Ese día supimos que aquel hombre negro con un ligerísimo estrabismo podría hacer de todo. Fue en Training Day con el edulcorado Ethan Hawke haciendo de pardillo y jugando al eterno juego del Poli Bueno-Poli Malo.
Entonces supimos que el apelativo de “El nuevo Sidney Poitier” le venía corto…Denzel no dejaba de hacer historia, incluso protagonizando una suerte de telefilm llamado “John Q” o haciendo de cabrón en la antes mentada película. ¿Premio Donostia? Y lo que te rondaré, negrata.
Denzel. Para empezar… ¿A quién conocéis que se llame así que no sea este proyecto de periodista que acabó siendo actor a Dios gracias? Un nombre que con sólo pronunciarse clama al respeto en Hollywood, tan llamado a buscar mitos con pies de barro y vidas convulsas para rellenar páginas de papel couché. Con Denzel pinchasteis en hueso, muchachos, porque es un cristiano aparentemente monógamo y de vida privada irreprochable que lo ha logrado todo (o casi) no sólo en el cine, sino también en el teatro, su gran amor.
Quizás por esa vida modélica, lo de salvaje no se ajuste a su perfil; sin embargo, sus papeles sí lo son, retroalimentando esa cita en la que afirmó que sólo soy un tipo normal con una profesión extraordinaria.
Lo que quizás le haga tan especial es que desde que ganó su primer Oscar hace ahora un cuarto de siglo haya hecho lo que ha querido y no haya caído en las garras de esos papeles de afroamericano bufón o de barriobajero sin clase. Porque Denzel hasta cuando es politoxicómano (Training Day) rezuma elegancia. A partir de ese papel de villano, le llovieron similares papeles que rechazó. Antes de hacerla nunca me daban papeles de villano, después sólo me daban de ese tipo. Así es Hollywood.
No obstante, para el que os escribe, el auténtico papel fetiche es el de Malcolm X en 1992. Bordó la interpretación en este film dirigido por el unas veces inconmensurable, otras veces vergonzante Spike Lee. Ahí es donde demostró que sería él quien podría elegir (equivocadamente o no) sus papeles.
Antes, había sido un trompetista mal hablado en Mo’ better Blues, otro líder (Steve Biko) en Grita Libertad o un abogado con dobleces en Philadelphia. Era una manera más de demostrar que Eddie Murphy era un humorista y Denzel Washington era un actor.., nada que ver. Dio de paso un buen ejemplo a nuevos actores afroamericanos, quienes encontraron gracias a él un terreno más abonado. Se trata, no en vano, del sucesor natural de Sidney Poitier, aunque con pocos papeles en los que se le pueda tachar de políticamente correcto.
Ha estado esta pasada semana en San Sebastián para recibir un premio a su carrera con algún que otro lapsus geográfico y algo de ironía baloncestística, aunque hay que decir que se paró a firmar autógrafos durante quince minutos, quizás porque sea parte de su trabajo o, al menos, así él lo considere. Tampoco tenemos que confundir nunca a la persona con sus personajes, toda vez que en ocasiones son diametralmente opuestos. Quizás, al hacer papeles tan políticos se le haya mirado con lupa. Sin embargo, a él le da igual que cuestionen su visita al estado de Israel en su 60º cumpleaños (el del estado, él no los alcanzará hasta diciembre), sigue dando consejos a sus cuatro modélicos hijos y aspirando a ser algún día predicador.
Denzel ha tenido siempre la sartén por el mango, se ha erigido sin casi desearlo en un espejo para los jóvenes y no es que rehúya de ello, pero, al fin y al cabo, se autodefine como “un hombre de pueblo”. Quizás por ello nos lo creamos más y, a pesar de haber rechazado interpretar Se7en y de que su última película digan que es infumable, Denzel siempre será eso… Denzel.
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