El día que se proyectó Don’t Worry Darling en el 79 Festival de Venecia supuso la cita para uno de los estrenos que más han concitado el fenómeno fans sumado a un gossip tan salvaje, que ha oscurecido el film que promovía. La presencia de sus actores, Florence Pugh, Harry Styles, Chris Pine y su directora Olivia Wilde, que también participa como actriz, supuso un nuevo episodio en cuanto a las circunstancias que han envuelto a la película, puesto que Pugh, que se encontraba rodando Dune, con Denis Villeneuve, no llegó a la rueda de prensa y se incorporó directamente a la alfombra roja, donde se mantuvo alejada de la directora. Por otra parte, al abandonar la sala la primera, obligó a detener una ovación que pudo alargarse más de lo que se escuchó.
Por si alguien no está al corriente del cotilleo, recordaremos que el protagonista masculino que deseaba Wilde tuvo un conflicto de fechas debido a su gira mundial, por lo que contrató a Shia LaBeouf, a quien después despidió argumentando que deseaba un clima más seguro en el set, refiriéndose sobre todo a Pugh, y volviendo a contar con Styles, al haber cancelado su gira. El actor negó que hubiera sido despedido y el siguiente episodio implicó a Florence Pugh sintiéndose incómoda en el rodaje, porque la directora y Styles habrían iniciado una relación, a pesar de que esta seguía con su marido, que la visitó en el set, acompañado de sus hijos. Y ahora pasemos a hablar de lo importante.
Don’t Worry Darling se abre ante nuestros ojos con un despliegue de color, vestidos y peinados de finales de los cincuenta, en un decorado que parece sacado de Mad Men, donde el alcohol chorrea desde la pantalla, las mujeres son perfectas y los hombres lucen corbatas bien planchadas. Como un ballet sincronizado, el día empieza en una urbanización en pleno desierto, con casas clónicas y hombres saliendo hacia el trabajo en alegre caravana mientras las esposas, que se quedan en casa, despiden a los maridos junto al coche, perfectamente arregladas.
Las señoras se dedican a las labores del hogar con plena satisfacción, limpian, cocinan, se visten, se maquillan y están prestas para el débito conyugal tras recibir a sus esposos con un whisky en la mano, tan reconfortante como la sonrisa con que los acogen al final de su jornada. ¿Qué hacen estos maridos en su trabajo? Una misión de alto secreto, sobre la que no hay que preguntar. Ese oasis de vida perfecta, con club de campo, tenis y piscina, es cosa de hombres, y sobre todos ellos, el jefe supremo, el iniciador, Frank (Chris Pine) el fundador de un proyecto personal que con su enorme ascendente, ha asegurado la lealtad de sus empleados y sus familias. La pareja formada por los Chambers, Alice y Jack (Florence Pugh y Harry Styles) prospera en ese nuevo mundo que se llama Victory, brave new world donde todo lo que puede desear un wasp de los cincuenta está asegurado.
Sin embargo, como es de esperar, ese mundo perfecto tiene una fisura, esa por la que murieron las esposas de Barba Azul y por la que Eva fue expulsada del paraíso. Cuando las mujeres no se conforman con el mansplaining y quieren saber por ellas mismas qué pasa y dónde están, cuando se rebelan ante la manipulación de la información que es el cuento que les hacen creer, envuelto en papel de regalo color rosa. ¿Qué más quieres si lo tienes todo? el problema es la naturaleza de ese “todo”. En Victory, Alice no es la primera en osar traspasar los límites de seguridad de su burbuja, ya que otra esposa perfecta lo intentó sin éxito, pero ella querrá llegar hasta las últimas consecuencias.
No se puede avanzar aquí en la trama sin desvelar un spoiler —quizá es un problema del filme—, pero permitámonos decir que la guionista de Súper empollonas (2019) se inspira en El show de Truman, versión Zuckerberg. El guion de Don’t Worry Darling —basado en una historia de Carey Van Dyke y Shane Van Dyke, nieto de Dick— tuvo el honor de pertenecer a la famosa Black List, que integra anualmente a los preferidos por los productores, pero aún no rodados, entre los que han figurado los de Argo, Juno o The Revenants, sin embargo, no ha resistido el paso del tiempo o no ha tenido en cuenta que la audiencia ya no se sorprende de un recurso argumental de escasa originalidad.
Lo más positivo de la película es haber jugado con la historia reciente, con los cambios de una sociedad en la que en los últimos 70 años las mujeres han conquistado derechos, aunque la fantasía de los hombres no haya evolucionado en concordancia. Ese talón de Aquiles de la emancipación femenina es revelado como una amenaza y por ello la lucha debe ser todavía constante, para no seguir orbitando en ese papel pasivo, sometido y siempre complaciente.
Don’t Worry Darling se ve con interés y agrado, visualmente es muy atractiva y la narración, pese a lo previsible, se sostiene más o menos, aunque lo realmente importante y que de verdad fundamenta el filme es la actuación de Florence Pugh, tan intensa como es habitual. El contraste con Styles, cuya interpretación es de aprobado raso, es flagrante, por eso al final tenemos claro quién se come a quién y no es precisamente lo que nos muestra Wilde.
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