¿El corazón, la esencia del rock? No lo busque en destartalados camerinos, en sudoraciones de directo, en eternos autobuses de gira, en una anécdota truculenta o un solo de guitarra… No lo busque en esas letras que parecen decir algo profundo y ocasionalmente dicen algo. Búsquelo en las notas de libreto de los extintos vinilos y los casi extintos CDs. Creemos que ellas capturan el espíritu en el que se gestó la obra a la que acompañan. E incluso saben capturar el espíritu de una época entera. Derek Taylor, en sus descripciones pedantonas de álbumes de los Beatles, nos mostraba que, en los años sesenta, hasta las anotaciones de un disco podían estar colgadas:
Mi nombre es Derek pero así me llamó mi madre por lo que no es gran cosa, excepto que es mi nombre y me gustaría decir que me pidieron escribir las notas para “Yellow Submarine”. Ahora bien, Derek Taylor solía ser el agente de prensa de los Beatles y luego en América se volvió el exagente de prensa de los Beatles (tras dejarlos) y ahora Derek Taylor es el agente de prensa de los Beatles de nuevo así que cuando le pidieron que escribiera las notas de “Yellow Submarine” decidió que no sólo no tenía nada nuevo que decir sobre los Beatles a los que adora demasiado como para aplicar cualquier razonamiento crítico, y quienes le pagan demasiado como para sentirse completamente libre […]
No era el único en entusiasmarse. Rellenar las páginas de un disco con algo más que letras de canciones es un arte en sí mismo, merecedor de su particular premio Grammy. Es el espacio donde los músicos y otros personajes involucrados en la grabación pueden explicarse en sus propias palabras, recordar momentos, ofrecer pistas y claves o desgajar las virtudes propias aparentando que lo hace un tercero.
Manifiestos demenciales, declaraciones solemnes, verdades gnómicas, insolentes burlas hacia el lector… Desde las cavilaciones de Hafler Trio hasta las parrafadas de The Anti-Group Communications (con citas y notas), los vanguardistas de la música grabada tienen una urgencia irrefrenable por explicar sus intenciones. En todas las artes la vanguardia expresa en encendidos manifiestos los fundamentos de su propuesta, en el temor a la pazguata incomprensión de sus contemporáneos. El rock no iba a ser diferente.
Nuestro tour por el mundo de los libretos y las contraportadas comenzará con Gentle Giant, una de las agrupaciones señeras de la época dorada del rock progresivo británico. En la cresta de un género ambicioso, son un ejemplo de música que mira por encima del hombro al oyente. En las sleeve notes de su seminal Acquire the Taste (1971) deslizaron esta memorable declaración de intenciones:
Es nuestro objetivo expandir las fronteras de la música popular contemporánea a riesgo de ser muy impopulares. Hemos grabado cada composición con un solo pensamiento: que debía ser única, intrépida y fascinante. Lograr esto nos ha costado cada gramo de nuestro conocimiento musical y técnico combinado. Desde el principio hemos abandonado todos los pensamientos preconcebidos de descarada comercialidad. En su lugar esperamos darle algo mucho más sustancial y gratificante. Todo lo que tiene que hacer es recostarse y pillarle el gusto [acquire the taste].
Mi preocupación en este disco ha sido dirigirme a una mayoría pero sin concesiones baratas. He aceptado por principio los elementos retóricos propios del «pop», pero he tratado de expresarme yo a través de ellos con toda sinceridad. La dosis de originalidad que pueda haber en este disco no ha sido buscada en sí misma, sino como el único medio que he encontrado para expresarme con autenticidad.
En el «pop» la música suele ser a menudo un mero pretexto para ambientar o acompañar el texto, pues bien, las canciones de este disco han sido estructuradas primero musicalmente, sin texto alguno de soporte, una vez terminadas completamente he buscado quien las pusiera letras [sic]. Estas, que una vez seleccionadas y adaptadas me han parecido hermosísimas, han sido una preocupación secundaria.
Otra cosa, mi música es genuinamente española, por la armonía, por las cadencias y por el sesgo melódico de la mayoría de sus temas. Eso sí, no es la música española tópica, ni siquiera la más conocida. No he querido con este disco hacer una obra culta ni pedante. En rigor desconozco fundamentalmente el alcance de lo hecho, sólo sé que tenía necesidad de hacerlo. De su incidencia en el medio espero aprender para una buena empresa.
Empresa futura que nunca vio la luz, desgraciadamente, porque lo de Carrión en España era más raro que el black metal en Japón. Y, por cierto, la banda japonesa Sigh, en el poliédrico Hail Horror Hail (1997), decidieron hacerlo, enrarecerlo y además presumir de ello:
Este álbum está mucho más allá de la idea preconcebida sobre cómo deberían ser el metal o la música. En esencia, es una película sin imágenes; una fantasmagoría de celuloide. En consonancia, el film salta, y otra escena, aparentemente desconectada del contexto anterior, es insertada de repente entre los fotogramas. Todo sonido en este álbum es intencionado, y si encuentras que algunas partes de este álbum resultan extrañas, no es porque la música en sí misma sea extraña, sino porque tu yo consciente no está preparado para comprender los sonidos producidos en esta grabación.
Excusatio non petita… Esa necesidad repetida de justificarse ante unas críticas por venir nos sumerge en la mente prometeica del artista, ese tira y afloja con un público real e imaginado. Deseo ardiente de ir más lejos que nadie… pero que luego los demás te sigan.
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