Tiene su mérito llegar a los 92 años, mirar a los ojos de la muerte, y hacer una película sobre ello, El último suspiro. Es lo que ha hecho Costa-Gavras, director de películas míticas como Z (1969), Desaparecido (1982) o La caja de música (1989), aunque la culpa la tienen las conversaciones entre el intelectual Régis Debray y el médico de paliativos Claude Grange, publicadas en forma de libro –inédito en España–, y restituidos en la pantalla por Denis Podalydès y Kad Merad, respectivamente. Al primero le ha salido una sospechosa mancha, y es lleno de aprensión, pero con la curiosidad de un filósofo, que se sumerge en una sección de paliativos, por la que verán desfilar a toda una serie de pacientes condenados por diversas enfermedades. Entre ellos, una Ángela Molina, de reina gitana, que protagoniza un número de baile, como salida de Polvo serán. Después de Carlos Marqués-Marcet y de Pedro Almodóvar, esta vuelve a ser una película política que aboga por la muerte digna.
PHILIPP ENGEL: ¿Ha visto Polvo serán, otra gran película sobre la muerte digna con Ángela Molina?
COSTA-GAVRAS: No, todavía no la he visto, aunque me habló de ella, y me prometió que me enviaría un link. Pero todavía no lo he recibido. Hace mucho tiempo que la conozco, y siempre habíamos dicho de hacer algo juntos. Y este papel lo escribimos pensando en ella. Enseguida se aprendió la canción, incluso quería ponerse a bailar. Le dije que tanto no hacía falta. Su personaje fue una de las cosas que no estaban en el libro y me inventé para la película. Me permitía mostrar algo así como un coro clásico.
¿Por qué hacer una película sobre la muerte a estas alturas de su vida?
El libro de Régis Debray y Claude Grange fue lo que me inspiró. Debray es amigo mío, y me envía todos sus libros. Así descubrí un universo que no conocía en absoluto: un universo que conduce al final de la vida, pero que no es la muerte, sino que forma parte de la vida. Tenía su dificultad, porque, al margen del filósofo y del médico, apenas hay personajes que tengan continuidad. En la escritura, también me encontré con el problema del final. El final siempre es un problema, y aquí no podía ser un happy end, tampoco un entierro… Por eso me inventé que el filósofo tuviera esa pequeña mancha que le preocupa, y de la que el médico no sabe nada. Eso hace que le miremos de un modo distinto, porque vemos que, con cada nuevo caso, se ve reflejado, proyectando sus temores en él. A mí también me ha pasado a menudo de ir a dar el último saludo a algún amigo o colaborador, ya muerto, y verme yo mismo ahí en féretro. Al final, el personaje de Podalydès se enfrenta a su destino, ha de luchar por salvarse, como la enfermera que le enseña que le falta un pecho. Hay que luchar, le dice con ese gesto. Era una manera de acabar con una esperanza.
Costa-Gavras: “Hay que tener acceso a una muerte digna”
¿Cuánto miedo le da la muerte?
Me daba mucho miedo, y le daba muchas vueltas al tema. De una manera un poco egoísta pensaba: “me voy a morir, y todos los demás van a seguir viviendo y haciendo películas”. Luego me fui acostumbrando a la idea, y fue sobre todo al preparar esta película cuando me dije: “también hay que prepararse a morir, no queda otra”. No sé cómo irá, pero hay que estar listo. Primero, para no molestar a los demás, pero también para conservar la dignidad hasta el final. Me pasó con un amigo que cuando le fui a ver me cogió la mano, y me decía “no me dejes marchar”. Lo repetía todo el rato, se lo decía a todo el mundo. Y eso es terrible.
Pienso que el ser humano no solo se distingue de los animales porque es consciente de la muerte sino porque, además, o sobre todo, hace como si no lo fuera.
Tiene razón, porque desde pequeños nos enseñan a tener miedo de la muerte. Eso hace que evitemos pensar en ella. Pero, a medida que nos vamos acercando, más preparado hay que estar. Cuando uno llega a mi edad o a la de mi amigo Edgar Morin, que tiene 103 años, hay que estar preparado, aunque a él no lo acabo de ver muy preparado todavía…
¿Manoel de Oliveira ha sido una inspiración para querer trabajar hasta el final?
Lo presenté en la Cinemateca de París cuando tenía cien años, y le dije: el año que viene vendrá con otra película. Y lo hizo. Al siguiente también. Al tercer año, no pudo venir, pero envió a su hija que era una mujer muy mayor (risas). Yo ya estoy trabajando en mi siguiente película, pero igual un día la naturaleza me dice: ¡basta! Para hacer una película, hay que poder trabajar diez horas al día, y una cabeza que funciona. De momento, voy tirando.
¿Por qué, en este momento de la Historia, aparecen tantas películas sobre la muerte digna?
Lo explico en una frase de la película: el tema del siglo pasado fue el amor, el de este es la muerte, porque antes lo rechazamos completamente. Ahora, si bien los productores y distribuidores fueron muy reticentes, todos los actores aceptaron con entusiasmo participar en la película. Podalydès, y Charlotte Rampling, a la que había visto en una revista descalza, algo errática, delante de sus cuadros. Ya la conocía, aunque no me atrevía a llamarla, porque quizás es el papel más pequeño de su carrera. Pero mi mujer me animó. Charlotte leyó dos veces el guion, y aceptó.
En Francia están un poco atrás en el tema de la eutanasia, ¿no le parece?
Está claro que nuestra ley es insuficiente. Mire Bélgica, Suiza, Holanda. Creo que acabarán por aceptar algo similar a estos países. El presidente creó hace cuatro años un comité que publicó un informe formidable, aunque los políticos no se atreven. Al final, es una cuestión de libertad.
Casi podríamos decir que el acto de libertad suprema.
Es que hay dos tipos de sufrimiento: el físico y el mental, hay que paliarlos.
Usted siempre ha hecho cine político, y esta película también lo es.
Al final todas las películas son políticas, porque los cineastas tenemos una responsabilidad ante el público que va a verlas. Transmitimos ideas al espectador, que pueden conservar o no. En ese caso, no hay suficientes cuidados paliativos en Francia, ni de lejos. Y luego hay que tener acceso a una muerte digna. Esas son las reivindicaciones. Hablé sobre el tema con tres senadores que vinieron a ver la película… y se escudan en que hay que hacer muchas leyes, no solo una. Cuando les pongo Bélgica como ejemplo no les gusta. Se ponen nerviosos.
¿Dónde se rodó la película?
En Le Vésinet, que fue construido por la mujer de Napoleón III, al lado de París. Hay una que no está ocupada. Todos los enfermeros que aparecen son auténticos enfermeros de paliativos, porque tienen una manera muy particular de comportarse con los pacientes. Los doctores siempre se quedan de pie, mientras que los de paliativos se sientan, te cogen la mano, y te hablan como un amigo.
Uno de los aspectos más impactantes de la película es la denuncia de que son las familias las que prolongan los tratamientos, aunque sean sin esperanzas de sanación.
Es incluso peor de lo que nos podemos imaginar. Eso crea una tercera fuente de angustia en el paciente, además de los aspectos físicos y psicológicos, porque quieren estar a la altura de las esperanzas de sus familias. Por eso, el médico le dice a un familiar: “¡déjelo morir!” Los médicos también tienen que tener ese tipo de autoridad.
Nadie ha publicado ningún comentario aún. ¡Se tú la primera persona!