Adicto al sexo y a la cocaína, poeta nacional, ideólogo del fascismo, Gabriele D’Annunzio es una figura que traspasa lo literario, un héroe de guerra, una celebrity, una rockstar respetada, temida y espiada por quienes lo necesitaban tener respetuosamente bajo control. Biografías como El gran depredador, de Lucy Hughes Hallett han revisado vida y obra del poeta, del aviador, del futurista, y ahora, la opera prima del director italiano Gianluca Jodice lo reencarna bajo la piel del inmenso Sergio Castellitto. El poeta y el espía (Il cattivo poeta, 2021) arranca en 1936, cuando el recién promocionado federale Giovanni Comini (Francesco Patanè) es comisionado por el secretario del partido fascista para espiar a Il Vate. Para ello, deberá trasladarse al retiro del lago de Garda, Il Vittoriale, donde este pasa los últimos días de su vejez, ya que Mussolini, entregado al acercamiento definitivo a Hitler, teme todavía su ascendente y las posibles consecuencias nefastas de sus opiniones sobre su propios planes.
D’Annunzio es como un diente picado, se le cubre de oro o se le extirpa, se afirma en el filme que sentenciaba Mussolini. Y será entre esos dos extremos, en un equilibrio difícil donde se instalará el joven Comini. A lo largo del filme, el movimiento pendular del federale le transporta físicamente entre dos mundos cuya diferencia se revela arquitectónicamente, Jodice se sirve de la icónica y fotogénica arquitectura fascista con sus techos infinitos, ventanas colosales y escaleras monumentales para contraponer el aparato y la estructura al caos, la decadencia, la languidez que a orillas del lago representa la existencia del gran poeta. Abigarradas estancias, frascos, libros, tapices, exóticos ropajes con que se cubre la desnudez de las amantes, extienden ese Azul vítreo como una cabeza que se inclina para un beso profundo que es tan viscoso como la luz del invierno, representando un crepúsculo infinito, un final prolongado y vigilado. Es inevitable no asociar esta atmósfera de reclusión y particular universo de tan ensimismado personaje, así como el recurso al joven comisionado que vigila a la mente brillante descarriada que sale de la órbita prevista, cuya supervisión anterior se ha saldado en fracaso, con un viaje al corazón de las tinieblas al norte de Italia.
El retrato de D’Annunzio en un biopic también crepuscular amplía el campo de batalla desde la reclusión hasta los amplios horizontes de una guerra mundial con mesura, ritmo clásico y poder de evocación que el propio Gianluca Jodice definió como Una película en color, pero con el rigor y la eternidad del blanco y negro, que desde luego el director de fotografía Daniele Ciprì consigue plasmar. Equilibrio es una palabra que recorre estilísticamente El poeta y el espía, y que se ve amenazado por la fuerza contenida del escritor, quien a pesar de su fragilidad aparente —magnífico Castellitto— consigue impregnar el filme de una inquietante sombra que amenaza, desde su particular cautividad, la brillantez y el fulgor de la maquinaria fascista.
Esta tensión palpable y sutil a la vez, deja en el aire un aroma marchito y letal al mismo tiempo, acumulado desde el principio de los tiempos, potencialmente nocivo, acumulado sobre una vida que fue múltiple e intensa, adorado por una nación, detestado por Pasolini o Elsa Morante. No era difícil caer en el trazo grueso, sorteado con éxito por un eficaz guion, pero sobre todo por una interpretación de Sergio Castellitto que parece actuar y observar al personaje al mismo tiempo, ofreciendo un D’Annunzio tan seductor y poliédrico como merecía ser mostrado.
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