Tras un primer fin de semana bastante aceptable en términos generales, el 49 Sitges-Festival Internacional de Cinema Fantàstic de Catalunya entra en un letargo bastante similar al que presenta la ciudad. Llegado el lunes, desaparecen las aglomeraciones infernales y las colas kilométricas, en las salas se puede encontrar un sitio razonable sin demasiados problemas, en los restaurantes del pueblo se puede comer sin tener que esperar una hora, y por las calles se puede pasear con relativa paz.
Es como si hubiera terminado una invasión, y la programación suele reflejar ese nuevo estado de ánimo con películas menos potentes, lo que no quiere decir necesariamente que sean menos interesantes.
El lunes hubo de todo, en realidad. Before I Wake, por ejemplo, volvió a elevar el listón de la sección oficial a concurso hasta donde lo habían dejado las películas del fin de semana. Su director, Mike Flanagan, ya había sorprendido en Sitges hace unos años con Oculus, pero aquí avanza un paso para ofrecer un filme que escapa de los márgenes del terror puro y acaba convirtiéndose en una experiencia mucho más heterogénea. A ratos drama, a ratos thriller, casi siempre terror, Before I Wake es cine fantástico de ambición incuestionable y de resultados notables. Y encima, el protagonista es Jacob Tremblay, ese pequeño prodigio interpretativo que nos dejó con la boca abierta en La habitación. No se puede pedir más.
The Neighbor y Carnage Park, presentadas ambas en Panorama Fantàstic y en una doble sesión en El Retiro a la una de la madrugada, demostraron por su parte la necesidad de no perder de vista esta sección: mientras que a concurso entra un poco de todo, por motivos muy comprensibles que tienen que ver con una mirada sin prejuicios hacia el fantástico que abarque la mayor parte posible de voces, en Panorama Fantàstic se concentran películas de una textura mucho más acotada, casi todas ellas preocupadas por el miedo puro y sus desviaciones más inmediatas.
En este sentido, The Neighbor no puede ser más clásica. Dirigida por Marcus Dunstan, creador de las previas (y excelentes) The Collector y The Collection, se trata de una película de terror directo, sin apenas concesiones a otros géneros, cuyo valor quizás no reside tanto en ella misma (como propuesta fantástica es netamente inferior a sus dos cintas previas) como en el inquietante tríptico que conforma junto a las dos películas del coleccionista. Las tres juntas proponen una oscura mirada hacia una América sucia, de submundos tétricos y personajes aberrantes, que puede leerse casi como una metáfora de una sociedad, la estadounidense, dominada por la violencia.
Y prácticamente lo mismo puede decirse de Carnage Park, en la que una sufrida chica acaba perdida en la América profunda a merced de un misterioso pistolero que la acosa rifle en mano. En este caso cabe reprocharle a la película un exceso de histrionismo en su primera mitad, con un evidente e irritante manierismo muy en la línea de Quentin Tarantino. Afortunadamente no dura mucho el asunto y pronto Carnage Park se sumerge tanto formal como argumentalmente en el terreno del psycho-thriller y del survival, coqueteando finalmente con el terror gracias a una última media con ecos obvios de La matanza de Texas.
Otra apuesta nada desdeñable de la sección oficial a concurso es Desierto, dirigida por el hijo de Alfonso Cuarón, Jonás. Aunque ciertamente lo tiene muy complicado para alcanzar la excelencia de su padre, desde luego apunta maneras con este (otro) survival despiadado que transcurre con la inmigración ilegal entre México y Estados Unidos como telón de fondo. No solo sus engranajes de géneros están más que ajustados y funcionan de maravilla, sino que su lectura metafórica en estos tiempos de auge del neoliberalismo fascistoide yanqui es absolutamente necesaria.
Por último, dos películas también a concurso que, en cierto modo, han supuesto sendas decepciones. Por un lado tenemos The Wailing, que venía este año abanderando la (como siempre) ingente invasión de cine surcoreano. Es una película a la que se le intuyen unas potencialidades tremendas en el campo del cine de terror, lastradas por un humor cafre que interfiere de manera decisiva en el producto y, sobre todo, por una duración ridícula de más de dos horas y media que acaba afectando al resultado final muy negativamente. Con unos tijeretazos generosos que extirparan el problema del humor absurdo y una reducción de una hora de metraje estaríamos ante una película potentísima, que es la que se intuye en la pesadez argumental de The Wailing y que nunca llega a materializarse.
Y por otro lado tenemos Blair Witch, que si es una decepción no es ni mucho menos por ser una secuela directa de una película tan vulgar y mediocre como El proyecto de la bruja de Blair, sino por el personaje que está al mando de este producto. Su nombre es Adam Wingard, y hasta hoy era una firme promesa con dos joyas del calibre de You’re Next y The Guest. Se esperaba de él, por tanto, una aproximación al universo de la bruja de Blair que tuviera más que ver con su cinematografía que con la película de 1999.
Sin embargo, el realizador no ha sabido (o no ha querido) llevar a su terreno la tesis argumental de aquella película, hasta el punto que casi podría decirse que Wingard ha sido abducido por la bruja: Blair Witch es un mero calco del original punto por punto, desenlace final en la casa incluido. Basura de proporciones gigantescas y de visionado irritante y aburrido, este found footage no solo está dirigido por Wingard sino que además está escrito por Simon Barrett, estrecho colaborador suyo con el que ha trabajado en casi todas sus películas. Esto, ¡mucho ojo!, refuerza la autoría de Blair Witch y obliga a poner en cuarentena lo que hasta ahora pensábamos de Wingard.
Nadie ha publicado ningún comentario aún. ¡Se tú la primera persona!