La serie Las últimas estrellas de Hollywood retrata documentalmente, a lo largo de seis episodios, a una de las parejas de actores más carismáticas de la historia del cine, la formada por Paul Newman y Joanne Woodward. El Hollywood dorado acogió romances que traspasaron el dormitorio y matrimonios que colaboraron en la pantalla, como el de Vivien Leigh y Lawrence Olivier, que duró veinte años y nos dejó tres películas, y fue inmortalizado en el documental Larry and Vivien: The Oliviers in Love (2001); fueron once las que rodaron juntos Elizabeth Taylor y Richard Burton, tras sus dos bodas, y que fueron objeto del biopic Burton & Taylor (2013), encarnados por Helena Bonham-Carter y Dominic West; y por su parte, nueve veces compartieron pantalla Spencer Tracy y Katherine Hepburn, a lo largo de sus 26 años de relación extramatrimonial… Pero nadie alcanzó la cumbre de la felicidad conyugal y el éxito profesional como Paul y Joanne.
Sin embargo, lo que convierte en interesante la serie dirigida por Ethan Hawke para HBO no es solo el obvio atractivo de sus protagonistas sino también el planteamiento del que parte su autor. Sin disimular en ningún momento su devoción por la pareja, especialmente por Paul Newman, con la candidez aduladora y la lealtad de un fan, el director, que también produce junto a Martin Scorsese, rinde un tributo a la pareja de actores que estuvo casada 50 años, tras cinco años de relación y recién conseguido el divorcio del actor de su primera esposa, llegando a rodar 16 películas juntos. Y esa misma devoción que cubre con un manto de entusiasmo su proyecto es también la que de algún modo puede interferir en el buen resultado de la empresa.
La génesis de la serie parte de la relación de Hawke con la hija pequeña de los Newman, Clea, con la que fue al instituto, y que le pidió colaboración para realizar un documental. La base consistiría en las transcripciones de las conversaciones que, con vistas a su autobiografía, el protagonista de Hud y algunos conocidos suyos habían mantenido, entre 1986 y 1991, con Stewart Stern. El guionista de Rebelde sin causa (1955) y Raquel, Raquel (1968) había publicado ya No Tricks in My Pocket: Paul Newman Directs, un libro sobre la faceta de Paul Newman como director, durante el rodaje de El zoo de cristal y no cabe ninguna duda de que la fogata que encendió el actor con las numerosas cintas que habían grabado, al desistir de su proyecto, nos privó de un buen libro sobre su carrera y su vida personal.
Entusiasmado con la propuesta, Ethan Hawke ataca el proyecto en plena pandemia, y toma una serie de decisiones que no siempre redundan en beneficio de su serie. En primer lugar, incluye múltiples y repetidas conversaciones vía Zoom con sus amigos y colaboradores del mismo arco generacional (excepto Scorsese), que reverencian a los protagonistas. Sin embargo, la informalidad y espontaneidad, falta de producción y cambios a lo largo del rodaje, en lugar de aportar frescura, resultan conflictivas en el conjunto y aparecen tremendamente desfasadas en ese sentido, dos años después. El peso y la capacidad disruptora de las reuniones telemáticas —las mismas a que nos vimos obligados durante el confinamiento— con sus pausas, falta de sincronización, y el interés tan diverso de los testimonios aportados (muchos puro fandom) no añade la supuesta espontaneidad y noción de legado que se pretende, antes desequilibra, produce un anticlímax y hace mella en el contenido que básicamente consiste en una sucesión de fotografías y fragmentos de películas de los intérpretes. Sobre estas, escuchamos la voz en off de actores que interpretan a las personas que contribuyeron al proyecto abortado de Newman y Stern, ilustrando ambas trayectorias con sus testimonios de primera mano.
Así, Laura Linney interpreta a Woodward (a quien tuvo como mentora), George Clooney, al actor, Brooks Ashmanskas a Gore Vidal, Bobby Cannavale a Elia Kazan, Oscar Issac a Sydney Pollack…, en un reparto extenso cuya polifonía engrandece la visión de la pareja, de sus carreras y la intimidad de su relación. Lamentablemente, se trata de otra elección poco afortunada, puesto que las voces de los entrevistados se superponen a los diálogos de las películas, por lo que debemos elegir entre escuchar una cosa u otra, dejar en segundo plano la película y hacer oídos sordos a lo que se dicen los personajes de ficción, o bien concentrarnos en la voz de Alessandro Nivola dando vida a las palabras de Robert Redford. En este sentido, debo confesar que la atracción de los clips y sus interpretaciones, en más de una ocasión me hizo perderme las declaraciones.
Uno de los reclamos de Las últimas estrellas de Hollywood es asistir a la intimidad familiar de la pareja de Hollywood a la que más veces le han preguntado por su secreto para el eterno romance. En este sentido, no se nos ahorra una retrospectiva a su respectivo background y el tremendo empeño de Woodward en mantener a su familia unida, incluyendo los tres hijos del primer matrimonio de Newman, cuya famosa frase ¿Para qué voy a comer hamburguesa fuera teniendo un solomillo en casa? descubrimos que no pudo irritar más a su mujer, por mucha paciencia que mostrara. Hawke se detiene menos en la infidelidad que en el alcoholismo, una buena decisión, dado que este resulta más significativo e interesante en la evolución personal de Paul, que se aplicará en la madurez —y tras la muerte por sobredosis de su hijo Scott— en un trabajo introspectivo y fructífero, animado a asistir a terapia por una de sus hijas, y del que aún se llegaron a beneficiar sus nietos.
La excelente biografía firmada por Shawn Levy, Paul Newman: A Life (Random House, 2009), dibujaba un Newman menos idolatrado, más carnal y menos monolítico, capaz tanto de las bromas más pesadas y aborrecibles —de las que fueron víctimas, entre otros, Robert Altman o Robert Redford—, piques profesionales épicos como el que mantuvo con Steve McQueen y metidas de pata históricas por su falta de tacto, pero también de las iniciativas más solidarias y discretas, propias de un progresista de mente y corazón. Por supuesto, Ethan Hawke y Clea Newman han editado las transcripciones y han escogido lo que han deseado mostrar, que es abundante, valioso y respetuoso, polifónico y un documento único para conocer las carreras dentro y fuera del hogar de los protagonistas, sin dejar de ser la versión que han elegido mostrar.
El repaso profesional, y en concreto, la desaceleración de la trayectoria de Woodward, excelente actriz, generosa mentora de actores y apasionada de la interpretación más allá de alfombras rojas y rótulos luminosos en las marquesinas, que siguió trabajando en televisión hasta el final, así como las referencias a su compromiso político y el pensamiento de Newman, son brillantes, y un legítimo tributo merecido. Y para terminar, el último pero a la serie es la irritante tendencia de algunos exégetas que tienden a confundir actor y persona. En este sentido, Hawke se sirve hasta la extenuación de las imágenes de la filmografía de ambos para ilustrar episodios de sus vidas privadas, la juventud, los conflictos, lo cual, por si fuera poco, resulta una contradicción flagrante con los principios del método, en cuanto a la identificación con el personaje.
Las últimas estrellas de Hollywood, cuyo primer capítulo fue estrenado en el SXSW Film Festival, en marzo de 2022, está disponible en la plataforma HBO.
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