Es difícil pensar en Hiroshima y no recordar la terrible tragedia que sufrió el 6 de agosto de 1945. Ese día, en plena Segunda Guerra Mundial, EE.UU lanzaba la primera bomba atómica sobre la población civil y tan solo tres días más tarde arrojaba una segunda sobre la ciudad de Nagasaki que marcó el fin de la guerra.
Todos hemos visto muchos documentales, reportajes de TV y películas que mostraban las duras e impactantes imágenes de la desolación de un territorio, de las ruinas de una ciudad arrasada y destruida. En la actualidad, la ciudad de Hiroshima ha conseguido desligarse de un pasado que permanece imborrable en su memoria: resucitar de esas cenizas, fruto del dolor y sufrimiento, para convertirse en una ciudad moderna, cálida, muy cuidada, con muchos jardines y parques decorados, con numerosos monumentos y declaraciones contra la guerra. Todo ello nos indica que, a pesar de que los japoneses no quieren olvidar dicha tragedia, sí que han superado el duelo siendo capaces de integrarlo en su día a día de una manera muy positiva.
El cine nos ha regalado dos películas sobre Hiroshima que, aunque tienen muchos aspectos en común, en el ámbito arquitectónico difieren bastante. Una de ellas es Hiroshima, mon amour del director francés Alain Resnais (1959). Esta película está ambientada años después de que ocurriese dicha tragedia, durante el mes de agosto (verano de 1957). Narra la breve historia de amor entre una actriz francesa, Emmanuelle Riva, que, tras finalizar la Segunda Guerra Mundial, viaja a Hiroshima para rodar un filme pacifista, y un arquitecto japonés, Eji Okada, al que conoce en la ciudad antes de su regreso a Francia. Y la otra, Óscar a la mejor película extranjera de la pasada edición, Drive My Car del director japonés Ryûsuke Hamaguchi (2021) que narra la relación entre Yusuke Kafuku (Hidetoshi Nishijima), actor y director de teatro, que acepta dirigir una readaptación de Tío Vania en un festival de teatro en Hiroshima y Misaki (Tôko Miura), su joven chófer.
Uno de los aspectos que tienen en común ambas películas es que ambas están basadas en sendas novelas: La primera de ellas, en la escrita por Marguerite Duras con el mismo título. La segunda, en una novela de Haruki Murakami, Hombres sin mujeres. Otro punto muy significativo es que las dos películas mantienen un halo de tristeza, de dolor y sufrimiento, de pesada culpa, durante todo su metraje. Aunque en cada una de ellas ese sufrimiento tiene orígenes muy diferentes. Pero, al mismo tiempo, en sus historias hay sitio para la esperanza y nos muestran que es posible sanar las heridas y resucitar, como hacen los protagonistas, que logran liberarse de su dolor y renacer comenzando una nueva vida.
Una de las diferencias principales, en mi opinión una de las más importantes, es que en Hiroshima mon amour, rodada en blanco y negro, la acción transcurre prácticamente en la cama de un hotel. Apenas se ven imágenes de la ciudad, que en esos momentos de la acción está en plena reconstrucción. Mientras que en la mayor parte de Drive My Car, sí vemos Hiroshima, en concreto el condado de Naka, el de Minami y el centro de la ciudad, y ciudades cercanas como Kure e Higashihiroshima. Otra diferencia importante es que mientras la película de Resnais está estructurada en dos partes, la de Hamaguchi lo está en tres, como una obra de teatro: presentación, nudo y desenlace.
En la primera parte de Hiroshima mon amour, escuchamos la voz en off de la protagonista que nos describe lo que “ha visto” en ese Hiroshima de 1959. A través de sus declaraciones sentimos su angustia y su sufrimiento. Para ilustrar esto el director introduce sutilmente pequeños flashbacks con imágenes de un hospital, de hombres y niños que muestran el dolor, del pasado y el presente de ella y a la vez, el de una sociedad japonesa afectada por las secuelas de la guerra. En esa habitación de hotel, la mujer y el arquitecto compartirán confidencias, hablarán de las huellas atroces que deja la guerra y el trauma que las acompaña, pero también de la pérdida, la fragilidad y el poder arrollador del olvido y la tristeza que provocan.
En la segunda parte, sin olvidarnos de la tragedia, asistimos a la resurrección emocional de la protagonista, gracias al encuentro con el arquitecto japonés. El tono de sus conversaciones cambia y pasan a hablar del amor, de la necesidad de amar, de compartir la vida con alguien, lo que le infundirá la esperanza necesaria para verse capaz de construir algo nuevo. Para ilustrar esta bonita, breve e imposible historia de amor entre estos dos desconocidos, dos supervivientes, el director sustituye las imágenes de la tragedia por fotogramas de cuerpos abrazados.
Sin embargo, la primera parte de Drive My Car comienza con un extenso prólogo que nos presenta la historia de Yūsuke Kafuku (Hidetoshi Nishijima), un actor y director de teatro y su mujer, Oto (Reika Kirishima), una actriz reconvertida a guionista. Forman un matrimonio singular, unido pero a la vez distante, con una compleja dinámica relacional que refleja los traumas de lo que parece una tragedia sin superar, que no queda demasiado clara. Esta parte finaliza con la aceptación de un trabajo en la ciudad de Hiroshima.
La segunda parte arranca en Hiroshima. Allí, descubrimos en qué consiste ese trabajo, se trata de dirigir el montaje de la obra Tío Vania de Antón Chéjov pero con una condición, y es que el lugar donde se hospede esté a una hora del teatro donde se ensaya la obra. El lugar elegido se encuentra en la pintoresca Isla de Shimo-Kamagari. Allí la organización le ha alquilado una modesta habitación con vistas al precioso mar de Setouchi.
Esta isla está conectada a la ciudad de Kure mediante el Puente colgante Akinada, obra del grupo PentaOcean Construction realizada en el año 2000.
El puente, como símbolo de unión, de acercamiento, que acorta tanto las distancias geográficas que transitan los protagonistas en el carismático SAAB 900, como las personales e incluso las lingüísticas consecuencia de un reparto plurilingüe incapaz de comunicarse entre ellos, solo a través de la obra de teatro.
Para evitar problemas con los desplazamientos, la organización decide poner a su disposición a Misaki Watari (Tôko Miura) una joven conductora, poco habladora y seria. En esta parte hay ciertas similitudes con Hiroshima mon amour y es que los flashbacks con imágenes de la tragedia y del amor entre los protagonistas utilizados por Resnais aquí son sustituidos por las grabaciones de partes de la obra del Tío Vania recitadas por Oto, la mujer de Yūsuke que escuchamos durante los trayectos a los ensayos.
Será en esos trayectos, mientras contemplamos unas maravillosas imágenes de la carretera serpenteando al lado del mar, el juego de contrastes entre el azul del mar y el verde de los bosques de la isla cuando, en silencio, la distancia entre estas dos personas que voluntariamente se han alejado, se reducirá gracias a las conversaciones y confidencias que irán surgiendo lentamente entre esos espacios silenciosos. Y sin quererlo en el icónico SAAB 900 rojo conoceremos el origen de su dolor, de su sentimiento de culpa, el porqué de su actitud.
Ya en la tercera parte asistimos a la resolución de todos los temas planteados a lo largo de las dos horas de metraje: la muerte, la vida, el trabajo, la confianza, la sinceridad, la fidelidad, el matrimonio, el amor, el arte, la creación y el sexo.
Continuando con las diferencias entre ambas películas, una de las más importantes es que no estamos ante una historia de amor sino ante una amistad, una breve relación que dura lo justo y necesario para que sus protagonistas puedan superar ese dolor y resucitar. Tanto en una historia como en otra, la tristeza, la culpa y el dolor flotan en el ambiente como una pasada nube, pero mientras la actriz interpretada por Riva y su amante y confidente hablan, Yūsuke y Misaki siguen encerrados en sí mismos esperando una situación que les obligue a romper la coraza que les cubre.
En el ámbito arquitectónico ambas películas difieren bastante, mientras que en Hiroshima mon amour es imposible desligar a la ciudad de Hiroshima de su pasado que permanece imborrable en la memoria. En Drive My Car esa memoria es honrada y venerada gracias a los numerosos monumentos homenaje a las víctimas de la bomba diseminados por toda la ciudad. El más importante es al Parque de la paz (Peace Memorial Park), terminado en 1954: es una zona de 120.000 m2 que ocupa el espacio del antiguo distrito de Nakjima. Allí es donde se encontraba el corazón político y comercial de la ciudad de Hiroshima, quizás por este motivo fuera escogido como blanco del ataque.
El Parque de la paz está repleto de numerosos monumentos que homenajean a las víctimas de la bomba, pero el más importante es el Museo memorial de la paz que aparece brevemente en las dos películas. En Drive My Car vemos la fuente situada en el bulevar con el mismo nombre ubicada en frente del mismo, mientras que en Hiroshima mon amour, aparecen algunas imágenes de la fachada, las escaleras y de algunas de sus obras (fotografías y maquetas) del interior.
Este Museo fue diseñado por el arquitecto japonés Kenzo Tange, ganador del premio Pritzker y uno de los arquitectos encargados de la reconstrucción de Hiroshima. Tange admiraba la arquitectura de Le Corbusier y utilizó los 5 principios básicos de su arquitectura pero adaptándolos a la cultura tradicional japonesa para diseñar el edificio.
De esos, los más destacados son el uso de pilotes de hormigón de forma rectangular que sustentan el monumental volumen de hormigón armado visto y a su vez simbolizan la capacidad humana para sobreponerse a los desastres. Este principio guarda cierta semejanza y relación con la arquitectura tradicional japonesa, porque en ella los almacenes solían construirse elevados sobre pilotes/pilares para proteger las cosechas de la humedad y los animales. En el museo, estos pilotes también sirven para crear la entrada al bulevar y los lugares de oración. Otro son las pantallas para el sol o Brise-soleil y las fachadas modulares.
Al cuerpo principal del museo se accede a través de unas escaleras que perforan el forjado inferior del volumen paralelepípedo. A cada uno de sus lados hay dos edificios secundarios conectados mediante unos pasillos elevados sobre una serie de pilares semejantes a los del volumen central. En ellos hay un auditorio, un hotel, una galería para exposiciones, una biblioteca, oficinas y un centro para conferencias en el oeste.
El conjunto tiene forma de una parábola hiperbólica que aúna las tendencias modernas y la técnica con la antigua forma de la Haniwa, las tumbas tradicionales de los gobernantes de Japón. Los materiales utilizados en este edificio son de una gran sobriedad y rotundidad: hormigón armado y cristal.
El interior del museo está especialmente pensado para transportar al visitante al drama que vivió la ciudad con la bomba atómica. A través de datos técnicos y testimonios, mostrados teatralmente, se evoca el momento de la catástrofe.
En líneas generales, toda la arquitectura japonesa está muy condicionada por los dramas de una geografía con grandes áreas de gran actividad volcánica, los desastres naturales y las catástrofes nucleares, pero, a pesar de esto, todas las ciudades muestran un vitalismo asombroso.
Por último, aunque en ninguna de las dos películas aparece, he creído conveniente mencionar el Memorial de la paz o Cúpula de Genbaku, un monumento conmemorativo de la devastación nuclear que es Patrimonio de la Unesco desde 1996 y que es, en mi opinión, el monumento más emblemático y que mejor encaja con el título de mi artículo.
El edificio se ha preservado exactamente tal como quedó después del bombardeo; originalmente fue proyectado por el arquitecto checo Jan Letzel para la exposición comercial de la prefectura de Hiroshima. Actualmente solo podemos ver los restos de una estructura en la que se aprecia parte de lo que fue una cúpula, una construcción de ladrillo, hormigón y acero. Un esqueleto como símbolo de resistencia, de esperanza, que demuestra la capacidad del ser humano por mantenerse en pie y reponerse de las desgracias.
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