Robert Guédiguian se dio a conocer con Marius y Jeannette (1997), aquella película filmada con su troupe de habituales, empezando por su mujer Ariane Ascaride, que era como un musical sin (demasiada) música, una celebración de la clase obrera, cuya bondad intrínseca hacía que sus alegres representantes salieran al paso de todos los problemas producidos por nuestra opresiva sociedad capitalista. En líneas muy generales, todas sus películas estaban bañadas por la luz reparadora de su natal Marsella, pero Gloria Mundi (2019), que también se rodó en Marsella y llega este viernes a los cines, es una película fundamentalmente oscura, casi un film noir. ¿Qué le pasa a Guédiguian? Se lo preguntamos en el pasado Festival de Sevilla.
Gloria Mundi es su película más oscura desde La ciudad está tranquila (2000). ¿A qué viene ahora esta mirada negra, que contrasta con la mayoría de sus películas?
Bueno, el mundo no va muy bien. Diría que, desde hace dos años todo va a peor: Bolsonaro, Salvini, Orbán…. En las últimas elecciones europeas, prácticamente solo se ha hablado de inmigración, que para mí no sería el tema en el que tiene que centrarse la política europea. Por otro lado, también se me hace cada vez más insoportable que los esclavos hayan adoptado el discurso de sus jefes…
Ya había hablado de la desintegración de la clase obrera en Las nieves del Kilimanjaro (2011).
Sí, hace casi 10 años. Pero, como le decía, desde entonces todo ha ido a peor. Los empleados dicen que entienden que les paguen mal, porque de lo contrario se perjudicaría el aspecto competitivo de la empresa, respecto a los chinos, por ejemplo, que cobran mucho menos. Los pobres hablan como si fueran economistas liberales, lo cual equivale a la victoria ideológica del capitalismo. Y eso para mí es el fin del mundo.
La uberización de la economía, que aparece en Gloria Mundi, también está presente en Sorry We Missed You, el último Ken Loach. ¿Se siente próximo a él?
No la he visto, pero ya sabía que estaba trabajando en ello cuando rodábamos. Tenemos muchos amigos comunes. Es lógico que estemos preocupados, y que no tengamos ganas de hacer películas alegres y optimistas. Siento afinidad con él, como con otros cineastas con los que siento que estamos en el mismo bando, como los Dardenne, o Nanni Moretti. Su última película, Santiago, Italia, me parece una absoluta genialidad. Habla implícitamente de la crueldad de la Italia de hoy, por contraste con la de ayer, cuando la embajada italiana de Santiago de Chile se llenó de gente que huía del régimen de Pinochet. Hace días que tengo que escribirle, para decirle que me ha encantado.
¿Cree que el cine todavía puede cumplir una función social?
Sí, el cine sigue teniendo influencia. No creo que haga cambiar de idea a la gente. Mi público acude a las salas porque sabe lo que se va a encontrar, y mis películas les reconfortan en sus ideas. Para ser fiel a tus ideas, necesitas que te reconforten, con manifestaciones, fiestas, arte, cine. La gente necesita ir al cine para comprobar que todavía hay gente que piensa como ellos.
Entonces, ¿todavía sigue siendo optimista?
Ya conoce la fórmula de Gramsci, porque la he citado cien veces: pesimismo de la inteligencia, optimismo de la voluntad. Si en Gloria Mundi tiendo al noir, también es una cuestión de estilo. Quería hacer una serie B de autor, inspirada en el cine negro. Y en ese registro, cuesta colar notas de esperanza. Pero que la película sea muy negra tampoco quiere decir que esté hundido. Si no fuera optimista, dejaría de hacer películas.
¿Qué ve en el mundo de hoy que le dé esperanzas?
La mayoría de lo que veo no me gusta. Pero también hay casos de ejecutivos que, a los 35 años, paran, y se ponen a hacer vino, o abren una panadería. Ya no soportan su trabajo, y se van. Hay lo que llamo “momentos comunistas”. En provincias, sobre todo, se da el caso de un pequeño pueblo que renace. Acogen a los emigrantes, restauran las casas vacías, se ayudan entre ellos. Llegan tres sirios a los Pirineos, y es maravilloso. Así que hay algún caso aislado, que te da esperanza en el futuro.
En la película, un anciano se sacrifica por un joven. Como productor, ¿apoya a las nuevas generaciones de cineastas?
Respecto a lo primero, todavía no ha llegado el día en que ya no necesitemos héroes, y la verdad que no sé cuándo llegará. No soy cristiano en absoluto, pero el evangelio ya contaba eso: la noción de sacrificio. Por otro lado, como productor, el año pasado sacamos adelante con muy poco dinero, unos 200.000 euros, la primera película de Judith Davis, que se llama Tout ce qu’il me reste de la révolution, y que funcionó bastante bien. Unos 100.000 espectadores, con muy buena prensa. Ella es actriz, y la hizo contando con una compañía de teatro colectivo. Yo les digo a los jóvenes: no me habléis de financiación. Tenéis 25 años, robad la cámara y haced una película con vuestros amigos el fin de semana, y si es buena ya se verá. Si alguien quiere hacer una película, la hace y punto.
Volviendo al clima social, ¿cómo está la cosa en Francia? ¿Cómo ve a los chalecos amarillos?
Se espera una gran huelga para el 5 de diciembre. Transportes, salud, educación. La han convocado los sindicatos, pero los chalecos amarillos también participan. Es un movimiento hermoso, una auténtica revuelta popular. Son el síntoma de la disfuncionalidad de una sociedad que aparentemente funciona. Es verdad que se han dado algunas cosas feas, pero muy aisladas, que la burguesía ha querido enfatizar de manera interesada. Pero a grandes rasgos, es un movimiento al que sólo le falta un poco más de organización. Es lo que les pido cada vez que hablo por la radio. Después de una década diciendo que los partidos no funcionan, hay que organizarse de la forma más democrática posible. Hay que manifestarse en la calle, pero también hay que volver a la política, si no no sirve de nada.
Ken Loach me dijo lo mismo.
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