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Joni Mitchell nunca miente

En Música 21 noviembre, 2023

Sergio Ariza

Sergio Ariza

PERFIL

Joni Mitchell nunca miente, al menos eso es lo que decía otro mago de las palabras como Q-Tip, de A Tribe Called Quest, en aquella canción de Janet Jackson llamada “Got ‘Till It’s Gone” basada en el “Big Tellow Taxi” de la canadiense. Y puede que tuviera toda la razón, porque de entre todos los grandes compositores de la historia, y estoy hablando de ese reducido grupo de elegidos como Dylan, Lennon, Wilson, Simon, McCartney o la propia Joni, no hay ninguno que sea tan salvajemente sincero como ella.

Puede que parte de ello le venga porque Joni Mitchell siempre se ha considerado a sí misma más como una pintora que como una música, lo que pasa es que, a pesar de ser muy buena con los pinceles, es todavía mejor pintando con palabras, melodías y esos acordes raros de Joni. Además, si fuera una pintora, podríamos equipararla con ese ¡demasiado real! que le gritó Inocencio X a Velázquez después de que este le enseñara su retrato, algo parecido a lo que tuvo que escuchar Joni Mitchell después de que Kris Kristofferson escuchara Blue por primera vez, Por Dios Joni, guarda algo para ti misma. Aquello era demasiado verdadero, aunque en vez de un retrato de otro fuera un autorretrato, el género favorito de Joni.

Joni Mitchell comenzó su carrera en su Canadá natal, donde comenzó a componer sus propias canciones después de ver como los cantantes folk más veteranos se quedaban con las mejores tradicionales. Desde el principio se vio que tenía un talento natural para la composición, en “Urge for Going” ya hablaba de su anhelo de abandonar Canadá y los lugares fríos, sin saber que acabaría siendo para siempre asociada con la cálida California como la Reina coronada de la escena de Laurel Canyon.

En 1967 se fue a vivir a Nueva York y fue  allí donde se comenzó a correr la voz sobre su talento, como compositora principalmente. De repente sus canciones comenzaron a sonar en las voces de muchos de los principales artistas del movimiento folk, Tom Rush, George Hamilton IV, Dave Van Ronk, Buffy Sainte-Mary y, finalmente, en la de la artista a la que terminaría relevando como reina del movimiento, Judy Collins, cuya versión de su “Both Sides Now” se convertiría en un éxito en 1967. Fue entonces cuando apareció David Crosby, deslumbrado por su talento y su belleza, y le ofreció el sueño californiano. Mitchell se fue con el entonces Byrd a Los Ángeles y consiguió un contrato de grabación con Represe.

Cuando David Crosby la llevó a California, la tierra prometida, Joni Mitchell ya había entregado una niña en adopción, se había casado y se había divorciado —aunque el apellido de su primer marido, Chuck Mitchell, todavía la acompaña hasta el día de hoy, su apellido de nacimiento es Anderson— y ya había compuesto alguna de las canciones más importantes de su carrera, como “Urge for Going”, “The Circle Game” o “Both Sides Now”, así que la historia de la Reina de Laurel Canyon ya tenía un amplio bagaje cuando llegó a la Tierra Prometida.

Crosby ni siquiera era al primero del cuarteto Crosby, Stills, Nash & Young al que conoció, y es que en su Canadá natal ya había hecho migas con su compatriota Neil Young, uno de los pocos que utilizaban afinaciones abiertas como ella, y al que llegó a dedicar “The Circle Game”, como una especie de respuesta al «Sugar Mountain» de Young.

Con Crosby tuvo una relación, pero sería con el mejor amigo de este, Graham Nash, con el que comenzaría una de las relaciones más importantes de su vida. Por cierto, en su momento (y en ocasiones, a posteriori) se vio a Joni como una especie de groupie de C,S,N&Y, cuando la realidad era más bien al contrario, con todos los miembros de la banda estando de acuerdo en que Joni era la mejor compositora de todos ellos

Su primer disco fue Song to a Seagull, producido por Crosby, una obra en la que Joni Mitchell no utilizó muchas de sus mejores canciones hasta la fecha, porque ya habían sido grabadas por otros. Aun así el disco que mostraba un enorme potencial, con grandes canciones como “I Had a King”, “Michael From Mountains” o “Marcie”, centrado en su voz y su original forma de tocar la guitarra.

Pero Joni Mitchell lograría superarse con su segundo disco, Clouds, producido por ella misma y con una portada en la que aparece un autorretrato de la propia Joni. El disco ya muestra a una artista mucho más madura y con una voz más propia, con canciones con armonías sutiles y poco convencionales. Además, esta vez sí que repesca alguna canción propia, como dos de las mejores de su carrera, que ya habían sido éxitos en otras voces, “Both Sides Now” y “Chelsea Morning”.

Publicado en mayo de 1969, Clouds la convirtió en figura de culto y en la imagen dorada de la chica hippie de California, en lo que también tuvo que ver su propia mano: ese autorretrato de la portada, que presentaba a la chica de dorada melena y ojos claros con una flor. Se pasaría parte de su carrera distanciándose de aquello.

Eso sí, en 1969 fue invitada al mítico festival de Woodstock y, a pesar de no ir, compondría la canción que se convirtió en su himno oficial. Joni se perdió el concierto porque su mánager la había conseguido una aparición en el Show de Dick Cavett, uno de los programas más importantes de la televisión estadounidense, justo el día siguiente al que estaba programada. Pero cuando sacaron las imágenes de las interminables colas y el caos que allí reinaba, la convencieron para no asistir.

Los que sí que tocaron fueron Crosby, Stills, Nash & Young (en su primer concierto juntos), el grupo en el que estaba su ex Crosby, su amigo Young, Stephen Stills (que había tocado en sus dos primeros discos y también lo haría en Blue y For The Roses) y Graham Nash, la que era su pareja en ese momento.

Sería el relato de Nash, a la vuelta del festival, el que la llevaría a componer “Woodstock”, que incluyó en su siguiente trabajo, Ladies of the Canyon, su primera gran obra maestra, y que contaría con una versión enfocada al rock a cargo de Crosby, Stills, Nash & Young, con arreglo de Stills.

Ladies of the Canyon seguía en territorios cercanos al folk, pero Joni se expandía musical y líricamente, añadiendo canciones al piano, como la maravillosa “For Free” o “Willie”.También había coros más típicos de grupos de chicas, como en la irresistible “Big Yellow Taxi” (que tiene su estribillo más coreable: they paved paradise, and put on a parking lot), además de armonías vocales complejas, como en la canción titular o el precioso chelo de esa obra de pop barroco que es “Rainy Night House”.

El disco fue un éxito y la convirtió finalmente en una estrella, llevándola a ser una de las cabezas de cartel del Festival de Wight de 1970. Pero no se sentía cómoda ante grandes multitudes, tampoco estaba de acuerdo con su nueva fama, ni con el papel que se le había asignado, la reina de Laurel Canyon y su dulce sonido, así que Joni lo mandó todo a paseo en medio de una gran depresión. Se retiró de los escenarios durante un año, se largó a recorrer Europa y rompió su relación con Graham Nash, no quería jugar el papel de reina, ni de esposa de una estrella de rock.  Se acordó de su abuela, a la que nunca compraron un piano, a pesar de su talento para la música, porque eso no era para mujeres.

Escribió muchas de las mejores canciones de su carrera durante aquel periodo, gemas como la infecciosa “Carey” o “California”. De vuelta a EEUU comenzó una relación con el cantautor James Taylor, entonces casi desconocido, pero aquello tampoco salió bien, Taylor era adicto a la heroína y se convirtió en una estrella de la noche a la mañana con Sweet Baby James. De su relación con el cantautor también surgirían otras maravillas como “All I Want” o “Blue”, la canción que iba a dar nombre a su obra maestra absoluta, y una de las que no pueden faltar en cualquier colección de discos que se precie.

En el sonido de Blue habría otro elemento fundamental y es que Joni Mitchell se había comprado un dulcimer y había aprendido a tocarlo a su propia manera, apareciendo y dando el toque distintivo a canciones tan gigantescas como “All I Want”, “Carey”, “California”, o “A Case of You”, otra de las canciones fundamentales de su carrera. También estaba el que puede que sea el villancico más triste y melancólico de la historia, “River”.

En Blue se abría como pocas veces lo ha hecho un artista, de cualquier género. Podríamos decir que es la cima de los discos confesionales en los que un cantante enseña a su público hasta la cicatriz más pequeña de su alma. Joni Mitchell no se guardó nada en Blue y el mundo recibió a cambio el mejor disco que hubiera entregado nunca un cantautor. Una obra lúcida y melancólica que servía tanto como autorretrato personal como de alegoría de una generación en crisis tras el fin de los días del paz, amor y música.

El sueño hippie se había terminado, así como muchas de las relaciones personales de Joni, con Nash o Taylor, y la canadiense se lamía las heridas en público con un torrente lírico y melódico al alcance de muy pocos. Y es que, como dijo David Crosby: No creo que nadie la iguale hasta el día de hoy. No creo que haya nadie tan bueno como ella. Creo sinceramente que era la que más talento de todos nosotros tenía, Dylan incluido.

El disco fue un gran éxito comercial, que hizo que volviera a la carretera en una gira donde se presentaron varias de las canciones que iban a aparecer en su siguiente álbum, For the Roses. Se podría pensar en él como un (gran) disco de transición, el puente entre la Joni cantautora acústica y la Joni que se interna en un espectro musical mucho más amplio, comenzando a cambiar gradualmente la guitarra por el piano como instrumento principal, y añadiendo más instrumentos y unos arreglos más sofisticados.

La canción más recordada de aquel disco era la deliciosa “You Turn Me on I’m a Radio”, una canción que compuso a petición de David Geffen para que hiciera un éxito, Joni Mitchell tiró de ironía en la letra, pero consiguió el resultado, su primer Top 30 en las listas. Eso sí, en la preciosa canción titular volvía a demostrar lo poco a gusto que se sentía con su creciente fama.

Pero fue con su siguiente disco, Court and Spark, con el que acabó con todas las barreras estilísticas, mezclando el folk de sus orígenes con pop, country , rock y, principalmente, jazz, el estilo hacia el que iba a girar en breve, como se puede apreciar en el final de este disco con los ambientes noir de “Trouble Child” y su magnífica versión del “Twisted” de Annie Ross, que aparecía en el disco que se había aprendido de memoria de joven, The Hottest New Group in Jazz de Lambert, Hendricks & Ross.

Allí estaban la perfección de “Help Me” (otra de sus mejores canciones), la poppie “Free Man In Paris”, la delicada “The Same Situation”, la devastadora “Down to You”, la sofisticada “Just Like This Train” o la divertida “Raised on Robbery”, ¿country swing?, con acompañamiento de Robbie Robertson de The Band incluido. Podríamos decir que, si no existiera Blue, este sería el mejor disco de su carrera. También fue el mayor éxito comercial de la misma, llegando al número 2 de las listas de EEUU y dando paso al disco en directo Mileso of Aisles, donde le acompañaba la banda de jazz fusión L.A. Express, que también llegó a la misma posición.

Era toda una estrella y poco después se unió a Bob Dylan en su gira Rolling Thunder Revue, donde comenzaría una fuerte adicción a la cocaína y donde mantendría un romance con Sam Sheppard que llevaría a la composición de “Coyote”, otra de sus grandes canciones, que tocaría en el mítico concierto de despedida de The Band, The Last Waltz, como se puede ver en la película de Martin Scorsese. En esa época, a mediados de los 70 es cuando aparecen sus dos últimas obras maestras, The Hissing of Summer Lawns, en 1975, y Hejira, en 1976,

El primero era una complicada e intrigante maravilla, en la que Joni Mitchell dejaba claro que no quería repetir el éxito conseguido con Court and Spark sino seguir buscando nuevos horizontes artísticos. Desde un punto de vista musical (con su uso de bucles y sintetizadores) y estilístico (precursor de los sonidos internacionales explorados por Paul Simon y Peter Gabriel en los 80) está a años luz de su época, con una Joni que deja de seguir los esquemas de la canción tradicional para buscar nuevas formas, metiéndose más de lleno en el jazz y cogiendo elementos de la música concreta. No es de extrañar que fuera uno de los discos favoritos de uno de sus más ávidos fans, Prince.

Pero es que líricamente también va un paso más allá, siendo uno de los mejores de una Joni capaz de ver que los sueños hippies de su generación no habían conseguido la liberación de la mujer, como algunos ingenuos pensaban, algo que se ve a la perfección en una canción como «Harry’s House/Centerpiece», donde hace una sátira sobre los roles de género, pintando un retrato de los nuevos hombres de negocio, que se terminarían convirtiendo en los brokers de los 80, que sólo se preocupan por el dinero y dejan en el hogar a las esposas y los hijos, para que se conviertan en objetos de decoración perfectos, como simples adornos cuya única solución para ocultar sus emociones imperfectas es empapelar más las paredes. O en la canción titular donde comienza cantando Le compró un diamante para su garganta, utilizando el diamante no como un símbolo de amor, sino de posesión, un diamante como una correa para mantener atada a su mujer.

En Hejira toma todavía más riesgos y ficha al joven prodigio del bajo Jaco Pastorius, cuyo bajo sin trastes, de sonidos jazz rock, acompaña varias de las canciones de un disco que dejaba claro que Joni Mitchell estaba abandonando la senda comercial y se adentraba en una fase mucho más experimental y sofisticada con discos como Don Juan’s Reckless Daughter o Mingus.  En Hejira se encuentran otro puñado de grandes canciones como la mencionada “Coyote”, “Song for Sharon” o “Amelia”.

Sus acordes raros no siempre funcionaron y sus discos de los 80 son algunos de los menos interesantes de su carrera, pero, ni en ese momento, se puede decir que Joni se estancara y no buscara siempre un nuevo sonido en el que acomodar su poesía, cuando llegó a un punto en el que no había otro camino que repetirse o mentir, decidió parar, porque Joni Mitchell nunca miente.

Aun así entre sus discos fuera de la época dorada también se pueden encontrar maravillas, como el disco del año 2000 Both Sides Now, en el que acompañada de una orquesta revisita varios clásicos del American Songbook, como “You’re My Thrill” o “At Last”, además de un par de clásicos propios, como «A Case of You» y la canción titular que puede que encuentre aquí, en la voz de una Joni madura rodeada de cuerdas, su versión definitiva.

En 2015 sufrió un aneurisma cerebral y, durante un tiempo, perdió la habilidad de hablar y tocar la guitarra, pero, poco a poco, se fue recuperando, iniciando una serie de visitas de amigos y compañeros musicales a su casa, con la ayuda de Brandi Carlile, a las que llamó Joni Jams, por allí se pasaron gente como Paul McCartney, Elton John, Bonnie Raitt, Harry Styles, Chaka Khan, Marcus Mumford o Herbie Hancock, mientras Joni Mitchell volvía a aprender a tocar la guitarra y recuperaba su voz. Felizmente no solo ha vuelto a cantar y a tocar, también ha vuelto a los escenarios.

Y es que ¿qué se puede añadir sobre una compositora a la que han recurrido voces tan distintas y geniales como Prince y Bob Dylan, Frank Sinatra y Led Zeppelin, Sufjan Stevens y Herbie Hancock, los Byrds y Dolly Parton, Fairport Convention y Hole, Lana del Rey y Björk, Leonard Cohen y Elvis Costello? Pues que la clave puede ser que mientras otros miembros de su generación cantaban sobre la época en la que vivían o lo que estaba pasando, mirando hacia fuera, Joni Mitchell se encargó de poner una lupa hacia lo más profundo de su esencia, desnudándose emocionalmente con una valentía nunca antes vista, presentándose tal como es sin edulcoraciones, en una serie de magníficos autorretratos musicales que, con toda seguridad, son demasiado verdaderos.

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