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Hungría y Rumanía revalidan su reinado europeo en Cannes

En Cine y Series 30 marzo, 2016

Emilio Doménech

Emilio Doménech

PERFIL

El debutante Laszlo Nemes sorprende con la magnífica Son of Saul, un nuevo desgarrador retrato del campo de concentración de Auschwitz-Birkenau.

Les separan una línea fronteriza y casi 150 años de historia, pero siempre acaban enfangados los unos con los otros. El cine rumano, ya asentado gracias a los empujes de los Cristian Mungiu (4 meses, 3 semanas, 2 días), Calin Peter Netzer (Madre e hijo) y compañía; y el húngaro, con Béla Tarr (The Turin Horse) ya resignado a seguir embistiendo y con otros como Kornél Mundruczó (White God) encumbrados en festivales como el de Cannes, parecen querer desatar un nuevo enfrentamiento entre territorios en la Croisette que nos atañe.

En la última jornada de la 68 edición de Cannes, un filme húngaro y otro rumano han liderado algunos de los debates más entusiastas del a pie de cola. Esto es, lo que se escucha en las filas de espera y no en la alfombra roja de los flashes y las estrellas.

El primero de esos títulos, Son of Saul, es el debut en largometraje de un otrora ayudante de dirección de Béla Tarr, Laszlo Nemes. Su película está ambientada en el campo de concentración de Auschwitz-Birkenau -algo que tan solo se especifica en el pressbook– y retrata el funcionamiento de los sonderkommandos, unas unidades de trabajo formadas por judíos y no-judíos que operaban las cámaras de gas y los crematorios.

La aproximación que Laszlo Nemes hace en Son of Saul es un marcaje al hombre; adhiere la cámara a su protagonista y el resto de la contienda deja que se desarrolle fuera de plano, en el difuminado entorno del rostro de Saul, un judío húngaro perteneciente a uno de los sonderkommandos. El horror del Holocausto queda entonces en un segundo nivel del relieve, y es precisamente esa característica la que hace que los externos planos secuencia se sientan tan angostos y aterradores.

La escena que abre la película enfoca a un bosque tranquilo, pero es aparecer el perfil de Saul y comenzar el alboroto. Un decrépito desfile de futuros cadáveres, el sonido de los disparos aleatorios a quemarropa y la organización moribunda del campo toman protagonismo y hasta el cierre a créditos Son of Saul no se aleja del terror en ningún momento.

Y las palabras no son necesarias. Saul choca involuntariamente con un soldado y su reacción es la de plantarse firme, quitarse la gorra y agachar la cabeza. Es un detalle insignificante, que sin embargo tiene una trascendencia clave porque da a conocer el currículum del protagonista. Y ese fondo desdibujado coopera para que imaginemos: cuántos judíos van directos a las cámaras, qué clase de estupidez habrá hecho tal individuo para merecer un disparo en la cabeza y qué clase de calamidades habrá vivido Saul como para automatizar esa respuesta física a un simple encontronazo. La experiencia de un peón en la fábrica de las matanzas.

Son of saul. Laszlo Nemes. Cannes. El Hype

Son of saul. Laszlo Nemes. Cannes. El Hype

La fidelidad de Nemes a su estilo formal no hace que el retrato de Auschwitz-Birkenau se sienta menos completo que lo que ya hicieran otros grandes clásicos, sean estos ficción o documental, sino que su concreción lo convierte en un trabajo de proporciones aún más mayúsculas. Porque su coherencia, si acaso, legitima la subjetividad del acercamiento e impide que el filme se sienta como un capricho estético adscrito a la robotización de la planificación. Una única escena de los primeros 10 minutos en la que Saul bordea a unos compañeros para acercarse a la cámara delata cierto antojo por alargar el plano, pero nada que desbarate el que es un largometraje único y excepcional.

Son of Saul no tendrá problemas en figurar como uno de los grandes filmes sobre el Holocausto, y más cuando las vivencias del protagonista van ligadas a tan ricos y variados análisis sobre la convivencia del ser humano con el mayor horror vivido en los últimos 100 años de historia. La deshumanización del individuo, la clase obrera del Mal y la búsqueda de una reválida moral por parte de los condenados son sólo el polvo sobre la superficie de una tierra polaca que todavía está lejos de permitirse olvidar la barbarie.

Del otro lado de la frontera, presentaba película en Un Certain Regard el rumano Radu Muntean (Martes, después de Navidad). El título del filme en inglés, One Floor Below, refiere a la planta sobre la que viven Patrascu, su mujer y el hijo adolescente que comparten. Bajo ellos, un vecino que Patrascu cree es culpable del asesinato de una chica del primer piso.

Radu Muntean. One Floor Below. Cannes. El Hype

Radu Muntean. One Floor Below. Cannes. El Hype

Muntean, que es fiel a las corrientes cinematográficas de su patria, presenta un drama de ritmo pausado y contemplativo que descarta facilitarle las conclusiones al espectador. La rutina de Patrascu es por tanto el eje sobre el que el protagonista debatirá el cómo gestionar sus sospechas, pues vio a su vecino salir del piso de la víctima tras una discusión justo el día previo al homicidio.

El libreto de Muntean, preciso en la presentación de personajes que aporten distintos carices al debate de conciencia de Patrascu, deja para el final la explosión redentora. Los ligamentos sociales que mantenían preso al personaje principal se distienden y One Floor Below acaba por confirmar las virtudes de una película que quiere chillar “¡Culpable!” desde el primer acto. Y muy bien, evidentemente.

Puede que compitieran en categorías diferentes, pero nadie puede negarles a rumanos y húngaros haber probado de nuevo la valía de dos generaciones de cineastas que tienen visos de convertirse en memorables. ¿La siguiente batalla? Los húngaros no, pero a Rumanía le queda una bala: Corneliu Poromoiu presenta Camoara en «Un certain regard» la semana que viene. Mentiría si dijera que no apetece.»

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