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Cultura

Algunos efectos del virus en la inteligencia

En Hermosos y malditas, Cultura martes, 24 de marzo de 2020

Jesús García Cívico

Jesús García Cívico

PERFIL

Los efectos del coronavirus sobre la inteligencia se expanden de forma análoga a los estragos que provocan en la sensibilidad estética la sobreactuación, la espectacularización informativa al modo de Contagio, la película de Soderbergh, la materialización en los balcones de vecinos armados con guitarras o de desinhibidos usuarios de redes sociales dispuestos a desenfundar sus poemas, o en el peor de los casos, fotos de sí mismos cubiertos por mantas (léase mantras) acerca de lo obvio y desagradables eslóganes de pensamiento positivo.

Ahí fuera parece haber demasiados sentimientos, aunque los médicos no necesitan aplausos sino medios. Una de las señas de nuestro tiempo es el predominio de las “democráticas” emociones —buenismo, solidaridad light, sentimentalismo— sobre las razones y la dificultad para juzgar, como consecuencia del desdén por los expertos y la extendidísma confusión entre interpretaciones, suposiciones, hechos y valoraciones.

Hace solo unos años, la gripe A produjo la décima parte de víctimas mortales que la gripe convencional, se hizo un negocio del miedo. La gripe común mató el año pasado en España a 15.000 personas, según datos de la OMS: estos son tres hechos.

La gripe común, la de toda la vida, afectó a 800.000 personas el año pasado solo en España; se ingresaron 52.000, murieron 15.000. Si se hubieran abierto los telediarios contando los contagiados (más de 2000 cada día) se habría provocado alarma social: dos hechos más una suposición.

La ciudadanía que tenemos tiende a encumbrar a seres zafios y despiadados (Trump, Salvino, Bolsonaro) que se creen astutos (Abascal, Putin, Boris Johnson) y de ninguna manera está preparada para los desafíos del siglo XXI (calentamiento global, superpoblación, dualización socioeconómica, crisis migratorias, normalización del fascismo): esto es una valoración.

El significado de la crisis y sus salidas no tienen que ver con el marco ideológico de los siglos XIX y XX, sino con el marco con el que tendría que enfrentarse la crisis ecológica, y la solución al coronavirus dependerá de un nuevo tipo de acciones globales muy distintas de las que que se practicaban el siglo anterior: esta es una interpretación, la mía.

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Pánico en las calles (Elia Kazan, 1950).

Antes mentían los ministros de propaganda, sucedía cuando los estados tenían poder. Hoy, en el tiempo de las fortunas multimillonarias, las agencias de calificación de riesgo, las grandes corporaciones y las instituciones financieras, el poder está en otra parte. Puede que para que se expanda el pánico no haga falta ya un ideólogo, ni siquiera un demagogo, puede que sea suficiente el desprestigio de la cultura y del profesional, la infantilización del mundo, Netflix y la estúpida inercia de las cosas.

La falta de datos desagregados (porcentajes de fallecidos con graves dolencias previas, datos por edades etc.), la poca atención a políticas comparadas, las tergiversaciones e informaciones parciales, el ensordecedor silencio de otras interpretaciones acerca de lo que está pasando y cómo integrarlo en la vida del siglo XXI, el miedo a evaluar los datos sin mezclarlos con emociones, propicia en algunos una situación de estupor, cuando no de abatimiento.

La evolución del animal humano en términos civilizatorios depende de unas condiciones climáticas que están dejando de existir. En 2030, las emisiones de carbono deben reducirse a la mitad, para que haya algún tipo de esperanza, y eso exige una movilización de recursos equiparable a la de la II Guerra Mundial. En esa lucha retrocedemos cada día más a un punto de no retorno.

Puede que esta nueva gran alarma viral sea la más exagerada de la historia, puede que el efecto en la percepción de la vulnerabilidad en relación con las patronales o el miedo inoculado en las familias pobres y de clase media sean desastrosas, puede que el brutal impacto en el empleo no se supere jamás, es posible que todos tardemos en salir del shock, puede que este sea el mayor fiasco para el pensamiento del siglo XXI, puede que los remedios sean peores que la cura y provoquen una crisis más… real. Puede que no. Pero, ¿no es lícito pensarlo? Si no querían que, bordeando los clichés de la abusada idea de la paranoia conspirativa, algunos se hicieran esas preguntas, los gobiernos no debieron haber empezado a mentir, pero mintieron en proporción a su pequeño poder, mintieron con mentiras pequeñas, mintieron con mentiras paternalistas (las mascarillas no sirven para nada, decían). Los grandes poderes no mintieron, solo permanecieron en silencio mientras veían la ruleta girar.

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El Auditorio de Oakland, hospital temporal en la epidemia de gripe de 1918. GETTY

La cifra de muertos por coronavirus supone menos de un 5% del total de muertes contabilizadas desde que empezó la crisis, 47.000 personas han fallecido por otras enfermedades contagiosas, enfermedades comunes y accidentes, es decir por causas distintas del coronavirus. En España, cada mes mueren más de 31.000 personas, un mes de enero suelen morir más de 45.000. En el mundo fallecen cada día millones por enfermedades contagiosas que no generan alarma. Los ciudadanos no saben interpretar datos y, al parecer, los medios de información tampoco.

¿No es extraño que haya más casos en Italia que en China? ¿A nadie que conserve un poco de inteligencia le parece imposible que un país de 1.400 millones de habitantes haya  erradicado los casos autóctonos? ¿Hay alguna probabilidad real de que EEUU pare un solo día de hacer negocios? ¿Cómo de profunda será la quiebra de la confianza en la sociedad civil tras el aislamiento? ¿Por qué es tan baja la mortalidad en Alemania? ¿Qué pasa en Rusia? ¿Por qué los medios de comunicación son incapaces de desmentir falsas noticias que apestan a líderes sin escrúpulos y a mentira?

Mientras tanto, la rarísima expansión de la epidemia propaga otros virus de esos que circulan de forma estacional: noticias falsas, mezquindades, proteccionismo de «los nuestros» frente a «ellos» (los que nos infectan), sobreactuaciones, nacionalismos, filodespotismos (viva la policía, viva el Papa, viva la ciberseguridad), competiciones de alarmistas a ver quién dice más alto «bu», y creo que esto sigue teniendo un correlato emotivo que a algunos nos parece inverosímil.

Personalmente, quedarse encerrado en casa con el actual modelo Tele 5 de información, frente a una calle llena de militares, mientras en la fachada de mi edificio alguien proyecta un tema de Pablo Alborán, se parece demasiado a la idea difusa que un día de mi infancia me hice del infierno.

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Comprad, comprad, malditos, comprad que el mundo se acaba.

Creo que la sociedad nunca ha sido —ni es ahora en los tiempos de la hipersensibilidad y la nueva emotividad— una comunidad angélica, la sociedad no es la suma de individuos al decir neoliberal, ni un todo homogéneo comunitarista, pero tampoco es un gran corro de seres humanos que se aprecie entre sí, sino un conjunto de grupos estructuralmente enfrentados con intereses materiales y universos simbólicos opuestos, ¿alguien se acuerda del que se jodan (los parados) de aquella diputada conservadora a punto de desgañitarse?

La mayoría de los que hablan de bien público piensan en sí mismos, aunque no sean conscientes de ello. A la gran mayoría de la gente le preocupa lo que les puede pasar a ellos, hablan de solidaridad o poetizan sin vergüenza sobre estas cuestiones, se engalanan de mentira con el dolor de verdad, se preocupan de verdad cuando las cosas de mentira les pasan a alguien como ellos (todo esto parece irreal es la tontería que se expande en las redes): ese es el problema moral de nuestra época, porque más de 380.000 sirios han muerto, mientras la ciudadanía y su perro guardián de la frontera, los gobiernos, miran a otro lado, cientos de miles de niños mueren por causas que podrían ser erradicadas, pero mueren en África, en el mundo pobre, en el mundo de mentira donde se juega a las guerras de drones y no hay cuarentena para el SIDA, la diarrea, la malaria, el paludismo. ¿Eso no les parece real?

Cada día se evidencia que la forma de comprender el mundo debe cambiar como consecuencia del inédito aumento de las telecomunicaciones, las líneas aéreas low cost, el aumento suicida de la superpoblación y el consumo, la hiperdependencia financiera y económica, las relaciones virtuales, las nuevas teconologías y la expansión transfronteriza de la sociedad.

Si mucha más gente se conciencia de ello, eso será un efecto positivo del virus sobre la inteligencia. Los grandes problemas del presente y del futuro (el cambio climático, la desigualdad socioeconómica, la superpoblación, el poder de las multinacionales y corporaciones financieras sobre la soberanía popular) son globales, las soluciones son horizontales y cooperativas y la lógica de clase social, de superpotencia mundial, de grupo étnico o comunidad identitaria hace tiempo que cae del lado de lo aterrador o de lo ridículo.

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En 2009 se cambió la definición de pandemia (suprimiendo la referencia al número de casos) para favorecer un negocio. Se creó histeria, se alimentó el pánico injustificado. Durante semanas, asociaciones médicas y epidemiólogos trataron llamar a la tranquilidad y al sentido común: los datos no son preocupantes, hay demasiado alarmismo, cualquier gripe común tiene más mortalidad, decían. Y era verdad. ¿Alguien se atrevería a decir eso hoy?

Cada cosa que ocurre ante nuestros ojos, desde una hoja arrastrada por el viento a un homicidio en Detroit es una ocasión que pone a prueba nuestra inteligencia. Creo que uno de los principales males de nuestra época, en lo que al pensamiento se refiere, tiene que ver con la cobardía, el relativismo y la hiper-subjetivación, la absurda idea de que las opiniones populares, las ocurrencias del primero que pasa por la calle y los testimonios relativos a qué tal le va al hipotético hombre normal no solo presentan algún interés informativo sino algún interés relativo al conocimiento. Soy de esos tipos raros que se dejan aconsejar por críticos musicales porque escuchan cientos de discos cada año, de esos que salen de una casa si un bombero grita fuego, soy de esos que admiten lecciones de maestros, de especialistas que han estudiado en serio, de personas que saben de algo más que yo. La información debe ser dada por aquellos profesionales de prestigio, con conocimientos y estudios exigentes de un campo específico del saber.

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Antiviral (Brandon Cronenberg, 2012).

Ese líder de la oposición que acusó hace días al gobierno de escudarse en la ciencia ¿lee el futuro en el poso de las hojas de té o pronostica con el hígado de una oca, antes de tomar una decisión que tiene que ver con la salud? En México, López Obrador pide que la gente se abrace y se bese, que besen también las estampitas y los amuletos. Pero, por otro lado, ¿quedan dirigentes capaces de mover la boca sin mirar de reojo las encuestas o sin calcular el coste político (léase electoral) de una decisión? Una cosa es proteger a la población y otra que cualquier cosa sea poca para proteger a la población, lo siento, pero cuando alguien se expresa así creo que lo que teme es que los electores le acusen de no haber hecho lo suficiente, los puestos políticos en la época del flexiempleo son golosos y codiciados (a menudo por gente sin ninguna vocación de servicio público)  y siempre habrá alguien dispuesto a hacerlo a la mínima que suban los casos de fallecidos. Lo que se hace por miedo casi nunca sale bien.

Hay personas, especialmente aquellas que disfrutan del estatus, la seguridad jubilatoria, el glamur y las retribuciones materiales del poder, para las que cualquier ocasión es propicia para exhibir una estulticia inquietante, pero esos no son los peores: la demanda de armas de fuego crece en EEUU al ritmo del avance de la pandemia, muchos llevan víveres a refugios antiatómicos y en las redes sociales se relaciona el virus chino con The Walking Dead. Hace siglos la gente comenzó a expresar el amor de acuerdo con los patrones de la novela romántica. Hasta entonces no sabían bien qué hacer. El ser humano utiliza los relatos como fundamentos de sentido y las imágenes ficcionales como pautas de comportamiento vital. Hoy repetimos tropos, marcos mentales y tendencias del pasado, mientras el Covid 19 oscila entre lo familiar y el temblor de lo extraordinario.

La Semana Santa se suspende dicen políticos, periodistas y algunos profesores universitarios, como si el tiempo sacro y la espiritualidad religiosa solo admitiera la exteriorización social, a menudo histérica, de pertenencias colectivas. El estado me parece, por usar el recuerdo que tengo de una imagen de Bataille, un cuerpo acéfalo cegado por el sol. Si todo esto es, en un punto complejo y no cuantitativo de la cuestión, un gran fiasco, como ocurrió con la anterior pandemia, podríamos convenir en que faltaron inteligencias lo suficientemente valientes como para haberse desmarcado del guion, al menos, para haber hablado de otra manera.

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Gripe porcina.

Más allá de los estrechos márgenes del titubeante y desagradable utilitarismo anglosajón de Boris Johnson versus el selectivo kantismo centroeuropeo de Angela Merkel, los chantajes al pensamiento (no se puede dudar, te dicen) no deben dejarnos de recordar aquellas estrategias reaccionarias y dicotómicas de principios de siglo (estás con nosotros o contra nosotros), en particular aquel momento en el que el incalificable presidente Aznar avalaba con criminal entusiasmo una invasión en Irak que cuenta más de 1.033.000 muertes violentas, niños quemados vivos, miles de jóvenes tullidos, cuando ya a nadie le escandaliza ni le interesa que jamás se encontrara rastro de las temidas armas de destrucción masiva.

Quizás el primer error de la inteligencia tuvo que ver con cierta inercia a considerar y hablar del coronavirus de acuerdo con el marco mental que tanto benefició al ejército de EEUU, a personajes de la altura moral de Dick Cheney y algunas empresas con intereses petroleros o geopolíticos tras el 11S cuando en el tentativo debate entre seguridad y libertad se levantaron, con las palabras más huecas y los miedos más primarios, aberraciones morales y jurídicas como Guantánamo y una extensa lista de innovaciones sórdidas que tenían que ver con la tortura en el contexto de la altisonante «guerra contra el terror». Por cierto, ¿se acabó esa guerra ya? La importación de aquella dialéctica amigo/enemigo con la que empezó el siglo XXI está detrás de declaraciones tan absurdas como aquella calificación de «virus extranjero», virus chino, por parte de Donald Trump, y con diferencia de grado, cursilería e intención en la más reciente estamos en guerra de Emmanuele Macron.

En las fechas en las que redacto este texto las cifras de muertos son casi insignificantes comparadas con los efectos letales, no solo de enfermedades virales como el SIDA que el año pasado se cobró más de 700.000 muertos sino con otras de esas que los expertos llaman comunes. Cada semana mueren en el mundo más de un millón de seres humanos. La última vez que la OMS utilizó la categorización de pandemia fue a raíz del brote de la gripe A H1N1 o gripe porcina, en 2009, una enfermedad a gran escala con un número estimado de muertes de entre 100.000 y 400.000 el primer año. Actualmente, de acuerdo con los Centros de Control y Prevención de Enfermedades es un virus de la gripe humana habitual y continúa circulando de forma estacional.

Según la BBC, desde 1980 el VIH/sida se ha cobrado más de 32 millones de muertos. Las gripes asiática y de Hong Kong, 1957-58 y 1968, fueron pandemias consideradas leves por la OMS, que calcula que cada una de esas enfermedades causaron entre uno y hasta cuatro millones de muertes en el mundo. De las tres pandemias por virus de la influenza ocurridas en el siglo XX, la más grave fue, sin duda alguna, la de la gripe de 1918, que causó entre 20 y 50 millones de muertos.

El coronavirus tiene una proporción de mortalidad nada desdeñable y una incidencia elevada, su mayor peligro parece ser la facilidad de contagio, pero cualquier persona acostumbrada a trabajar con datos sabe que la información sobre letalidad no debería generar este pánico, incluso cuando sabemos que está demasiado desfasada. Por otro lado, tras varias semanas, faltan correlatos aunque sean provisionales. ¿Estamos ante un pánico provocado con buena intención? ¿Han manipulado paternalmente a la gente? ¿Vamos a acabar en otra crisis económica cuando apenas hemos salido de la crisis de las sub-prime?

Los primeros días, representantes de la Asociación Española de Virología se mostraron escépticos sobre la gravedad y la alarma suscitada por el coronavirus, hay un nivel de la comprensión de los datos en el que estos no han cambiado demasiado desde entonces, ¿por qué callan ahora? Estas me parecen preguntas pertinentes.

Todos debemos seguir el confinamiento porque es la norma que se ha dado para evitar la propagación del virus, pero debe resultar lícito preguntarnos por el significado socio-político del aislamiento y cuestionar que esa sea la mejor solución desde una perspectiva más compleja que el colapso hospitalario. Referentes de la inteligencia como el filósofo surcoreano Byung-Chul Han  contrastan los peligros de la cibervigilancia de la obediente población oriental frente a los cierres de fronteras (ese tic europeo). Mientras pensadores como Zizek, siempre a lo suyo, barrunta que el coronavirus es un golpe de Kill Bill al capitalismo. No se lo cree ni él.

Las opciones eran muchas, entre ellas seguir el ejemplo surcoreano (un país semejante a España en población) que logró reducir hasta niveles aceptables la propagación de Covid-19 sin desgarrar el tejido económico, social y cultural ni confinar sus ciudades, gracias a un mayor número de pruebas y una coherente lucha en origen. Lo inteligente parece ser mejorar de forma masiva el test y rastreo de contactos y evitar un demencial ciclo de confinamientos.

En nuestro entorno, se exageran las celebraciones de solidaridad (cuando diariamente se ignora su significado jurídico vinculante) e incluso la dureza de la sanción convertida de nuevo en el gran fetiche del formalismo jurídico: las multas españolas de 60.000€ o 600.000€ son una aberración ante la que cualquier jurista posterior a Beccaria debería llevarse las manos a la cabeza.

¿Es todo esto una inercia de un nuevo tiempo? Cuando el primer episodio, el episodio hablado (luego habrá episodios mudos, como siempre)  termine, cuando se anuncie la llegada de la primavera de los grandes almacenes y el fin de la crisis, ¿saldrán los ricos más ricos y los pobres más pobres de acuerdo con la tónica del siglo? ¿Abandonarán las instituciones realmente poderosas la tentación de monitorizar los movimientos de esa población que siempre han querido manejar a su antojo? Siento cada muerte, siento el dolor de cada ser humano. A los alumnos que me escriben con dudas académicas, termino mis correos aconsejándoles que sigan las instrucciones del gobierno y de los profesionales médicos. Ojalá no me equivoque con lo de la gravedad, porque significará que el mundo no se acaba. En lo demás, siempre prefiero equivocarme —la inclinación más estúpida del hombre es su empeño en tener siempre razón—, pero a día de hoy, creo que no es estrictamente estúpido preguntarse algunas de las cosas que hemos mencionado aquí.

Hermosos: profesionales

Malditas: amenazas y chantajes

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