“(O no)” es la parte del título que más me interesa destacar, el editorial, vamos, si es que puede llamarse así. Y es que ha cambiado mucho esto de echar la vista atrás hacia los últimos 365 días y ver, de entre todo lo estrenado en salas de cine en España, qué merece acabar en un “lo mejor del año”.
Para empezar, la mirada ya no puede restringirse a lo que se ha estrenado en salas de cine en España y necesariamente ha de pasar a ser lo que se ha estrenado en España, a secas. Porque Netflix ya es otra pantalla más, guste o no guste (¿eh, Monsieur Frémaux?). Porque la calidad de algunas propuestas que se estrenan en televisión (películas o series) ya hace tiempo que habla de tú a tú a lo que nos llega en pantalla grande.
Este año, además, era imposible mirar solo hacia las salas de cine cuando la cosecha ha sido de todo menos espléndida. El cine tradicionalmente enmarcado en lo que podríamos denominar off-mainstream sigue en buena medida su camino de pedanterización, estilización artificial, ombliguismo vacuo, y en general ha dado turras del calibre de Call Me by Your Name o Burning.
No le ha ido mucho mejor al cine mainstream, desde luego, embarcado en una cruzada por ver quién la tiene más larga, más gorda y más pesada. Es decir, empecinado en una absurda escala de espectacularidad que no lleva a ninguna parte más que al tedio y al ridículo. Los bodrios de Marvel, con Black Panther y esa memez de los Vengadores cuyo título ni recuerdo ni me da la gana ahora mismo buscar en IMDb, serían el paradigma de lo que digo. También ha sido sonora la decepción en sagas como Misión: Imposible, hasta ahora sinónimo de calidad mainstream pero cuya entrega estrenada en 2018 ha caído en la autocomplacencia y la repetición anodina de esquemas ya desarrollados con anterioridad.
Visto lo visto (valga la redundancia, hablando de películas), este 2018 más que ningún otro año ha sido necesario aliviar las tensiones echando mano de lo que podría llamarse “mercados alternativos”, que de alternativos tienen cada vez menos, y menos que tendrán en los años que vienen. Lo que nos ha llegado a través de la (ya no tan) pequeña pantalla ha sido, en no pocas ocasiones, mucho más estimulante, mucho más creativo, y mucho más innovador que lo que nos ha llegado a través de salas de cine. La tercera (y por desgracia última) temporada de Ash vs. Evil Dead, que no ha entrado en este Top 2018 pero que merecería estar, es un buen ejemplo: su modelo es indudablemente el cine del primer Sam Raimi, descerebrado, acelerado, desfasado y excesivo. Pero sus arriesgadas soluciones formales, no solo a nivel de fotografía sino también de puesta en escena y de guion, la convierten en un hito de la narrativa cinematográfica moderna que se disfruta con voracidad inusual. Lloré después de ver el último episodio, consciente de que tardaré en volver a gozar de algo parecido.
Dicho todo esto, la verdad es que, como cada año, ha habido buen cine en 2018. Ordenadas del 10 al 1, de peor a mejor, esto es lo que no deberías haberte perdido este año.
- Mute. Mute. 2018, Reino Unido /Alemania, Duncan Jones.
No ha tenido muy buena acogida que digamos la última propuesta del hijo de David Bowie, que ha sido lapidada tanto por crítica como por público y que Netflix estrenó en su plataforma en febrero. Consigue, sin embargo, un extraño equilibrio entre el noir futurista a lo Blade Runner, la violencia de John Wick, y el drama romántico. Y de regalo, dos casi irreconocibles Justin Theroux y Paul Rudd en papeles diametralmente opuestos a lo que nos tienen acostumbrados, especialmente Rudd, por brutales y sanguinarios. Mute, de alguna manera que no acabo de entender, se las arregla para que todo el conglomerado transmita una emoción que acaba calando lo suficiente como para que el conjunto pueda ser calificado de brillante. No es poca cosa.
- Hereditary. Hereditary. 2018, Estados Unidos, Ari Aster.
Hereditary es la entrada dentro del género de terror (¡y en estampida!) de un joven llamado Ari Aster. Una película arriesgadísima en su concepción, de lentitud exasperante y monótono mono-tono, que consigue algo excepcional: engañar incluso al espectador más avezado en el género.
Hereditary va construyendo su diabólico truco de magia poco a poco, sin aspavientos, sin apenas escenas impactantes, incluso las que podrían serlo son explicadas casi en off como la decapitación de uno de los personajes principales. Su historia es a ratos previsible, y es contada con tanto detallismo que a uno le dan ganas de apretar el botón de “Fast Forward” y saltar de golpe media hora. Pero ahí es donde está el engaño: ese pausado ritmo esconde el engendro del Mal en sí mismo, es una cocción a fuego lento que va anidando sin que nos demos cuenta. Poco a poco, escena a escena, el Mal va extendiéndose imparable como una mancha invisible. Es un Mal muy sutil porque la película nunca lo muestra frontalmente. Un Mal imaginado, casi vaporoso, de dudosa consistencia…
Y entonces, como si de una cédula durmiente se tratara, la película activa ese Mal en los últimos 15 minutos de proyección y lo vuelve sólido, presente, inequívoco. La experiencia de soportar esos últimos 15 minutos no la recomiendo a nadie que no tenga realmente ganas de pasar un rato de muy, muy mal rollo. Mal rollo que, encima, se te pega y se va contigo a casa. Y se mete contigo en la cama por la noche. Avisados estáis.
- Blanco perfecto (Downrange). Downrange. 2017, Japón/Estados Unidos, Ryûhei Kitamura.
Feroz e implacable survival firmado por uno de los directores más desacomplejados del panorama actual fantástico. Película de un único escenario, muy à la Carpenter, Blanco perfecto (Downrange) sabe combinar en un único lienzo explosiones salvajes de gore, por un lado, y por el otro un envidiable músculo narrativo que logra extraer petróleo de una única premisa: un grupo de jóvenes tiroteados uno a uno por un francotirador invisible. La pueden disfrutar tanto los amantes de las emociones fuertes como del suspense más clasicón, y eso no es algo que puedan decir muchas películas hoy en día.
- Aniquilación. Annihilation. 2018, Reino Unido/Estados Unidos, Alex Garland.
Con solo dos películas, esta y Ex_Machina, Alex Garland ha conseguido un envidiable estatus de respeto dentro del género fantástico. Ambas son dos propuestas que exploran los límites de la moral humana en relación a las nuevas tecnologías, un poco en la línea de lo que hace la serie Black Mirror de manera brillante.
Lo que ocurrió con esta película cuando estuvo completada podría ser bastante paradigmático de los problemas que afronta en la actualidad el cine mainstream. Los ejecutivos de Paramount exigieron cambios porque consideraban la película “demasiado intelectual” y pensaban que no gustaría al público. Scott Rudin, el productor, se puso de lado de Garland, que se negó en redondo a alterar nada, y como Rudin tenía el derecho al montaje final pues fin de la historia. Paramount estrenó tal cual en cines de Estados Unidos, Canadá y China, sin embargo no quiso estrenar la película en mercados internacionales y vendió los derechos a Netflix.
Es sintomático de una lamentable manera de entender el cine que los grandes estudios piensen que el público de sus películas es tonto y que no es capaz de comprender algo que vaya más allá de los chascarrillos de Iron Man o los bíceps de Dwayne Johnson. Quizás son ellos, los ejecutivos de los grandes estudios, los que no son capaces de comprender algo que no sea persecuciones, disparos o peleas.
Aniquilación, por cierto, no es tan complicada de entender. Pero sí es una película compleja, que requiere de un visionado activo, que obliga mentalmente a ir desentrañando sus extrañas imágenes. Y por todo ello es también unas de las películas más estimulantes, bellas e inclasificables de todo 2018.
- Yo, Tonya. I, Tonya. 2017, Estados Unidos, Craig Gillespie.
Afortunadamente, el género del biopic ya no es sinónimo de tostón dramático de tres horas de duración a lo Gandhi. Hoy en día las aproximaciones biográficas no son tan ortodoxas y podemos encontrarlas de todas las clases: las hay centradas en un periodo de la vida del personaje, o adornadas con fantasía, o cómicas. Hasta las hay que cuestionan los valores del personaje que retrata, lo que contradice en buena medida los preceptos clásicos del género encaminados más bien a la exaltación más que a la crítica. No sé si está diversificación ha llevado a la fractura misma del género, con lo que podría argumentarse que el biopic como tal en sentido canónico ya no existe y lo que hay son películas pertenecientes a otros géneros.
En cualquier caso, Yo, Tonya pivota alrededor de un único acontecimiento para trazar una afilada descripción de Tonya Harding, una patinadora estadounidense de carácter bastante peculiar que se rodeó de personajes más peculiares aún. Del sentido del humor corrosivo con el que la película retrata a Tonya no se libra ni ella, ni su marido, ni el resto de pobres desgraciados que pululan a su alrededor y que conforman un fresco demoledor de una América profunda muy paleta y obtusa. Grandísima Margot Robbie en el papel de Tonya y más grande aún Allison Janney, que interpreta a su madre y que, desde el primer segundo en el que aparece, pide a gritos el Oscar que merecidamente le fue concedido en la ceremonia de este año.
- Tres anuncios en las afueras. Three Billboards Outside Ebbing, Missouri. 2017, Reino Unido/Estados Unidos, 2017. Martin McDonagh.
Qué maravillosa e inusual es la sensación de que todos los elementos que forman una película encajan de manera perfecta, mágica, en perpetuo equilibrio, sin que ninguno sobresalga más de lo debido o le coma terreno a otro. Esto es lo que ocurre con esta película, thriller que salta con pasmosa habilidad de género (comedia negra, drama racial, cine negro) y en cuya indefinición precisamente alberga su mejor baza: la película es capaz en una escena de hacer reír con sus afilados diálogos para, en la siguiente secuencia, helarte la sangre de golpe.
En contra de lo que pueda parecer por su argumento no estamos ante un típico whodunit. A McDonagh le importa un rábano quién mató a la hija de la madre interpretada brillantemente por Frances McDormand, y el final es la mejor evidencia de esa despreocupación. Lo que le interesa es la tela de araña en la que están atrapados los protagonistas, cómo se relacionan entre ellos, como las acciones de unos acaban influyendo en las vidas de otros. Sin duda, uno de los guiones más excepcionalmente brillantes que ha dado la narrativa cinematográfica en lo que llevamos de siglo.
- La maldición de Hill House. The Haunting of Hill House. 2018, Estados Unidos, Mike Flanagan.
No hace falta añadir mucho a lo que ya dije aquí mismo hace unos meses al respecto de La maldición de Hill House. Pero sí reivindico, como hice el año pasado al incluir Twin Peaks entre lo mejor de 2017 y tal y como he dejado claro al inicio de este artículo, que las series de televisión son hoy en día un ve
hículo de expresión narrativa que nada tiene que ver con lo que los que tenemos una edad conocíamos como “series”.
Ha llegado la hora de cambiar de chip, y lo digo por los que no entienden que entre lo mejor del año pueda caer una serie de televisión. Sin ir más lejos, yo mismo hace tan solo unos años. Si bien históricamente han sido dos medios narrativos con sus propias reglas diferenciadas, y muchos shows televisivos en la actualidad aún responden a esas reglas, en los últimos años esos límites se han ido desvaneciendo a todos los niveles, tanto a escala de producción como de puesta en escena, interpretación, dirección, montaje, etc.
La maldición de Hill House debería entenderse como una película de diez horas, más que como una serie. Es cierto que después del capítulo seis el interés decae un poco y que el desenlace no sea quizás todo lo satisfactorio que podía esperarse. Pero vista en su globalidad, es extraordinaria la apuesta de Mike Flanagan por combinar terror clásico y drama con pinceladas de sustos muy pero que muy bien escogidos (el del coche se ha convertido ya en un clásico), y es una serie que le confirma como lo que es: junto a James Wan, el gran renovador del cine de terror del siglo XXI.
- The Unthinkable. Den blomstertid un kommer. 2018, Suecia, Victor Danell.
Ya lo dije durante el Festival de Sitges: esta película es una grata sorpresa que sabe combinar con particular acierto las coordenadas de un drama con las de una disaster movie. Una relación no resuelta entre un padre y un hijo, y un amor de juventud también truncado de manera abrupta, coinciden en mitad de un ataque terrorista masivo a las centrales eléctricas de Suecia.
Al final la película es una excusa para hablar de lo mismo que esta oleada de anuncios navideños que nos recuerdan lo importante que es pasar tiempo con nuestros seres queridos. Solo que The Unthinkable no es tan amable ni tan feliz como esos anuncios ya que, para expresar esa idea, la cinta recurre a la tragedia de perder los recuerdos, de no ser capaces de reconocer al ser querido. Una alegoría, pues, de los efectos devastadores del Alzheimer, aquí representados en contundentes ataques terroristas sobre la población civil.
The Unthinkable es una de las propuestas cinematográficas más terribles y a la vez hermosas que se han estrenado este 2018. Dirigida con un presupuesto ridículo la mitad del cual se consiguió mediante crowdfunding, atesora momentos de un impacto emocional y visual que rara vez se encuentran en una película.
- Mandy. Mandy. 2018, Estados Unidos/Bélgica/Reino Unido. Panos Cosmatos.
Si hay una película este año cuyo mérito recae claramente sobre la dirección más que sobre cualquier otro aspecto, esa desde luego es Mandy. Sobre el papel no es que se aleje demasiado de los márgenes propios del rape & revenge, solo que aquí en vez de violar y dar por muerta a la sufrida chica lo que ocurre es que al protagonista le matan a la mujer, lo que motiva la contundente y no menos previsible venganza. Hasta aquí nada especial.
Pero lo que hace Panos Cosmatos con este guion es pura magia, porque lo convierte en una especie de pesadilla lisérgica con matices emocionales mucho más profundos de lo que cabría esperar. Poesía surgida del mismísimo infierno, Mandy es por derecho propio una de las experiencias cinematográficas ineludibles de este 2018.
- Un lugar tranquilo. A Quiet Place. 2018, Estados Unidos, John Krasinski.
La mejor película del año parte de una idea comercialmente suicida: el guion completo no tenía más que 25 líneas de diálogo, es decir, era prácticamente una película muda. Película minimalista en casi todos los sentidos, Un lugar tranquilo marca un antes y un después en las posibilidades de encauzar el género de terror. Ambientada en un futuro post-apocalíptico en el que la mayor parte de la población humana ha sido eliminada por unas criaturas de origen desconocido, los protagonistas sobreviven en perpetuo silencio porque esos monstruos poseen un super oído y, al menor sonido, su ataque es inmediato, fulminante y letal.
Con un sentido de la angustia y de la tensión que recuerda (y mucho) al Aliens de James Cameron, lo que ha conseguido John Krasinski es un auténtico milagro: hacer del silencio no solo el protagonista absoluto de la película, sino también un motor transmisor de terror. Un lugar tranquilo nos recuerda, como lo hacían los primeros 45 minutos de Wall·E, que el cine también es silencio, y que la ausencia total o parcial de sonidos puede ser igual o más expresiva que su presencia.
En tiempos como estos, en los que el barroquismo visual campa a sus anchas por el cine mainstream y dicta cómo se han de rodar las películas y qué empaque visual han de tener, que una película tan pequeña y simple como esta haya sobrevivido a todas las fases de producción y haya llegado hasta las salas de cine es ya un triunfo en sí mismo. Una lección mayúscula de cine.
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