Fedora es la tercera ópera de Umberto Giordano que el Teatro La Scala presenta en los últimos años, dentro del proyecto del director musical, Riccardo Chailly, que quiere poner más atención al repertorio operístico italiano entre finales del siglo XIX y principios del XX. En esa época conviven obras marcadas por dramaturgias ancladas en el realismo —o mejor dicho, quedándonos en el contexto italiano, en el verismo—, con otras que miran al modelo wagneriano y las inquietudes de la modernidad europea con el intento de alejarse de la figura operística dominante en Italia, Giuseppe Verdi. El eje principal de este proyecto es sin duda la presentación de la obra completa del Giacomo Puccini, pero no menos importantes son otras figuras, como Mascagni, Ponchielli, Cilea, Giordano, Zandonai o Montemezzi (del que a finales de la próxima temporada el coliseo milanés presentará el poco conocido L’amore dei tre re; figuras distintivas de la llamada Giovane Scuola (Joven escuela).
La nueva producción de Fedora (estrenada por primera vez en el Teatro Lirico de Milán en 1898) vio como director de escena —al igual que las anteriores producciones de obras de Giordano en La Scala (La cena delle beffe en 2016 y Andrea Chenier en 2017)— el famoso director de cine y de teatro Mario Martone, que colabora con cierta frecuencia con coliseo milanés. Para la nueva producción, Martone escogió una idea que resultó ser muy eficaz: fundar su puesta en escena sobre la escenificación de algunos famosos cuadros surrealistas del gran pintor belga, René Magritte, sobre todo el que tiene como título El asesino amenazado. Una forma muy lograda de quitar esa pátina de verismo que la obra de Giordano, injustamente, se traía detrás desde mediados del siglo pasado, para llevarla a orillas cercanas a las corrientes más avanzadas del modernismo, aunque posteriores a la fecha de su estreno.
El acercamiento al surrealismo de Magritte escogido por el cineasta napolitano transforma los personajes de la ópera en figuras abstractas arrastrándolas en una atmósfera irreal, donde la realidad está suspendida, llevando así la atención del espectador sobre lo misterioso y lo desconocido de algo que todavía no ha sucedido. Aspecto que se pudo apreciar ya en el primer acto, ambientado en el lujoso apartamento del conde Vladimiro con vistas sobre una ciudad moderna repleta de rascacielos, y donde la tragedia de su muerte se hace aún más inquietante gracias a la presencia de algunas figuras oscuras que recuerdan el citado cuadro de Magritte. O como, por ejemplo, gracias a la aparición de presencias misteriosas en el acto siguiente que citan el famoso cuadro Los Amantes, siempre del del pintor belga.
Abstracciones que se convierten en el hilo narrativo de la puesta en escena y que llega a su ápice en el tercer acto, donde viene reconstruido completamente El asesino amenazado, con su ventana que se asoma sobre las montañas (el acto se desarrolla en los Alpes suizos) y donde la mujer desnuda asesinada será sustituida por la protagonista Fedora, suicida por no haber podido resolver su conflicto de mujer enamorada y al mismo tiempo capaz de traicionar su amado, el conde Loris Ipanov.
Pese a la eficacia de la idea escénica de Martone, no faltaron, sin embargo, fragilidades dentro de la producción escaligera, sobre todo en los que se refiere a la actuación de los cantantes principales que no siempre fueron capaces de interpretar eficazmente los desvíos emocionales de sus personajes. El más frágil fue sin duda Fabio Sartori (Loris) que demostró ser, como en otras ocasiones, un tenor con buenos recursos, pero bastante inexpresivo no solo en la escena, sino también en su línea de canto. Mejor fue la actuación de Chiara Isotton que tuvo que sustituir a Sonya Yoncheva en último momento. Su interpretación del difícil papel de Fedora fue muy lograda en lo que se refiere a su interpretación vocal, algo menos en la actuación escénica también, por no ser ayudada en las escenas amorosas por la rigidez de su compañero de escenario. Serena Gamberoni fue por lo contario una excelente Sonia, así como eficaz fue la interpretación de George Petean como De Siriex.
La dirección de Fabio Armiliato, en su debut en el coliseo milanés, consiguió resaltar sobre todo los detalles sinfónicos de la partitura, desfavoreciendo sin embargo los aspectos más teatrales de la obra de Giordano, pese a no ser siempre del todo eficaces. Buena acogida a todos los intérpretes al final del espectáculo.
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