El Teatro la Fenice ha reabierto a finales de junio sus puertas, tras ocho meses de cierre total debido a la pandemia que ha mermado nuestras vidas en el último año y medio. Lo había ya intentado el pasado otoño, pero la reapertura había durado el espacio de un suspiro. Este nuevo intento, que parece destinado a un mayor éxito, se apoya en una programación pensada para una larga duración (hasta todo octubre) y centrada en varios conciertos y la puesta en escena de cinco óperas, algunas recuperadas de la programación suspendida con el inicio de la pandemia.
Es el caso del Faust de Charles Gounod, que estaba previsto para la primavera de 2020 y que fue cancelado como muchas otras producciones de esa temporada. Extraño es el destino que vincula esta ópera francesa de 1859 con el coliseo veneciano. Es un título con que la Fenice ya en otras ocasiones ha reabierto sus puertas después de varios cierres relacionados con acontecimientos históricos de diferente naturaleza. Ocurrió en 1866, cuando reabrió terminada la guerra de independencia de Austria, en 1920, después de finalizar la famosa epidemia de gripe de 1918 y finalmente en 1946 después la Segunda Guerra Mundial.
Es evidente que para el teatro veneciano Faust se convierte cada vez en el emblema de una renovación (una nueva juventud) como lo es para el personaje principal del famoso texto teatral de Goethe del que está sacado el argumento de la ópera.
La nueva producción ideada por Joan Anton Rechi convierte el patio de butacas del coliseo veneciano en el escenario principal de la acción, dejando al público en los palcos y en el gallinero y transformando de hecho la ópera de Gounod en una especie de sagrada representación donde quien gana la disputa entre el bien y el más es finalmente el demonio.
Rechi imagina la escena como si el espectador se encontrara en el interior de una catedral, iluminada por una luz filtrada por los colores de un imaginario rosón gótico y donde los personajes —vestidos con trajes del siglo XIX inspirados en la película de Visconti, Senso— viven sus desgracias sin una posible posibilidad remisión.
La edad media de Goethe estuvo ausente en la versión del director de escena originario de Andorra, pero no Gounod y su gusto francés, y sobre todo se ofreció la idea de un teatro basado casi en una especie de liturgia sulfúrea. Liturgia impartida por un Mefistófeles que se convertía con el avanzar del espectáculo en un demiurgo demoníaco, pero vestido con frac y sombrero de copa, capaz de dominar la sala y la escena como un perfecto actor de teatro que goza en hacer estragos de sus víctimas.
Rechi guió esta danza de la muerte (sucumben el hermano de Margarita, su hijo y ella misma) con gran eficacia, moviendo hábilmente las masas entre en la platea y las pocas incursiones en el escenario, forzando sin embargo su idea en algunos momentos (como por ejemplo en el final) que así parecieron forzados y algo caóticos.
El reparto fue dominado por el bajo Alex Esposito, un Mefistófeles en perfecto estado vocal, con voz sedosa y con una presencia escénica francamente excepcional. Ivan Ayon Rivas fue un Faust vocalmente seguro pese a su interpretación algo anodina, mientras la Margarita de Carmela Remigio fue de menos a más, imponiéndose sobre todo el final por la intensidad dramática de su actuación. Buenas fueron las pruebas de Armando Noguera como Valentin y de Paola Gardina en el papel de Siébel.
Todo el conjunto viajó sin problema bajo la batuta de Fréderic Caslin. Fue la suya una interpretación de la obra muy intensa donde en algunos momentos faltó a lo mejor esa sensualidad que caracteriza la música francesa del XIX, pero que se impuso por coherencia y eficacia dramática.
No menos emblemática fue la inauguración de la temporada sinfónica de la Fenice tras el cierre de varios meses. Riccardo Muti volvió por primera vez al coliseo veneciano después de su histórico concierto de 2003 cundo tuvo el honor de inaugurar el teatro reconstruido después del desastroso incendio de 1996. De hecho, pocas han sido las veces que el director napolitano ha dirigido un concierto en Venecia.
En la Fenice se cuentan tan sólo siete funciones (incluida la que asistimos el 12 de julio) en sus más de cincuenta años de carrera. Por este motivo su presencia en al Serenissima fue todo un acontecimiento. Al frente de su Orchestra Giovanile Luigi Cherubini (fundada en 2004), Muti ofreció un programa centrado exclusivamente en Frantz Schubert.
Abrió la velada una interpretación enérgica pero muy controlada de la Obertura en estilo Italiano escrita por el compositor austriaco en 1817. Un claro homenaje a las aberturas de Gioachino Rossini que sin embargo presenta también esos claroscuros cromáticos, el uso del modo menor y algunas inflexiones vienesas de la melodía que son típicamente schubertianas y que Muti supo valorizar de forma exquisita.
Algo que hizo también con la Sinfonía en do mayor, “La grande” uno de los caballos de batalla del director napolitano. Su acercamiento a la obra siguió el surco de sus últimas interpretaciones, todas ellas volcadas en un mayor control de la forma, a una atención esmerada al detalle y al intento de encajar cada obra dentro de un arco musical que la abarque completamente. El resultado fue deslumbrante, con una tensión interpretativa que dejó el público veneciano literalmente enganchado desde el solo del corno con que empieza la sinfónica hasta el amplio y contundente último movimiento en Allegro Vivace.
Después de un breve discurso de Muti, en el que el director recordó su relación con el teatro veneciano y en el que hizo su habitual petición de valorar más la cultura y la música en Italia, la velada se cerró con una inolvidable versión de la obertura de la Norma de Vincenzo Bellini como propina, en la que director y su orquesta estuvieron en verdadero estado de gracia.
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