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Cultura

La contradicción Heidegger

En Hermosos y malditas, Cultura martes, 3 de noviembre de 2020

Jesús García Cívico

Jesús García Cívico

PERFIL

Han pasado justo cien años desde el día en que el Partido Obrero o Partido de los trabajadores (Deutsche Arbeitpartei) cambió su nombre por el de Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán. De la mano de un personaje siniestro, la maldad humana alcanzaría cotas difíciles de imaginar y medio mundo sufriría el dolor de la guerra, sin que hasta la fecha haya sido posible resolver del todo la fabulosa capacidad de adhesión de su delirio ni por qué individuos tan inteligentes como el filósofo Martin Heidegger siguen obligándonos a reflexionar cruelmente, no tanto sobre sugestivas metafísicas, sino sobre la omnipresente idea de contradicción.

La perspectiva del tiempo no deja lugar a dudas: Heidegger simpatizó con el régimen nazi y colaboró con él en todas y cada una de las ocasiones en las que surgió la oportunidad. Disfrutó del puesto de rector de la Universidad de Friburgo entre 1933 y 1934 con Hitler en el poder, llegando a pronunciar un discurso encendido a favor de la disciplina y los guardianes del destino alemán. ¿Cómo pudo un tipo tan mendaz pensar y escribir Ser y tiempo, una de las mejores obras de la historia de la filosofía?

heidegger

La primera reacción fue la minimización. O bien se minimizaba su obra o bien se minimizaba la espinosa cuestión biográfica: ambas vías eran erróneas. La obra de Heidegger no es ni un fatigoso esfuerzo de oscurecimiento del lenguaje, ni un ejemplo del irracionalismo místico, ni mera jerga carente de sentido, ni poesía oscura como pretendieron algunos filósofos analíticos y seguidores de la teoría crítica.

La minimización de la simpatía nazi del profesor alemán está presente en El camino de pensar de Martin Heidegger de Otto Pöggeler y en los patéticos anti-bulos de seguidores como Walter Beimel. Hoy, la publicación de sus Cuadernos negros, y sobre todo, la perspectiva del tiempo impide seguir colocando en ese punto de su vida paños calientes: Heidegger fue nazi en el sentido de que se comportó socialmente o de hecho como tal, colaboró y aplaudió a Hitler en los primeros años de una época turbulenta de forma mezquina e interesada. Sin embargo, su filosofía no es nazi (si fuera su filosofía nazi no sería buena filosofía, solo disparates biologicistas, racistas e irracionales) sino centrada en cuestiones ontológicas (la diferencia entre ser y ente) y metafísicas (de una superación de la metafísica) es un hito en la historia del pensamiento.

Mejor así: de esta forma se presenta pura la contradicción. Asumir la contradicción es una manera de pensar inteligente

Hay personas hermosas y malas, como hay películas flojas y taquilleras, grandes artistas cretinos, grandes escritores que maltrataban a sus parejas, poesía bella e inmoral, una cosa no quita la otra: es parte de la complejidad del mundo. Si no existiera la contradicción, la obra de Leni Riefenstahl, tan hermosa e inteligente técnicamente como apestosamente nazi espiritual y temáticamente, debería parecernos fea. Y no lo es.

Hannah Arendt

Hannah Arendt

Ni Hans Jonas, ni Paul Celan, ni la propia Hannah Arendt acusaron jamás a Heidegger de antisemita. Su preocupación fue otra: el ser, el lenguaje (y la poesía) la tecnología, el arraigo.

La aportación fenomenal de Heidegger a la historia del pensamiento consistió en señalar con gran lucidez un gran error de la tradición metafísica: la confusión entre el ser y el ente. La metafísica creyendo estudiar el ser, solo habría estudiado entes, pues aunque sean superiores, grandes o complejísimos, la sustancia, dios, o la naturaleza no dejan de ser entes. El ser no es la suma de todos los entes que son. La superación de la metafísica tradicional implicaba separarlos ontológicamente. La respuesta a la gran pregunta qué es el ser se abordaba en unas páginas ora crípticas, ora trascendentales de forma negativa (se señalaba todo lo que no es el ser) y luego de forma magnética, tan profunda como oscura, se proponía una investigación del ser humano en relación con el Ser.

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Adolf Hitler y Leni Riefenstahl

Podemos conocer el Ser a través de un ente particular: nosotros los humanos (homo sapiens, especie de una única raza sensible a Netflix y al coronavirus). Seres echados ahí (dasein), seres —cuya cuna tal como escribe magistralmente en sus memorias Vladimir Nabokov se mece entre dos abismos, lo que hubo antes y lo que no veremos después— pura temporalidad consciente, seres hacia la muerte (hacia la imposibilidad de ser). Y así flotamos en la nada, barcas que reman contra la corriente… animales angustiados, interesados en olvidar que un día lo posible (la vida) devendrá imposible (por la muerte), seres también tentados a vivir como se vive, de forma mediocre, conformista, gregarios inclinados a una vida que llamó inauténtica: Como una suerte de memento mori ontológico, el aumento de la angustia aumentaría, paradójicamente, las escasas veces en que excepcionalmente, conscientes de nuestro lanzamiento en la temporalidad, somos auténticos.

Esta año, se pudo ver en Venecia, Final Account, (Luke Holland, 2020) una aproximación de la última generación viva de los alemanes que participaron en el Tercer Reich de Adolf Hitler:  ciudadanos de a pie, simpatizantes o expertos no solo en mirar hacia otra parte, sino también, aunque sin los oscuros y fascinantes senderos de Heidegger, en pensar hacia otra parte.

Hermosos: Caminos del bosque.

Malditas: Ideologías biologicistas.

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