La historia de Palermo es la historia de la saga de El Padrino, una atractiva tragedia griega contada en tres actos. La película, basada en la novela de Mario Puzo, está inspirada en la familia de los Mortillaro de Sicilia. En mi último viaje visité Palermo y allí tuve la oportunidad de conocer y descubrir por qué el director de cine Francis Ford Coppola la había elegido como destino para cerrar su trilogía más famosa.
Paseando por el enmarañado trazado urbano de Palermo, con sus calles irregulares y estrechas, de una complejidad equiparable a la estructura organizativa y jerárquica de las mafias italianas, descubrí grandes paralelismos entre la ciudad de Palermo y la trilogía de El Padrino.
La película comienza en el verano de 1945 con la celebración de la boda de la hija de Don Vito Corleone (Marlon Brando), patriarca y jefe de una de las cinco familias que ejercen el mando de la Cosa Nostra en la ciudad de Nueva York. Según una antigua tradición italiana, todo siciliano debe atender las peticiones que le hacen el día de la boda de su hija. Aquí comienza la compleja trama de nuestra historia, en la que no faltarán las traiciones, las alianzas y las venganzas en una lucha de poder por hacerse con el control. Esta es la primera semejanza con la desordenada y caótica Palermo, una ciudad tejida en base a la especulación inmobiliaria, la miseria, el paro y los propios crímenes de la mafia.
Si Don Vito es el vórtice de la familia Corleone, la Piazza di Vigliena, es decir los Quattro Canti lo es de Palermo. En estas cuatro esquinas intersectan dos de sus calles principales: la Via Vittorio Emanuele y la Via Maqueda, causantes de la división de la ciudad histórica en sus cuatro barrios principales: Albergheria, Capo, Vucciria y La Kalsa.
La segunda semenjanza que emparenta Palermo con El Padrino es que nos gusta el personaje de Don Vito porque, a pesar de ser mafioso y criminal, tiene valores y protege a su familia. El bienestar de sus cuatros hijos: Sonny (James Caan), Fredo (John Cazale), Connie (Talia Shire) y el pequeño Michael (Al Pacino) es lo más importante. Sus crímenes, en apariencia, están justificados porque tienen como objetivo la preservación de la unidad familiar y para ello es necesario enfrentarse a los poderosos, aunque los métodos que utilice sean más o menos cuestionables. No nos resultaría extraño que, por ejemplo, en la bajada hacia el mar desde la pequeña ciudad de Monreale, algún enemigo de Don Vito perdiese el control de su coche y tuviese un accidente.
Nos gusta Palermo, pese a esa belleza decadente y a ese estado de perpetuo abandono que muestran sus edificios. Su estética es tan poderosa que perderse por sus calles es un auténtico placer para conocer los secretos de la Italia profunda. Algo parecido ocurre con la trilogía de El Padrino que nos mostró la organización interior de la mafia italiana. Esta decadencia tan atractiva se debe en parte a su historia, a la huella dejada por los terremotos en su rico y extenso patrimonio artístico y arquitectónico, pero sobre todo al halo de misterio que despierta por culpa de la mafia asociada a ella.
El tercer punto de contacto entre saga y ciudad es que todo es por y para la familia. En la primera entrega tiene lugar la transición de poder de padre a hijo: un legado que llevará a Michael a dirigir a su familia, a tomar las riendas del negocio familiar obligándole a cambiar su moral y sus valores con el fin de defenderla a toda costa.
En Palermo ocurre algo similar, es decir, todo queda en casa, muy familiar. Es una ciudad en la que apenas hay construcciones nuevas, no se observa la influencia de arquitectos internacionales, fruto de los escasos o nulos concursos convocados. El gobierno apenas interviene en la conservación y mantenimiento de su patrimonio.
En todos los edificios se observan las huellas del abandono y deterioro y también la impronta de los diferentes conquistadores de la ciudad. Sus influencias son tan variadas y dispersas que parece imposible que toda esa amalgama de estilos árabe, normando, neoclásico, manierista, etc. puedan coexistir. Sin embargo, todo este caos arquitectónico se convierte en algo espectacular. Cada esquina guarda un secreto, una sorpresa como pasa en la película. Nada es lo que parece y todo sorprende.
Pongamos un ejemplo: junto a los Quatrri Canti está la Piazza Pretoria y en su centro una monumental fuente. Junto a ella se sitúa el Palacio Senatorio, actual ayuntamiento. Detrás de él, dos de sus iglesias declaradas patrimonio de la humanidad por la UNESCO. Mi favorita es la Martorana: Una construcción normanda del siglo XII rematada con tres hermosas cúpulas rojas de la iglesia de San Cataldo. Su interior es espectacular, gracias al contraste entre los bellos mosaicos y la sobriedad de las iglesias románicas. A su lado está la Concatedral de Santa Maria dell’Ammiraglio, no menos brillante.
En la segunda entrega del film, el tono y la puesta en escena son similares a los de la primera. Una parte de la historia reconstruye los primeros años de su padre Vito, desde que escapa de la violenta Sicilia, aún niño, hasta que comienza a dar sus primeros pasos como líder mafioso en Nueva York, en las primeras décadas del siglo XX. Su condición de trabajador leal y honesto como dependiente en una tienda de ultramarinos se ve en peligro, cuando el capo local le arrebate su puesto de trabajo para colocar a su sobrino.
El barrio de New York en el que vive Don Vito, Hell’s Kitchen, me recordó, salvando las distancias, a los mercados de Palermo. El más importante es el de la Vucciria pero mi favorito es el de Di Capo: es más auténtico y menos turístico.
Los mercados en Palermo son un lugar de encuentro, una reunión social. Abiertos a la espontaneidad y a la improvisación, ya que no es difícil que cualquier tendero, al comprarle sus productos, te ofrezca la posibilidad de degustarlo allí mismo montándote una sencilla mesa plegable en la que poder disfrutarlos, con un buen vino y un buen pan.
Continuamos con nuestra trilogía. Tras el ascenso, la consolidación y reafirmación del poder de Don Vito y de su hijo Michael en la segunda entrtega, llegamos a la tercera y última parte que cierra el ciclo de esta grandiosa tragedia griega donde interviene la Iglesia. Palermo es una ciudad con numerosas iglesias que albergan en su interior opulentos mosaicos de oro, símbolos del poderío económico, como por ejemplo, la catedral de Monreale o la anteriormente citada Santa Maria dell’Ammiraglio.
El Padrino III representa la culminación del poder de la familia Corleone, así como la caída y consiguiente pérdida del mismo. Michael busca un sucesor para que se haga cargo de sus negocios, desgraciadamente, su hijo no cumple lo esperado, ya que quiere ser cantante de ópera, mientras que para su hija Mary (Sofia Coppola) tiene otros planes. El hijo ilegítimo de su hermano Sonny, Vincent (Andy García) parece estar dispuesto a asumir el control.
El desenlace de nuestra tragedia griega está escrito. Paralelamente, asistiremos al debut del hijo, liberado de la pesada carga familiar, y a la caída del padre.
El lugar y la representación elegidos por Coppola son la ópera Cavalleria Rusticana yel Teatro Massimo de Palermo. Un magnífico teatro de líneas neoclásicas cuya estructura espacial simple y su volumetría, armónica y geométrica, unida al empleo de elementos de la arquitectura antigua (griega y romana) lo hacen perfecto para cerrar la trilogía.
Fue diseñado por el arquitecto Giambattista Filippo Basile y terminado por su hijo. Se accede a él a través de una amplia escalinata que da a la monumental fachada en la que se muestra un frontispicio clásico sustentado por seis grandes columnas corintias. En el acceso o entrada al vestíbulo está el pronao (es el espacio arquitectónico situado delante de la sala más importante del templo).
Es un elemento típico de los templos griegos y romanos. Normalmente tiene la misma anchura que la nave y se prolonga en el mismo eje. En los laterales de ésta se encuentran dos leones de bronce con alegorías de la Tragedia y la Lírica.
En mi opinión, lo más característico y más impresionante es su enorme cúpula semiesférica y el ,sistema de ventilación que, a día de hoy, aún funciona. Su esqueleto es una estructura metálica reticular que se apoya sobre un sistema de rodillos que permiten los movimientos provocados por los cambios de temperatura y que sirve para ventilar y acondicionar la sala principal con sus cinco pisos de palcos. Gracias a él, no hacen uso del aire acondicionado en verano. Otra de las peculiaridades es que su configuración permite que sus tres mil quinientos asientos gocen de buena visibilidad.
Como colofón a la tragedia que acontece en el teatro Massimo, Michael regresará a su hogar Sicilia a pasar sus últimos días en soledad. Mientras, Palermo permanecerá en la memoria.
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