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Cultura

Los últimos días: Ferlosio, «Nosotros» y Kurt Cobain

En Hermosos y malditas, Cultura 9 abril, 2019

Jesús García Cívico

Jesús García Cívico

PERFIL

Nunca me gustó el grunge, aunque me encantó Last Days, la película de Gus van Sant sobre los últimos días de un tipo muy parecido a Kurt Cobain de cuya muerte por tiro de escopeta en la cabeza se cumplen ahora 25 años. En los 90 yo escuchaba mucho el disco She Hangs Brightly (1990) de Mazzy Star y a los maravillosos padres/madres del sonido de Seattle (The Pixies, Dinosaur Jr., Sonic Youth) mientras al otro lado del mundo toda un forma, luminosa y vital, de entender y hacer música estaba a punto de desaparecer, me refiero al pop colorido —con relámpagos de una gozosa melancolía o de un agridulce alborozo—  del sello Sarah Records (The Orchids, Lyceum, 1989, The Field Mice, Snowball, 1989, St. Christopher, Bacharach, 1990) o de la Rough Trade: bandas tan distintas como The Smiths, They Might Be Giants, The Feelies, The Sundays o The Go-Betweens que hubieron de conformar los a priori de mi memoria o lo que Kant podría haber llamado mi sentimentalidad trascendental.

Sonic Youth

Creo que Ferlosio también habría podido dedicar más de un pecio a esa suerte de vanidad negativa del grunge cuyo exponente más desagradable fue Pearl Jam. En el aspecto socio-político creo que el pesimismo existencial del grunge desactivó buena parte del potencial subversivo del mejor punk (el originado en Nueva York y Detroit en los años 70) y lejos de abandonar sobre las columnas ideológicas del capitalismo neoliberal de los 90 un rastro de carmín, en la afortunada expresión de Greil Marcus, empujó a una rara indolencia y a una irresponsable apatía que terminó por espolear los discursos tan pomposos como rancios, tan relativistas como vacíos, posteriores a la irrupción de la Generación X o a la aparición de esa nueva derecha rebelde, hipócrita y clasista cuyo exponente más enloquecido, 30 años después, sería el propio Donald Trump.

El irresistible éxito del SIDA en las mejores mentes de mi generación, el carisma de Juan Pablo II, la pereza criminal en el genocidio de Ruanda, la masacre de Srebrenica ante la impotencia del soldado holandés o la magistral operación de afeamiento e impulso del islamismo radical hicieron más daño al sueño cosmopolita e igualitario de la izquierda que la caída del muro de Berlín y eso explica que en las facultades de Filosofía se sigan enseñando ingenuamente regresiones tan pretenciosas como el comunitarismo multicultural de Taylor o la Teoría de la Justicia de John Rawls. El grunge de EEUU sólo nos dejó alguna camisa de leñador en el armario, lo que de alguna victimista manera es más de lo que Maastricht legó a Gran Bretaña o de lo que a nosotros nos legó la tercera vía de Blair.

Desde entonces, no hay en el mundo una simetría política por mucho que nos machaquen con que sí: Sanders no es el otro extremo de Trump, como VOX no es a la derecha lo que Podemos a la izquierda de nuestro país; Greenpeace no es una organización radical ni los derechos humanos son cosa de izquierdas sino una regla de juego elemental. Hoy todo está escorado hacia la sequía, el fascismo light, la desigualdad y el extremo de lo tonto. Gran parte del peligro reside en la pérdida de referentes compartidos, en el ejercicio micro-despotista de la democracia, en el repliegue narcisista, en la cuestión de las identidades, en la celebración de las gestas homicidas del pasado, en el acatamiento dogmático del folclore en la confusión del punto de vista personal con el sentido común, en el desdén por el profesional, la cultura, el saber o los expertos, cosas, todas estas, que nos llevan directamente al segundo nombre de nuestros últimos días.

Rafael Sánchez Ferlosio

Además de las citadas aquí arriba, Ferlosio dedicó una obra tan fundamental como poco leída a mejorar el estado de salud de la maltrecha razón. De entre todas las diatribas del autor de ensayos excelentes, destaco las líneas dirigidas contra los estúpidos altares donde se renueva el sacrificio de la vida (Mientras no cambien los dioses nada habrá cambiado), su férreo estupor contra los aledaños retóricos de la guerra y el modelo del delirio ligado a los ejercicios belicosos de memoria (God & Gun). Frente a los empeñados en decorarse denunciando el control de un supuesto Gran Hermano, Ferlosio escribió sobre la invasiva intromisión de lo privado en el ámbito de lo público. Lo hizo en Vendrán más años malos y nos harán más ciegos y algo de eso recordé tras los atentados de Barcelona o el lodazal lego-apologético del mal llamado caso Juana Rivas (aquí). Ferlosio pensó con mejor gramática que Slavoj Žižek sobre la ferocidad de la búsqueda del lucro, sobre las ganas de ganar, sobre la estúpida manía de tener razón, también escribió con ironía contra los excesos de los discursos de la superación y la eficacia mucho antes del éxito de la Psicopolítica de Byung-Chul Han

Personalmente, me hacía mucha gracia su manía de afear no solo la mezquina bajeza de los reaccionarios, sino la insoportable suficiencia de los progresistas, por ejemplo cuando se adelantó al abuso de la expresión ladran luego cabalgamos recordando que en nuestro país por todo sale un ladrido y que aquellos que se ven a sí mismos cabalgando, en realidad, presumen de nada subidos al palo de una escoba… usada. Y es que Ferlosio, afortunadamente, no quería agradar, sino incordiar.

No perdonamos a quienes nos han hecho vernos peores de lo que somos, por eso, poco perdonarán a Ferlosio. Su muerte permitirá, en el mejor de los casos, valorar la sólida lucidez de un escritor que, en la ilustre tradición del tábano de Atenas, se empeñó en afear la conducta de esa espantadiza entelequia que llamamos nosotros.

Y esto nos lleva a reconocer que Nosotros, la sorprendente película de Jordan Peele está entre lo mejorcito que uno ha podido ver este año. El guión cierra mejor que la mejor historia de M. Night Shyamalan. En ella se entrecruza, entre escalofríos inteligentes y apuntes agudos sobre el impacto de la publicidad en el cuarto mundo (el subsuelo físico y mental de la urbe postindustrial) según lo veo, nuestra propia frivolidad con la cuestión social subyacente a la suciedad del grunge, esto es, el eterno tema de los de abajo, tratada en la literatura en obras tan distintas como La máquina del tiempo de H. G. WellsHijos sin hijos de Vila-Matas o High Rise de J. G. Ballard.

Hermosos: momento ligero de Nirvana: In Bloom.

Malditas: escena de la segunda home invasion en Nosotros con música de los Beach Boys (es tan buena que se hace demasiado corta).

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