Existen pocas bandas en la historia de la música popular que puedan ser recordadas como una formación avanzada a su tiempo sin caer en cierto cliché o ardid compensatorio. La Velvet Underground sería una de esas pocas. Al menos, existiría cierto consenso para rescatarlos como un grupo a contracorriente, alejados de cualquier convencionalismo o corriente predominante, un anti todo – especialmente a la onda hippie y al flower power que imperaba en la costa oeste en su etapa más fulgurante-, una anomalía surgida de los conductos subterráneos de ese Nueva York sombrío y vaporoso. Así lo pone de manifiesto The Velvet Underground, el documental disponible en Apple Tv+ que vuelve a regurgitar la relevancia de esta banda de rock del siglo pasado.
Estrenada fuera de competición en el pasado festival de Cannes, el trabajo firmado por el cineasta Todd Haynes se escapa desde el minuto uno del carácter canónico asociado al rockumentary para trazar un apasionante y revelador trayecto al pasado, hacia la oscuridad iluminada por esta formación neoyorquina. Un viaje pretérito navegando a través de las voces supervivientes, pero también las desaparecidas, así como cuantioso material de archivo y abundante metraje de realizadores y cineastas de esa Nueva York irredento por el que Haynes siente fascinación y mantiene una deuda como artista.
La mirada de Haynes se diversifica así en dos ejes inseparables para entender la banda y su sonido. Por un lado, el característico retrato de los componentes de la seminal banda. Sus pesos y contrapesos, su vanidad y sus choques, sus perfiles desajustados y las compensaciones. En el otro eje de esta pantalla dividida y fragmentada que utiliza en muchas ocasiones el director de Carol, la efervescencia creativa inagotable de Nueva York, la ciudad de una energía contagiosa para el artista y el músico, especialmente durante la línea temporal en la que se inscriben los retratados. Así, el retrato bascula por dos niveles: la Velvet y sus miembros (con un bloque para cada uno: Lou Reed, John Cale, Sterling Morrison, Maureen Tucker y Nico, otorgando mayor protagonismo a sus dos cabezas pensantes: Reed como el emperador de los márgenes y la clandestinidad, y John Cale como el contrapunto vanguardista y sensato), y Nueva York como espacio de inspiración inagotable.
Con tal misión, Haynes no solo logra reclutar a los miembros aún vivos, el clarividente John Cale y la pionera Moe Tucker —la primera mujer en formar parte de una banda de rock de su relevancia—, sino que aglutina a la flor y nata viva de ese periodo para rellenar los espacios y los interrogantes sobre la enigmática formación neoyorquina: La Monte Young, Jonas Mekas (a quien Haynes dedica su trabajo tras fallecer poco después de la filmación) Jonathan Richman, John Waters, Mary Woronov, Martha Morrison (viuda de Sterling). Así como fragmentos de audio de los que se fueron; las figuras espectrales del propio Lou Reed, Allen Ginsberg, Andy Warhol, David Bowie, Tony Conrad, Delmore Schwartz y el filósofo Henry Flynt. La ausencia más destacada, e incomprensible, la de la viuda y fiel compañera de Lou Reed, la también músico y compositora Laurie Anderson.
Y si este carrusel de personalidades vivas y espectrales supone la puerta al conocimiento, las singularidades y las interioridades de la banda, el esfuerzo empleado por Haynes para darle forma es un sugerente ventanal a las sensaciones y los estados de ánimo con los que te subyuga la música de la banda analizada. Haynes absorbe el estilo de la Factory para reproducir en imágenes los tonos, las texturas, las estridencias que definían el corpus sónico de la Velvet. Una proeza formal en la que el continente asimila las tonalidades y las sensaciones de la música que es aquí objeto de estudio.
The Velvet Underground no solo resulta un indispensable documento para el acérrimo de Lou Reed y su cuadrilla negra, es una experiencia altamente recomendable para los nostálgicos de ese período y el Nueva York de ese tiempo. Es, a estas alturas del curso, el mejor documental musical que se haya podido ver en 2021 por cualquier ventana de explotación. Un trabajo que, como la banda que estudia, se aleja de los convencionalismos del género para transmutar en una experiencia sensorial propia de ese Nueva York irrecuperable que solo sobrevive en las imágenes, los sonidos y los testimonios de los que estuvieron y la alimentaron con su llama artística.
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