El gran rubio se ha transformado en un anciano, el Sr. Stein, Pierre, Pierrot, un viudo de setenta y cinco años, desaliñado, huraño, recluido en su misantropía, con sus vivos ojillos azules y una venerable melena nívea. En lugar del Sr. Stein es una de esas comedias amables, sin el tirón de las cenas de François Veber, pero con el encanto de seducirnos a pesar de su desarrollo previsible, porque su costumbrismo de todos los públicos no se subraya y se deja fluir con naturalidad.
Pierre Richard protagoniza junto al joven Yaniss Lespert una nueva historia de anciano -soltero, rarito, discapacitado, viudo- salvado por el empeño de un desconocido, en este caso a regañadientes, por el novio de su nieta que se encarga de introducirle en el mundo de la informática. Pronto descubre el maravilloso mundo de las webs de citas y a Flora, una fisioterapeuta de Bruselas. A partir de ahí, está servido en bandeja el menú de malentendidos, confusiones y vodevil, que transforma una historia basada en Cyrano de Bergerac en un triángulo cómico gracias a la presencia de Richard, plenamente en forma todavía.
Agradecemos la falta de aspavientos y accesos de pasión e ira tan caros al vodevil, que en este caso se beneficia de las elipsis, la falta de impostación, y las interpretaciones de unos actores bien dirigidos por Stéphane Robelin. Los personajes que rodean al Sr. Stein son próximos, se relacionan con fluidez y la pareja Richard-Lespert desprende una química tal, que nos hace echar de menos lo que ha ocurrido entre ellos cuando no mirábamos.
La historia de Rostand, en la que el enamorado es representado por un hombre bien parecido, se renueva en el siglo XXI, gracias a las facilidades que ofrece internet para la suplantación de identidad. Y esta historia de amor nace de la distancia, del miedo a revivir con un aspecto que yo no reconocemos ni queremos representar, la sombra de la culpabilidad tras la viudez, pero al mismo tiempo con la ingenuidad del descubrimiento de un gran mundo de relaciones al alcance de la mano, como muestra una divertida escena de virtualidad hecha realidad.
La partitura del veterano compositor Vladimir Cosma, quien se encargó también de la banda sonora de El gran rubio con un zapato negro (Yves Robert, 1972), acompaña con un estilo de comedia clásica una historia que nace de la tradición literaria, que cumple las reglas de la dramaturgia -triples parejas- pero que responde a las exceptivas de la sociedad y el público actuales.
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