camisa blanca, corbata negra y Ray-Ban Wayfare, invento de la pareja formada por John Belushi y Dan Aykroyd para el programa Saturday Night Live, en el que hacían un número cómico musical con el nombre The Blues Brothers. El éxito mundial llegó con la película del mismo nombre y bajo dirección de John Landis, cuando se estrenó en 1980.

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La expansión de los trajes negros se dispara unos años después, de la mano de Quentin Tarantino y la diseñadora de vestuario Betsy Heimann, quienes así vistieron, tanto a los dos matones de Pulp Fiction como a los pandilleros sociópatas de Reservoir Dogs, cinta en la que cada uno de los integrantes de la banda lucía un modelo de gafas Ray Ban: Tim Roth llevaba unas Clubmaster; Quentin Tarantino, unas Predator, y Steve Buscemi, Michael Madsen y Harvey Keitel, unas Wayfarer cada uno. La diseñadora Heimann, por cierto, seguiría vistiendo de negro a muchos de los protagonistas de su extensa carrera.

Pero el bombazo total de los hombres de negro y de las gafas Ray-Ban se produce con la película homónima (Men in Black), protagonizada por Tommy Lee Jones y Will Smith, caya primera entrega es de 1997, la segunda de 2002 y la tercera de 2012, aunque hay un spin-off en 2019.

Con estas películas no sólo triunfa la moda de los trajes negros, sino que se agiganta la marca Ray-Ban. Estos lentes de sol, icono americano desde el mismo día que nació a bordo de un avión de combate en 1937, pasó en 1999 a manos de la multinacional italiana Luxoticca, propietaria de las principales marcas de gafas del mundo, desde Armani a Oakley, pasando por Prada, Burberry, Persol, Bulgari, Chanel, Versace y Ferrari, entre otras.

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Y es que el cine contribuye a la comprensión de los roles culturales de la indumentaria y actúa en el terreno social y cultural del mudo real. E incluso en su desarrollo económico.

El resurgir planetario de las Ray-Ban se da a través del modelo icónico Wayfarer que utilizaron The Blues Brothers y que fue continuado poco después por Tom Cruise en Risky Business. Unos años más tarde, Cruise hizo regresar a todos los escaparates del mundo el primer modelo de la firma, el Aviator, que fue el que utilizó en Top gun. Johnny Depp, gran amigo de los lentes, lució el exagerado modelo Shooter en Miedo y asco en las Vegas.

Ray-Ban ha protegido los ojos de lo más granado de Hollywood, desde las Aviator cuadradas de Robert de Niro en Taxi Driver a las Balorama de Clint Eastwood en Harry el sucio. Los dueños de Ray-Ban, con datos en la mano, celebran cada estreno de Hombres de negro, porque se disparan las ventas de sus modelos, especialmente el RB2030, conocido como Predator; aunque los tiempos cambian y ya en Men in Black: International, los hombres de negro se pasan a Police, en concreto el modelo Origins 1 SPL 872, creado exclusivamente para la película.

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Las gafas italianas también han protagonizado grandes películas y algunos modelos han pasado a la historia, como las icónicas Persol 649, creadas en 1957 para uso de los conductores de tranvía de Turin (sede de Persol) y que se hicieron famosas cuando se las puso Marcelo Mastroianni en Divorcio a la italiana.

Pero las Persol estarán siempre ligadas al actor Steve McQueen. Durante el rodaje de El secreto de Thomas Crown lució las Persol 714 y en El Coloso en llamas, protegió sus ojos usando unas Persol 649.

Hay actores multimarca. Jack Nicholson aparece en muchas de sus películas y en la vida real con gafas de sol, y es que suele ser fiel a estas cuatro firmas: Ray-Ban, Serengeti, Shuron (la gran marca estadounidense nacida en 1865) y Persol.

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Otras marcas también triunfaron en las pantallas, como las Carrera Champion que luce Al Pacino en El precio del poder; las Cartier Vendome Santos que lleva Christopher Walken en Panorama para matar, o las Pierre Cardin de Michael Caine en Pulp (Historias peligrosas), las Oliver Goldsmith que Peter Sellers lleva en Teléfono Rojo volamos hacia Moscú.

Y ya que estamos en confianza, diremos que las gafas por excelencia de Woody Allen pertenecen a la marca Moscot, la empresa nacida en 1915 y que sigue floreciente en la calle Orchard, el epicentro comercial judío de Manhattan.

Hay veces que el mismo modelo de lentes se repite en varias películas: las Savile Row Panto, de Harrison Ford de Indiana Jones y la última cruzada, son del mismo modelo que Johnny Depp luce diez años después en La novena puerta (The Ninth Gate). Pasa lo mismo con el modelo Classic de Gargoyles Eyewear, utilizadas por Clint Eastwood en Impacto súbito y lucidas, un año después, por Arnold Schwarzenegger en Terminator.

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Las actrices también han recurrido a las grandes marcas. Recordemos las Yves Saint-Laurent de Catherine Deneuve en Belle de Jour, las Dolce & Gabbana que lleva Madona en Buscando a Susan desesperadamente, las Tom Ford de Susan Sarandon en Thelma & Louise, las Anglo American Eyewear de Kim Basinger en Batman, las Ralph Lauren de Julia Roberts en Notting Hill, y las Bline que lleva Carrie-Anne Moss en Matrix.

La moda del look de estudioso e intelectual con gafas se puso de moda por primera vez en los años 50, pero todavía no estaba bien visto en el mundo del arte y la moda. Tuvo que llegar un tipo absolutamente miope de Liverpool para cambiar la tendencia en un pispás. Y eso fue en la Almería de 1967, mientras rodaba la película Como gané la guerra, cuando se quitó las lentillas y se puso unas gafas con montura facilitada gratuitamente por el Servicio Nacional de Salud Británico. Esa persona era John Lennon y ese día cambiaron algunas cosas.

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Ese modelo de gafas no era el redondito a lo Mahatma Gandhi que usó muchas veces, sino un poco más cuadrado, con las patillas más altas que otros modelos y se llamaban Oxford, aunque hoy día son conocidas como Panto. Pasados los años, Lennon utilizó muchísimas gafas, pero la mayoría de sus monturas no eran de marca conocida; las adquiría en mercados de pulgas, especialmente en un pequeño puesto de Camdem Passage, en Londres. Y dice la leyenda que esa tienda todavía abre todos los miércoles…

Imposible acabar sin decir que lo mejor de su estancia en Almería no fue el rodaje de la película de Richard Lester, sino que fue donde escribió, con sus nuevas gafas puestas, la letra de «Strawberry Fields Forever». Que no es poco.

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